Ayer, 17 de enero, falleció el documentalista Jorge Suárez, especializado en el cortometraje documental, uno de los mejores exponentes de este arte en el Perú, a modo de homenaje reseñamos aquí su carrera y mostramos algo de su extraordinario trabajo.
Jorge Suárez nació en Lima en 1933, inició su andadura en el cine de la mano de otro grande recientemente fallecido: Armando Robles Godoy, en su taller se formó y lo acompañó en esa épica aventura que fue el rodaje de La muralla verde y también colaboró en Espejismo. Según cuenta en la entrevista que le realizara Giancarlo Carbone en 1993, Robles gestionó becas para su equipo cuando asistió a un festival en Checoslovaquia, entonces a Jorge se le abrieron las puertas de Europa del Este para conocer in situ la realización cinematográfica, dejó todo y se fue con su familia por dos años a los estudios Barrandov de Praga, conociendo todos los procesos y quedando maravillado por la técnica de los europeos, especialmente en el campo de la animación.
De regreso a Perú inicio su carrera junto con viejos camaradas del equipo Robles, así tres de ellos saltaron a la realización, Fausto Espinoza realizaría Corpus, Mario Pozzi haría Baila negro y el maestro comenzaría con Materos de Cochas Chico. Ya desde entonces se decantó por el documental ecológico o antropológico, según él porque el cortometraje documental «pudiese ayudar al conocimiento masivo de cómo es nuestro país».
De ahí en adelante no paró hasta acumular 26 cortometrajes minuciosamente elaborados a lo largo de más de tres décadas, visitando todas la regiones del Perú, empapándose de temas científicos, antropológicos, sociales y culturales de todo tipo, mostrando una sensibilidad única, especialmente en la captación de imágenes. Buscó la colaboración de poetas para la elaboración de los textos con lo que logró recalcar el sentido poético de sus creaciones, tuvo especial cuidado en la selección musical y en el montaje final de la obra. La suya es una obra de artesanía pura.
Recibió en vida premios y reconocimientos y sabemos que se ha realizado la restauración de 7 documentales, pero queda la tarea pendiente de restaurar su obra completa y acercarla a las audiencias, especialmente a las nuevas generaciones. Si hay un homenaje pendiente es que todos conozcan su obra, parece increíble pensar que sus cortometrajes fueron vistos en pantalla grande por audiencias que asistían a ver los filmes de cartelera, ¿No habrá forma de lograr algo parecido en estos nuevos tiempos?
Veamos algunos de sus cortos, rescatados de cintas que no esconden el deterioro y paso del tiempo pero muestran claramente la calidad de su trabajo.
En la orilla (1976)
Tierra de alfareros (1983)
Ashaningas del Cutivireni (1989)
Extractos de una entrevista
En noviembre de 1993, Giancarlo Carbone realizó una entrevista a Jorge Suárez, que es la mejor muestra de la ideas del maestro, dicha entrevista forma parte del libro: «El cine en el Perú, el cortometraje: 1972 – 1992», de imprescindible lectura. Ponemos aquí unos extractos de la entrevista que ayudan a mostrar el perfil del maestro.
La mayor parte de las películas que he hecho han sido producto del asombro. He tenido la suerte y la facilidad de contar con la asesoría de especialistas, que son profesionales capaces de proporcionar una gran información acerca del tema sobre el que vas a trabajar. Generalmente, los temas que he escogido son los que más me han asombrado. Por ejemplo, me pareció fabuloso conocer el desarrollo de los embriones marinos y ver cómo evoluciona esta forma de vida. Yo siempre digo, si a nosotros nos asombra, por qué no los va a asombrar y gustar a los demás. Cuando filmo lo hago pensando en ese sentido, el de que poder acercarme a realidades a las cuales las otras personas no tienen acceso es un privilegio fantástico.
