¿Cuál es la gracia de El discurso del rey (The King’s Speech), si no es una obra de genio abundante? ¿Por qué se gana la simpatía del público y, al menos moderadamente, de la crítica? ¿Por qué es un producto tan exitoso, ganador del Oscar y varios premios más? Porque es el ejemplar aplicado de un modo de hacer cine, un tipo de filme inscrito, más aún si se trata de la monarquía, en la tradición británica de la limpieza narrativa, el guión de maqueta cuidadosamente calibrado, el aprovechamiento meticuloso de cada aspecto técnico –locaciones, dirección artística, vestuario, música, sonido– y la famosa prestancia de sus intérpretes.
Tom Hooper, director previamente del drama Red Dust y el biopic Damned United, dispone en su tercer largometraje de un asunto histórico que, a setenta años de distancia, es poco recordado y funciona como premisa desde el inicio, cuando George, aún como duque de York, se traba frente al micrófono en un acto público en Wembley. La impotencia sentida, el combate físico que emprende con su problema, el timing que transcurre entre su tirante primer plano y el relincho del caballo que se filtra en el murmullo contraído de los presentes, define el tono y la mirada de la cinta. Será el relato de una epopeya personal, que concentra en las cuerdas vocales de su protagonista, ya como el rey George VI, el futuro de la dinastía que lo oprime y la posibilidad de su país de autoafirmarse como fuerza antagónica del amenazante nazismo.
El guión de David Seidler, uno de los vencedores del Oscar, acierta, entonces, en vincular el trastorno físico y psicológico de un personaje llamado a ser líder, con el destino de una colectividad que, dentro de sus predios nacionales, depende en buena parte de él, pero que en realidad no conoce límites, porque precisamente la coyuntura es el riesgo de que las fronteras se borronearan y volvieran a dibujarse en un mapa dominado por la esvástica. Aunque ese contexto aparece en toda su dimensión recién en la parte final, la trama nos conduce discreta y hábilmente, en medio de forcejeos y retrocesos, al momento en que la firmeza de esa voz indócil es imprescindible. Dentro de los rígidos esquemas del cine, el filme es una suerte de encuentro entre el biopic panorámico y el retrato de discapacidad que tanto gusta siempre en Hollywood y otras latitudes.
Lógicamente en una obra que trata sobre el tartamudeo, el sonido está muy bien empleado, como golpe dramático y descarga de las tensiones del paciente. Los gritos iracundos de George, la voz cadenciosa de su esposa (excelente Helena Bonham Carter), el silabeo en las clases de Lionel Logue, la notable secuencia de la grabación con el fraseo perfecto que se escucha en la penumbra del domicilio conyugal, y el mencionado discurso final. A Colin Firth hasta la garganta le suena, como la puerta crujiente de una mente bloqueada.
A primera vista, El discurso del rey es políticamente correcta, acicalada, refinada. Sin embargo, explora la trastienda del poder, sus ansiedades y claroscuros, el artificio de la representación, la forja de un estado de ánimo masivo, especialmente sensible en vísperas de una guerra. Es el guiño ambiguo a una comunicación política más «natural», sonora, radial, en medio de nuestra época hipertrofiada, y a la vigencia del sistema que vimos agotado en The Queen de Stephen Frears, donde el foco de atención fue Isabel, la hija. Es, finalmente, un juego de contrastes que Firth y Geoffrey Rush tejen brillantemente en un duelo aparte, en un péndulo de autoridad que coloca al noble como subordinado alumno en una locación de paredes pintarrajeadas y al plebeyo en la habitación palaciega más exclusiva, en el manejo de la declaración de guerra más intermitente y densa de la historia.
Dir.: Tom Hooper | 118 min. | Reino Unido
Intérpretes: Colin Firth (Bertie, rey Jorge VI), Geoffrey Rush (Lionel Logue), Helena Bonham Carter (reina Isabel), Guy Pearce (rey Eduardo VIII), Jennifer Ehle (Myrtle Logue), Derek Jacobi (Cosmo Lang), Michael Gambon (Jorge V), Timothy Spall (Winston Churchill), Anthony Andrews (Stanley Baldwin).
Estreno en España: 22 de diciembre de 2010
Estreno en el Perú: 17 de febrero de 2011
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