Recientemente, se ha publicado la novela Sueños bárbaros (PEISA, 2010), de Rodrigo Núñez Carvallo, que recrea el Barranco inspirador y bohemio de los accidentados años 80, en la cual figuran personajes vinculados con la movida del cine peruano, filtrados por la ficción.
Al respecto, la revista Quehacer publica un diálogo con Abelardo Sánchez León, donde el autor vierte desenfadados comentarios sobre algunas películas y personas, como el recordado poeta, crítico y miembro de la revista Hablemos de Cine, Juan Bullita, a quien las nuevas generaciones de cinéfilos prácticamente no conocen. Lean pasajes de la conversa:
¿Y Bullita?
Hice eso también porque fue un homenaje a una timidez mía de nunca haberle hablado. No sé por qué. Lo recuerdo muchísimo porque él era el que hablaba en el cine club del sétimo piso del Ministerio de Trabajo. Me pasé mis estudios en Cayetano Heredia aburridísimos, y me escapaba a ver cine al ministerio. Vi un montón de películas y aprendí un culo de cine por Bullita.(…)
El personaje Rafael Delluchi hace una severa crítica al cine nacional.
Es que no quieren transferir el poder a los jóvenes. Son unas mierdas. Salvo Josué Méndez en Días de Santiago, que me gustó por austera sobre todo. Después hizo una huevada que se llama Dioses, horrorosa. Y La teta asustada me parece cine exótico para ganar festivales en Alemania, pero como historia autónoma se cae por varios sitios. Tiene algunos planos bonitos, pero esa falsa truculencia me llega un poco al pincho, ¿no?El establishment cinemero en el Perú no está, digamos, en esa casa de Rafael Delluchi.
No, él era un marginal.(…)
La novela transmite una ética. En un medio donde hay tanta gente que critica, se instala un fervoroso ambiente creativo.
Pero también es una época de mierda para hacer películas. La circunstancia histórica es una cagada y es la circunstancia de nuestra generación. Mucha gente no pudo hacer lo que quiso porque tenía que hacer taxi para sobrevivir en medio del empobrecimiento del país y la falta de oportunidades. Y, sin embargo, hubo gente que hizo cosas. Ese es un premio al empeño. En torno a la disciplina, mi viejo tenía una autodisciplina espantosa. Ahora con los años se ha relajado un poco. Pero todavía al mediodía sale a caminar una hora por recomendación médica y da vueltas al jardín. Yo al principio creía que lo mío era una rebeldía contra la disciplina, pero resulta que no. Terminé siendo disciplinado a mi manera. Jamás dejo una cosa a la mitad. Virus de mierda el que me metió el viejo. Eso de que las cosas se terminan aunque sea hasta el culo, pero las terminas, carajo.¿Quién es Rafael Delluchi?
Era un gordo que medía un metro noventa, pesaría ciento veinte kilos, barbudo, bien plantado. Su mamá era de una familia de artistas. Una mujer muy culta llamada Menina Pereira, hija de un pintor portugués que vino al Perú en 1910. Su papá era un señor de Barranco, Delluchi, él no hizo nada. Algo me contó que había sido motociclista y vago a los veinte años.
Previamente, el año pasado el periodista Jeremías Gamboa escribió una sabrosa columna en la revista Somos, en la que comenta cómo relata el libro la ansiedad de los aspirantes a realizadores, y ausculta la verdadera identidad del protagonista, un actor secundario y cineasta frustrado. Lean un pasaje a continuación.
Armando Robles Godoy falleció durante el XIV Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima y la coincidencia resultó aleccionadora. Precisamente en el año en que más y mejor producción nacional hemos mostrado, el director que labró en solitario la primera obra personal de nuestro país desde un completo páramo nos dejó para siempre. El hecho nos llamó la atención desde sobre la importancia de quienes desde hace mucho tiempo atrás han hecho posible la efervescencia creativa de la que ahora nos felicitamos. Robles Godoy es sin duda el gran héroe del cine peruano.
Sueños de cine
Pero no es el único. De hecho el homenaje más sentido que se haya hecho a los pioneros del cine peruano no se dio en el marco del festival internacional sino en la cabeza de un hombre de que ha pasado los últimos diez años de su vida recostado en su casa, sea escribiendo, pintando o viendo películas. Ese hombre se llama Rodrigo Núñez Carvallo y acaba de publicar una espléndida novela. Sueños Bárbaros, que no solo es un fresco logrado de de los años de pesadilla que vivimos entre finales del primer gobierno de García y la caída de la dictadura de Fujimori. Sueños Bárbaros es ante todo el más conmovedor testimonio de la tenacidad de muchas personas que eligieron dedicarse a un oficio tan complejo y demandante económicamente como el cine en un país sin medios. La narración se centra en la figura de Rafael Delucchi, un personaje de la vida real que fue actor de segunda línea en series y novelas como Gamboa y Carmín, en los años ochenta, crío jaguares en su casa, estudió cine en La Habana y consagró vanamente sus sueños y energías a convertirse en aquello que una época y una situación económica determinada no le permitieron, a él ni nadie, que estuviera vivo: ser director de cine en el Perú.
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