Este es un documental encantador por donde se le mire. Gira en torno a uno de esos personajes que siempre hay en las localidades y ciudades de provincia, el personaje emprendedor y curioso del pueblo; en este caso, el dentista cinéfilo Jorge Mario, quien realizó películas caseras y registros en Súper 8 –entre otras peculiares ocupaciones– en la pequeña ciudad de Concordia, en Entre Ríos, Argentina. En torno a él, el director Néstor Frenkel monta un simpático (cariñoso e irónico) homenaje al arte de la imagen en movimiento; desde el punto de vista de los esfuerzos insólitos que se desarrollan –escondidos en la cotidianeidad y rutina de una localidad provinciana– por este singular vecino.
La película tiene dos partes. La primera es una introducción donde se muestran fragmentos de videos caseros en formato Súper 8, presentados como secuencia de desarrollo de un subgénero de cine casero con temática familiar durante los años 70 del siglo pasado; naturalmente, tratados de manera irónica, con una locución que muchas veces hace contrapunto con las imágenes, y llegando hasta un simpático festival de cintas “superochísticas” en Buenos Aires. Lo cual funciona como un “gancho” para que el espectador siga viendo el filme y, a la vez, prepara e introduce al verdadero protagonista de la cinta.
Quienes vieron el anterior documental de Frenkel, Construcción de una ciudad, recordarán inmediatamente al Dr. Mario, ya que él proporciona el material documental de base para contar la historia de la desaparición, traslado y reubicación de la localidad de Federación, a causa de la construcción de una presa. O sea que el director mató dos pájaros de un tiro, ya que su personaje le proveyó material de uso estructural para el citado documental previo y, ahora, lo utiliza como tema para la cinta que comentamos.
Y vaya que el tipo es todo un personaje. No se trata de un simple amateur que acumula peliculitas caseras, sino de un obsesionado con el séptimo arte y el audiovisual. No le basta con llevar y contabilizar cuantas películas ha visto en cine o TV –en un archivo completo y minucioso, por títulos, directores y actores–, sino que también pretende emular a Jacques Tourneur, quien filmó en esa región una cinta titulada Way of a Gaucho. Mario no sólo inicia una campaña para colocar una placa que celebre el acontecimiento, sino que él mismo produjo y dirigió su propio western, Winchester Martín; y ahora quiere realizar el remake. Amateur narra estas acciones, pero también muestra muchas de las otras aficiones del personaje (dirige un programa de radio sobre cine, así como clubes de boy scouts y de tiro, etc.), esencialmente un coleccionista de diversos objetos, desde latas de cerveza hasta boletos del metro bonaerense.
Como en el caso de la introducción, el personaje explica sus avances y conocimientos del lenguaje cinematográfico, aunque también reconoce su amateurismo. Si bien el director destaca los aspectos sorprendentes y chistosos del personaje, no faltan tampoco los detalles menos felices; por ejemplo, la indiferencia del resto de vecinos hacia sus iniciativas (notables escenas en el parque, con niños) y, sobre todo, la casi muda presencia de su esposa de toda la vida (cuya expresión vacía sugiere no sólo su subordinación sino también el poco sentido que le provocan las pasiones de su esposo y, en fin, sugieren una aletargada resignación vital). Estos elementos de contraste no logran borrarnos la sonrisa en casi todo el transcurso de la película, pero sí ayudan a dar una imagen más completa del personaje; y, de paso, demuestran que es injusta la acusación de algunos que piensan que el director se burla de su personaje. No es el caso, la mirada de Frenkel es cariñosa y comprensiva incluso cuando muestra ciertos rasgos excéntricos del odontólogo y cineasta amateur entrerriano.
Quizás la crítica vaya por el hecho de que, en la exposición a los medios, la gente común y corriente siente que está siendo utilizada; y que, por tanto, su imagen no es “auténtica” (o, simplemente, no es la que imagina), olvidando que todo registro audiovisual, de por sí, supone una elaboración guiada –en mayor o menor grado– por una intencionalidad o un enfoque determinado. Lo que puede conducir, en muchos casos, a lo que en Perú llamamos un “maleteo” (broma o tomadura de pelo), el cual, para muchos –y sorprendentemente–, no parece un precio muy alto a pagar por aparecer en la pantalla, sea grande (cine) o chica (TV). Algo de este tipo de relación entre la gente y los medios hay en la cinta de Frenkel.
Sin embargo, más importante me parece señalar cómo el Súper 8 sirvió de antecedente para el tipo de intercambio de vídeos y fotos que hoy pueblan las redes sociales. Y cómo el público aspira a ser protagonista de sus propias historias en pantalla y, gracias al abaratamiento de las tecnologías audiovisuales, empiezan a serlo. Un caso “avanzado”, en este sentido, es el de Jorge Mario; quien a sus 70 años ya utiliza la computadora para satisfacer sus tendencias acumulativas (de información), pero que también mantiene en uso (cierto que a duras penas) las viejas tecnologías de filmación y proyección caseras. En cierta forma, es un museo viviente del audiovisual, un museo que pocos conocerían sino se hubiera realizado este hermoso documental.
Dir. y guion: Néstor Frenkel | 76 min. | Argentina | 2011
Fotografía: Diego Poleri
Edición: Nestor Frenkel
Producción: Sofía Mora
Música: Gonzalo Córdoba
Intérpretes: Jorge Mario, Ofelia Graziano de Mario.
Funciones en el Festival de Lima, agosto 2011:
– Centro Cultural PUCP – Sala Azul, sábado 6, 6:15 pm.
– Cineplanet Alcázar- Sala 7, domingo 7, 4:30 pm.
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