Y de nuevo, el Director de Arte Augusto Tamayo lo hizo bien; entretanto, el Director de Cine Augusto Tamayo lo hizo mal. Otra vez. ¿Será esa continuidad en el error el factor común de la trilogía que dice haber filmado? El bien esquivo y Una sombra al frente, primeras dos entregas de la trilogía en cuestión, comparten la gracia de lucir impecables y el estigma de invitar al sueño.
Y sí, mal. Mal porque el contexto pesadillesco que con acierto ambienta (de tono marronáceo, pródigo en construcciones antiguas y calles estrechas de la Lima barrial, un laberinto majestuoso con columnas y cruces) se desperdicia en situaciones enfáticamente teatrales y se enturbia con música incesante, chillona, que redunda emociones. Asimismo, el guión no convence porque está escrito desde el prejuicio que son los estereotipos, desde la ignorancia de causa: un intelectual como el que Brero interpreta es un onanista de la cultura y el arte, un posero de inteligencia. Si no estuviera rodeado por libros de Sartre o fotos de Allan Poe, ¿los espectadores no debemos creer en su cultivado gusto? Y si la malandra que interpreta Orúe no derrocha groserías ni violencia, ¿no es una marginal? ¿Tanto le interesa a Tamayo relievar esos tópicos? Porque no podía ser de otra manera, me es imposible tomar en serio a sus muestreos.
No obstante, por medio de esos muestreos (léase personajes), el recorrido cineasta pretende un ensayo sociológico sobre los miedos de la dividida Lima de nuestros tiempos (en la casona grande y vieja del filósofo, museo de imágenes perversas, atada de manos, la Orúe los encarna, simulando ser terrorista o puta según le convenga. Miedos anacrónicos los que representa, vale aclarar). Se entiende el asunto, pero no cala. Los parlamentos vulgares de la Orúe son grosería pura, nada de bellaquería, y los amagos cultos de Brero se asemejan a los de culturosos viejos burócratas. Ambos son acartonadas e involuntarias caricaturas de lo que debieron ser. (La escena de la salvaje arremetiendo al intelectual parece un ejercicio de taller de impro).
Augusto Tamayo es un academicista consumado, que domina la cámara y sus posibilidades todas, sin embargo, entorpece cuando ase su pluma al servicio de la ficción. Entrelíneas: es un mal guionista.
Lo suyo es narrar en imágenes, hacer fluir la diégesis, coger dos planos disímiles y darles coherencia al empalmarlos. Hacer discurrir una historia hasta que desenlace y quede todo claro, diáfano. En cambio, con la La vigilia, va a contracorriente de sus talentos en pos de ostentar intelecto: imprime ‘artísticos’ tiempos muertos, simbolismos retóricos y un anticlímax desangelado, que deja más sinsabores que inquietudes. El híbrido no resulta: no solo aburre sino que, en su presunta sabihondez, revolotea clichés.
Sin dudas, las mejores secuencias de La vigilia son las correrías nocturnas por el Centro Histórico de Lima, filmadas en planos abiertos que denotan a las plazas y calles cuales infiernos dantescos, donde cada ruta es una ramificación del averno. El ambiente enrarecido que Tamayo compone, desde la elección de las locaciones, sugiere no una vigilia escabrosa sino una pesadilla. Crédito mayor para él como director de arte y mención honrosa para Juan Durán, el cameraman y director de fotografía.
No es la fotografía barrosa la que destaco -que está bien- sino la confección de una nebulosa ruta de escape por donde andan, huyen, los protagonistas. De ser la fotografía un criterio mayor, El acuarelista sería un monumento del cine peruano, lo que es caso contrario.
Dejemos de lado el arte en la puesta en escena, ¿qué nos queda?: careos histriónicos y vaivenes detectivescos, andados a trote. El conflicto planteado al inicio no se anuda sino se desarrolla lentamente hacia su desenlace. Pasa casi sin sobresaltos. Chocano (Brero), tras su vigilia en los peligrosos suburbios limeños, vuelve impávido a su escritorio. Pareciera haber vivido nomás un mal sueño que asimilará como bagaje para sus próximos textos filosóficos. Sobrador epílogo que exhala arrogancia intelectual. A propósito, ¿no fue Augusto Tamayo quien hizo cameo en esa última escena? Pudo haber sido y no sorprender a nadie.
La vigilia es un ensayo tedioso acerca de la incomunicación entre clases, no una película sagaz y sentida de su tema. Entre bostezos y parpadeos cansados, la he podido entender, pero no disfrutar. Cómo, pues.
Dirección y Guión: Augusto Tamayo | 95 min. | Perú
Producción: Augusto Tamayo y Nathalie Hendrickx
Fotografía: Juan Durán
Edición: Julio Wissar
Intérpretes: Gianfranco Brero (Edgardo Chocano), Stephanie Orúe (Jessica), Tommy Párraga (Wilber), Jaime Zevallos (Jesús), Miriam Reátegui (tía de Jessica), Carlos Orbegozo (El Mono).
Estreno en el Perú: 28 de octubre de 2010
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