Una de las motivaciones que tuve cuando comenzó la Ley de Cine fue que el cortometraje documental pudiese ayudar al conocimiento masivo de cómo es nuestro país, y dentro de eso escogí la naturaleza. Lo hice por una cuestión didáctica, pedagógica o simplemente por el hecho de informar a al sociedad. Lo hago ceñido a la realidad misma, y no convierto a esta en un medio para expresar mis emociones, sentimientos o conflictos. Presento la realidad tal cual y trato de ser exhaustivo, de encontrar los aspectos más interesantes para mostrarlos, en eso gasto la mayor parte de mi energía. Trato de que sea un tema representativo. Entonces escudriño mucho, investigo, realizo sondeos previos, haciendo varios viajes, hasta lograr enterarnos al máximo del tema.
De otra parte, hay que quitarse de la cabeza lo más pronto posible la idea de que el cine es la gran cosa y el vídeo no. Claro que es bonito decir que el cine tiene más caché, ayuda cuando uno está en una conversación de café, puesto que suena mejor. Pero hay que desprenderse de una vez por todas de esa concepción porque es un error y una pérdida de tiempo pensar que el video no tiene las condiciones necesarias para hacer lo que uno quiere.
Testimonio de parte
Conocí a Jorge a finales de los años noventa, cuando se dedicaba a la realización de documentales de corte institucional junto a su compañera de toda la vida Ana María Pérez, por entonces yo era editor de TV Cultura y tuve que sortear los laberintos de la edición durante largas jornadas con él. La verdad es que no nos comprendimos al inicio, es decir, yo no comprendía su modo de trabajo: dilatado, reflexivo, basado en sensaciones, sin un guión claro en la mano. Desde la perspectiva de la eficiencia en el uso de los recursos, el suyo era un método costoso e ineficaz.
Sólo después de conocerlo mejor, luego de escuchar sus relatos y apreciar sus trabajos (que hasta entonces no conocía) pude valorar su particular mirada, es más, me di cuenta que ese era el mejor método de abordar la creación documental, recuerdo que muchas veces se llevaba porciones de edición en bruto y volvía con una premezcla que «funcionaba», tenía «ritmo», y es que Jorge trabajaba con las imágenes de acuerdo a una mecánica más bien musical.
Por ejemplo, aprecien los compases del viejo alfarero que amasa el barro en «Tierra de alfareros», el sonido de la paleta contra la vasija en formación lleva la batuta de los cortes e impone cierto ritmo a la edición. En «En la orilla» vemos en cierto momento un pequeño animal marino, quizas erizo, que con la música se transmuta en un tanque de guerra, amenazador e imponente. Y los cantos de los ashaninkas sobre imágenes de rostros pintados y chicos zambulléndose en el agua imponen un ritmo casi mágico a la edición. Todo eso no era fruto del azar, era Jorge disponiendo los elementos, explorando las posibilidades, eligiendo y probando. Desde el momento del registro con su cámara Bolex de 16 mm. hasta la mesa de montaje, Jorge llevaba muchas ideas en la cabeza, le costaba quedarse con una sola, por eso probaba todo antes del corte final.
Supe más de él conversando con Carlos Cárdenas, con quien Jorge había trabajado intensamente en Ayacucho en el documental «Desplazados», que es también un testimonio del compromiso y pericia del documentalista. Aún en vida pudimos ser parte del homenaje «Una mirada en el tiempo» que se le brindó en el marco de la Primera Bienal Nacional de Cine y Video en abril del 2004, editando un material con varios de sus cortos. Fue un honor compartir algunos años de trabajo con el maestro Jorge Suárez.
Extras:
- Una mirada muy informada de Mauricio Godoy a la obra del documentalista.
- Crónica de Mayra Castillo a propósito del homenaje que el Festival de Lima le rindió en su décima edición.
- Ricardo Bedoya escribe también y revisa su corto «En la orilla»
Fotografía tomada del libro «El cine en el Perú, el cortometraje», de Giancarlo Carbone.
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