Las vueltas que da Natalie Portman hasta el paroxismo al finalizar su debut como la Reina Cisne, mientras los efectos de computadora la asaltan epidérmicamente –en todo el sentido de la palabra–, es un buen signo de la propuesta de Darren Aronofsky. Es que El cisne negro (Black Swan) es una película trompo.
La cinta plantea una idea básica, la preparación del personaje principal de una obra emblemática que todas las bailarinas jóvenes pretenden, un proceso escénico, físico, emocional, íntimo, que se mimetiza con los demonios de Nina y se nutre de ellos, la territorialidad materna, el despertar sexual, la inseguridad profesional, el estallido de la malicia, los zarpazos de la patología. Y esa premisa de fricción del bien y el mal es alimentada sistemáticamente en un trayecto de boyas y faros que anuncian, sin mayor sorpresa, la inevitable autodestrucción.
Portman se convierte en un animal poseído, su cuerpo hace las veces de un mapa de mutilaciones, reales y soñadas, que al final resultan lo mismo. Colapsan los pies, la espalda y las manos sangran en cualquier momento, se raspa la piel que parece estar mudando en el camino, contorsiona sus extremidades como un muñeco de madera, busca liberarse de la madre (Barbara Hershey), muerde a su mentor Thomas (Vincent Cassel), siente culpa por la debacle de su famosa antecesora Beth (Winona Ryder), fantasea amores y enfrentamientos con su competidora Lily (Mila Kunis).
La protagonista realiza sus propios duelos actorales, frente a una envejecida Ryder, que hace veinticinco años hacía los papeles que ella ha hecho en los últimos quince, y amenazada por la poderosa presencia de Kunis, que derrocha tanta o más fuerza y sensualidad que Portman. Por ello, coincido con Laslo en que la actriz tiene la misma dificultad para ser Nina que ésta para ser el cisne que se transforma. Sin embargo, Aranofsky/Cassel se las arregla para hacer que Natalie/Nina se mueva hacia el lado oscuro y lo alcance desenfrenadamente. Sin duda, fue un buen casting y le dio una gran oportunidad de lucimiento espectacular en los parámetros que la Academia premia.
Eso es posible porque el autor mantiene la coherencia, no se desprende del eje, nunca se traiciona. Pero es un logro menor, porque la supuesta complejidad no es más que el ir y venir, truculentamente acompasado, de los contratiempos propios y ajenos que Nina debe afrontar en su lucha por cumplir con su actuación y exorcizar así una vida de castraciones. El guión de Mark Heyman (coproductor de The Wrestler), Andres Heinz y John McLaughlin no deja de tocar las mismas teclas, y de manera similar al director de la obra que encarna Cassel, juega a crear una historia nuevamente mítica, la joven estrella que deslumbra y conmueve en su presentación en sociedad, el tipo de rol que debe atraer todos los premios de la temporada. Recubierto de momentos intensos, «bellos», de música, danza y explosión catártica, en el estiramiento de un argumento sencillo que llega a los 108 minutos acicalando y organizando un desenlace que no puede ser otro.
Dir. Darren Aronofsky | 110 min. | EE.UU.
Intérpretes: Natalie Portman (Nina), Vincent Cassel (Thomas Leroy), Mila Kunis (Lily), Barbara Hershey (Erica), Winona Ryder (Beth).
Estreno en el Perú: 3 de febrero de 2011
Deja una respuesta