Un estreno de interés en las salas peruanas es una película tailandesa de horror, Viene por ti (Program na winyan akat), la opera prima de Sopon Sukdapisit –guionista de Shutter y Alone–, eficaz relectura del género que utiliza justamente la realización y la proyección cinematográficas como los factores que desequilibran la lógica de las cosas y desatan el espanto dentro y fuera de la pantalla.
Los primeros siete minutos constituyen una síntesis del relato, el punto culminante de una situación límite de la que no se da mayor información. En medio de interiores rústicos y cargados de penumbra, apreciamos una representación de crímenes demenciales y odios vengativos que encarnan, literalmente, el primitivo ojo por ojo. En el preciso momento del clímax, un par de contraplanos dejan ver que lo visto es una ficción dentro de otra, y es el punto de partida para que Sukdapisit convierta los fríos pasadizos y ambientes de un moderno multicine en la prolongación de la locura impregnada en el celuloide.
La trama es original y hasta curiosa, porque de algún modo, tangencialmente, recrea la problemática del negocio fílmico. El personaje principal, Chen (un intrépido y a la vez vulnerable Chantavit Dhanasevi), es un proyeccionista que trabaja para la piratería, por lo que es reiteradamente presionado para surtir material por su acceso privilegiado a las películas. La premisa podía inclinar el relato por otro lado, pero la grabación inconclusa le sirve de pista para descifrar las extrañas sensaciones y desapariciones que percibe en las instalaciones de su centro de trabajo. Esa revisión cuadro por cuadro en la cámara de video, tratando de encontrar rastros de lo inasible, entre la oscuridad de la sala y el corte abrupto, hace recordar al David Hemmings de Blow–Up de Antonioni.
Con su consumo de pop corn y alta asistencia en el estreno de «Evil Spirit», Sukdapisit presenta un espectáculo muy popular –hay que ver la sala repleta hacia el final–, peligrosamente masivo en el contexto de su argumento, y juega con la facultad del cine de plasmar a su manera hechos auténticos que las sociedades convierten en leyendas, en la historia de la enloquecida madre que, en la vida real ficticia, extrae los ojos de sus hijos y es castigada por los indignados vecinos. El maquillaje de las víctimas en esa secuencia que vemos repetidas veces es tosco, subrayado, intencionalmente expuesto; la mujer que es colgada por su criminal acción lleva en el rostro una especie de defectuosa máscara de muerta viviente.
El jovencito que es consciente de lo que está pasando, pese a ser inexplicable, y que involucra a su compañera, Som (Vorakarn Rojjanavatchra), en la resolución del misterio, funge de detective en dos ambientes emblemáticos para el cine. En primer lugar, el acceso a las fuentes testimoniales del «caso real», en las que se descubre que la película no es «fiel» a lo que sucedió treinta años antes, donde continúa la línea tenebrosa y se mezcla con un breve y puntual look documental; y luego el hallazgo de los archivos sin editar del making of, ese invento del marketing destinado a publicitar el producto acabado y que funciona aquí como un secreto y revelador «documental» de la búsqueda del realismo más negligente, el «Rosebud» de la maldición vampírica que persigue a los espectadores ávidos de un susto de dos horas. Son algunos de los mejores momentos de una propuesta que, sin ser impecable, llega a ser muy satisfactoria y destaca en la oferta de la cartelera.
Dir. y Guión: Sopon Sukdapisit | 95 min. | Tailandia
Intérpretes: Chantavit Dhanasevi (Chen), Vorakarn Rojjanavatchra (Som), Chantawit Tanasaewee, Sakulrath Thomas.
Estreno en el Perú: 07 de abril de 2011
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