A propósito de Paul McCartney, que acaba de realizar un concierto histórico en Lima, en la cartelera peruana se ha estrenado Mi nombre es John Lennon (Nowhere Boy), opera prima de la directora Sam Taylor–Wood, un biopic británico–canadiense de los años juveniles del famoso cantante y músico que conformara The Beatles y que falleciera en New York en 1980.
Aunque se omite su crédito, la película está basada significativamente en Imagine This: Growing Up With My Brother John Lennon, las memorias de Julia Baird, hermanastra del artista, adaptadas por Matt Greenhalgh, guionista de Control de Anton Corbijn y varias producciones televisivas. Salvo breves flashbacks que remiten al trauma definitivo de la infancia de Lennon, la narración es lineal, siempre lo acompaña en tiempo presente en su adolescencia de personalidad díscola y frágil entorno familiar, en la que asoma la música paulatinamente, por influencia de Julia (Anne–Marie Duff), su madre biológica que desaparece durante años de la vida del menor, por lo que comparte y disputa su tenencia con su hermana Mimi (una envejecida Kristin Scott Thomas). Una alienta y hasta juega a ser más joven que el hijo; la otra castra, oprime.
La cinta juega sus cartas claramente desde un principio. Es el biopic que recrea sobriamente los albores de una celebridad, tal como Young Mr. Lincoln de Ford, Young Winston (Churchill) de Attenborough, o Noi tre (Mozart) de Pupi Avati. No es una celebración hagiográfica del apogeo del divo ni de sus compañeros, sino un acercamiento a su etapa formativa, psicológica y musicalmente, por lo que el relato termina justamente en vísperas de la primera gira internacional de The Beatles, en Hamburgo, Alemania, en 1960, cuando apenas empezaban a desprenderse de la tutela del hogar y George Harrison tenía sólo 17 años.
La idea es recrear sin mayor aliento épico el magma del cual surgiría la inspiración de Lennon, a quien felizmente no se le presenta como predestinado absoluto, pero sí como un talentoso innato que tuvo los necesarios instrumentos y referentes melódicos en los momentos precisos. Sin embargo, esa carga parental es pesada, inclina el tono por el melodrama didáctico, las confesiones impactantes, los golpes emotivos, las explicaciones retroactivas y las idas y vueltas efímeras de una figura materna a otra.
Sam Taylor–Wood no tiene mayores pretensiones. Busca simplemente hacer el registro de una etapa histórica, de efervescencia por los cambios socioculturales, por ejemplo el choque entre la educación mojigata y la rebeldía juvenil de los años 50, y la conmoción que suscitan los hitos musicales, como los modelos que para el bisoño Lennon y otros aspirantes a cantantes son Elvis, Screamin’ Jay Hawkins y Jerry Lee Lewis, a quien oímos cantar Wild One al inicio de la cinta en contraste con la modorra de Mimi.
La realizadora quiere un perfil bajo, y lo encuentra en ese hábitat suburbano de modestos ingresos que rodeó a John, en el que no se vislumbraba su futuro de superestrella de la música mundial. Las vivencias con Paul y los demás se asemejan más a las de cualquier grupo de muchachos ansiosos por zafarse del control familiar que a las de futuros revolucionarios de la música y la cultura contemporánea. Esa modestia hace de Nowhere Boy un aceptable divertimento.
Finalmente, los actores Aaron Johnson, quien asumió la versión adolescente de Edward Norton en The Ilusionist, y Alex Ambrose –en un menor tramo del relato–, tienen interpretaciones cumplidoras y no encuentran mayores problemas para encarnar a Lennon.
Dir.: Sam Taylor–Wood | 98 min. | Reino Unido–Canadá
Intérpretes: Aaron Johnson (John Lennon), Kristin Scott Thomas (Mimi), Thomas Brodie–Sangster (Paul McCartney), Sam Bell, Anne–Marie Duff (Julia), David Morrissey (Bobby), Ophelia Lovibond (Marie), Josh Bolt (Pete), Alex Ambrose (John Lennon).
Estreno en el Perú: 5 de mayo de 2011
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