Esa condición de humanidad
A Clint Eastwood se le adora. Hoy día una película suya es, de entrada, colocada entre los mejores asientos del banquete cinematográfico. Pero no siempre fue así. Este cineasta de San Francisco fue duramente criticado por sus películas fuera de la ley de los años setenta. Sus pequeñas incursiones en la recuperación de géneros y temas levantó las cejas de los críticos, empezando a considerar que quizás en esa fachada de espécimen republicano había un buen cineasta. Hoy está fuera de toda duda que Eastwood es un pilar importante y sólido en este mundo cada vez más atento a productos envasados al vacío. Es más, los espectadores necesitamos a Eastwood y esperamos, como pasa con Woody Allen, su producción tan habitual.
En la primera década de este nuevo siglo comenzó con una película de tono ligero, Space Cowboys, para lucimiento de actores con tablas como Tommy Lee Jones, Donald Sutherland o James Garner. Le siguieron dos de sus grandes obras, Mystic River y Million Dollar Baby, donde la familia forma un grupo opresivo en la primera y desestructurado en la segunda, cuando la mirada reflexiva, abierta, llena de matices y sutilezas se convierte en su firma. Una mirada que se amplía al campo de la guerra entre hombres, Flags of Our Fathers y Cartas desde Iwo Jima, dos de sus más ambiciosos proyectos, mostrando el conveniente uso de la manipulación que continuará con El intercambio, un qué y un cómo se cuenta el argumento hermanados en importancia. Con Gran Torino empieza a asomar la preocupación de Eastwood por la edad y supone su despedida de la actuación con nota, y con Invictus el cineasta retorna, de nuevo, su mirada a una parte de la historia, en este caso sudafricana, donde sabe crear atmósferas a través de un ritmo equilibrado pero catártico, con una luz fuerte y consistente, la misma que emplea, de la mano de su fotógrafo, que le ha acompañado en todas las cintas que he nombrado, Tom Stern, en el comienzo de su último y más transcendental filme, Más allá de la vida (Hereafter).
Decía que Eastwood se va haciendo mayor, y se supone que hay temas como la muerte, que le suscitan más de un pensamiento. Junto a un guionista de la talla de Peter Morgan (The Queen, El último rey de Escocia, Frost/Nixon), ha trazado historias que giran en torno a la muerte como eje, componiendo una honda reflexión sobre algo que nos puede alcanzar en cualquier momento, no importa la edad, no importa el status, no importa el lugar, aunque sea en la vejez cuando más presente se haga en el pensamiento. Clint no es dado a temáticas sobrenaturales, sino más bien a tocar la realidad por muy dura y cortante que sea. ¿Pero es real lo que abordan Eastwood y Morgan en esta producción? Es real la incomprensión de la ausencia del ser, la percepción del mundo como lo entendemos, y el repentino misterio del no ser.
Para meditar y explorar sobre algo tan difícil y misterioso, nuestra humanidad por nuestra mortalidad, la película se mueve entre tres historias personales, cada una en una parte del mundo. La fuerza arrolladora del azar y el destino por medio de accidentes, en este caso el tsunami que arrasó Indonesia, con el personaje de una periodista francesa de éxito, Marie Lelay (luminosa Cécile de France), la maldición de poseer una sensibilidad especial, en el caso del norteamericano George (Matt Damon) y la triste historia de un niño londinense, Marcus, que pierde a su hermano gemelo en otro accidente, desgracia que se suma a su propia situación familiar. El dolor y la soledad del alma, un mundo en constante crisis, ya sea por el terrorismo, ya por la economía, ya por la falta de valores, como lo muestra la parte de Marie, con un periodismo basado en el sensacionalismo y unas relaciones sentimentales sin base sólida, o una infancia dañada.
Muchos asuntos importantes, aunque la mano de Eastwood sabe equilibrarlos con cierta distancia y sin puntuación extralimitada, aparte de lo que sugieren los mismos hechos. Es decir, presenta las tres historias, que acabarán cruzándose, con su dosis de carga y aceptación. A todos ellos la presencia de la muerte les ha cambiado la vida, para bien o para mal, y asumirlo forma parte de su karma, ya sea escribiendo un libro sobre su visita a la muerte, poniendo una cama al lado para sentir la presencia ausente, u oyendo los relatos de Charles Dickens.
El trabajo de fotografía es excelente, cada plano y cada parte contiene una luz particular que conjuga con las emociones y vicisitudes de cada caso. El cine de Eastwood es sereno, real, aunque hable de universos diferentes. Los actores componen unos personajes reales y auténticos. Especialmente conmovedor es George McLaren como Marcus/Jason.
Una película cuyo valor se sustenta en su estatus de reflexivo pronunciamiento sobre el miedo que nos provoca el final de la existencia.
Dir.: Clint Eastwood | 130 min. | EE.UU.
Intérpretes: Matt Damon (George Lonegan), Cécile De France (Marie LeLay), Frankie McLaren (Marcus/Jason), George McLaren (Marcus/Jason), Lyndsey Marshal (Jackie), Bryce Dallas Howard (Melanie), Richard Kind (Christos), Jay Mohr (Billy), Thierry Neuvic (Didier), Marthe Keller (Claudia Rousseau), Derek Jacobi (él mismo).
Estreno en el Perú: 6 de enero del 2010
Estreno en España: 21 de enero del 2011
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