El cine de Matías Bize se caracteriza por una tendencia a encerrar a sus personajes y filmarlos en locaciones cerradas e incluso en tiempo real, para contar historias normalmente enfocadas en el ámbito de lo doméstico. Tal es el caso de esta cinta, cuya principal característica es el uso constante del primer plano y planos cerrados de grupos o parejas durante una fiesta de amigos en una casa; a veces, el protagonista aparece “atrapado” al interior del mismo plano, rodeado por otras personas u objetos. Otra constante, merced a un buen trabajo de iluminación, es que los personajes muchas veces aparecen filmados tras esas persianas de tiritas con coloridas piedritas de vidrio, o tras una pecera (lo que da título a la película), o detrás de pompones de luz creados mediante trucos fotográficos y el efecto de luces de discoteca –justificados por la fiesta–, que nunca llegan a ser demasiado intrusivos. Todo esto busca crear un entorno apropiado para este ligero drama romántico.
Cada escena de la cinta ocurre en una habitación de la vivienda, siguiendo con la cámara casi en todo momento al protagonista, empezando en el baño e incluyendo cocina y jardín trasero; de esta forma, el director crea una estructura simple, basada en una única locación y elaborada manteniendo una férrea unidad de tiempo y lugar. Entre cada escena el director inserta música, ya sea en off como al interior de la narración (sincrónica), demostrando que Bize tiene oído y buen gusto musicales, ya que se trata de piezas que dan el tono justo de equilibrada emoción que exige el guión. El relato transcurre en poco más de de una hora, durante la visita del protagonista principal –que vive en el extranjero– a la fiesta de unos viejos amigos, treintones todos, antes de marcharse al aeropuerto de regreso a Europa. Esto da pie a diversas conversaciones de dos, tres y más participantes; que rememoran incidencias de un pasado que se remonta a la infancia compartida, dentro de lo cual anida una historia de amor, la que constituye el centro del filme. Los diálogos son apropiados y están muy bien ensamblados para que el relato avance y se mantenga dentro de un tono intimista.
De lo anterior también se desprende que parte importante de la cinta reside en el trabajo de los actores, que en general es impecable; aunque los distintos roles no son particularmente exigentes. Ello porque el objetivo de la película –crear una sensación de nostalgia con unas gotas extras de melancolía– se cumple con cierta superficialidad. No niego que a muchos les agrade este enfoque light de un relato bastante simple, quizás más apropiado para una experiencia adolescente antes que “treintañera”; pero, en lo personal, asocio la nostalgia a una dosis variable de neurosis. Sea esta sugerida, enunciada o incluso hard, expresionista, explicitada hasta la auto indulgencia. Falta arrebato, intensidad. Es cuestión de gustos. Pero tampoco seamos injustos: La vida de los peces tiene atisbos de garra. Poco antes del final hay un magistral aclare de Beatriz –que en realidad es tanto un deschave del personaje como un desahueve a Andrés– que nos muestra, bajo ese tratamiento suave y sutil, una veta trágica, de vida medio desperdiciada y camino al hoyo, que aflige a la pareja; y que ha sido pausadamente cubierta por un manto de resignación desde el inicio mismo del filme.
En suma, esta película es narrativamente redonda y su realización exhibe un acabado perfecto, dentro de la propuesta estética arriba descrita. Lo que sí me parece un punto débil es la predictibilidad de su argumento y, en particular, del desenlace. Recomendable para quienes aspiren a rememorar una nostalgia juvenil y evanescente.
Dir. Matías Bize | 84 min. | Chile | 2010
Guión: Julio Rojas, Matías Bize
Fotografía: Barbara Alvarez
Edición: Javier Estevez
Música: Diego Fontecilla
Dirección de Arte: Nicole Blanc
Intérpretes: Santiago Cabrera, Blanca Lewin, Victor Moreno, Sebastian Layseca, Juan Pablo Miranda, Antonio Zegers
Funciones en el Festival de Lima, agosto 2011:
– Cine Planet San Miguel – Sala 1, sábado 6, 8:00 p.m.
– Centro Cultural PUCP – Sala Azul, domingo 7, 8:00 p.m.
– Cine Planet Alcázar – Sala 5, lunes 8, 9:45 p.m.
– Cine Planet Risso – Sala 8, martes 9, 8:30 p.m.
– Centro Cultural PUCP – Sala Roja, miércoles 10, 2:15 p.m.
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