Festival de Lima 2011: Música campesina

musica campesina

Musica Campesina
Camino a la reterritorialización o la cabra tira al monte.

Imagínese que una mañana usted sale de su casa al trabajo y, en vez de ir a su oficina se dirige al aeropuerto, compra un pasaje a Nashville –en el centro este de los Estados Unidos– y, luego de varias horas se encuentra solo, en un hotel barato, cerca del aeropuerto de esa ciudad norteamericana. Esa es la sensación que sentí al ver a Alejandro Tazo, este chileno algo desparpajado, mirando por la ventana la autopista y el paisaje suburbano, en las imágenes iniciales de esta interesante película de Alberto Fuguet. Esa sensación de libertad, de estar de pronto recién llegado a un lugar ajeno y prácticamente desconocido florecía en mi mente ya que los planos fijos y largos dejaban tiempo a la imaginación y a ese involuntario placer de los críticos, el “ver otras películas”. Y mientras iba mirando a Tazo haciendo números para pagar su alojamiento, auscultar el baño, ordenar sus pocas pertenencias (traídas de una estadía previa en San Francisco) y pasear por los alrededores, me decía a mí mismo ¡qué Duro de matar, ni qué Van Damme! ¡esta es la verdadera aventura, la que está al alcance de muchos, la de descubrir y explorar un lugar desconocido, en cualquier momento!

Pronto la cinta me distrajo de estas meditaciones, ya que el protagonista se puso a buscar trabajo. Y empecé a preguntarme qué lo condujo a este país, puesto que él mismo no sabía expresarlo en las diversas entrevistas que lo conducirían a los trabajos precarios que destina a los recién llegados esta sociedad desarrollada: limpia baños informal en hoteles de segunda, plomero fallido, vendedor en una tienda de música. Todas labores que llevan a pensar en un inmigrante ilegal que no tiene contactos ni el respaldo de una red de apoyo familiar, étnica o nacional. Más aún, el crecientemente desconcertado protagonista no parece tener mayor aptitud para ninguno de estos trabajos, no sabemos cuál es su oficio o profesión; y –salvo por alusiones a Johnny Cash– comprobamos que ni siquiera sabe mucho de la música country, cuyo centro artístico es justamente Nashville.

Entonces, ¿qué hace Tazo en este país? ¿por qué vino? Aparentemente la respuesta podría hallarse en el marco de alguna crítica a los padecimientos de los inmigrantes ilegales, ya que apreciamos a nuestro cabizbajo protagonista leyendo sobre el american way of life, sentado sin nada que hacer en una parada de autobús; y, antes, había explicado al dueño de un hotel que dejaba Chile por falta de oportunidades. Pero luego, cansado ya de hacerse entender en spanglish, vemos cómo se desfoga en castellano (en una memorable escena) con una mesera gringa que no entiende lo que le dice pero sí el sentido de lo que dice. Y entonces todo cambia, ya que la motivación del viaje y la estadía resultan ser puramente románticas. Lo que parecía un drama social se revela como un drama amoroso y, de pronto, todo adquiere un sentido: su deambular sin rumbo fijo, el silencio que reina durante el inicio de la cinta, sus esfuerzos por establecerse, sus intentos de interactuar con desconocidos/as. Todo ello es una forma de reconstruir su vida y buscar recuperar el amor perdido. A estas alturas comprendemos que gran parte del peso de la película descansa en la buena caracterización de Pablo Cerda, como Alejandro Tazo; así como en la habilidad del director (y también notable escritor) Alberto Fuguet para contar esta historia con un estilo sosegado y casi documental.

Mientras aguardamos el desarrollo de la historia de amor, la película se desliza más bien hacia la amistad, ya que Alejandro se hace pata de dos músicos bohemios del lugar, quienes escuchan sus confesiones pero con los que finalmente tampoco encaja del todo. Con el mismo ritmo laxo y pausado, Fuguet muestra los desencuentros entre Tazo y sus nuevos amigos al hablar sobre ropa o comida; hasta llegar a la escena musical final, de afirmación cultural de nuestro protagonista. De esta forma, el relato sentimental queda en nada y pasamos, tras el intercambio amical, a un retorno a la soledad inicial de Tazo. Es en este momento que presenciamos a última “vuelta de tuerca” y comprendemos que desde el principio esta película explora la diferencia cultural, los rechazos y atracciones del personaje central, pero también las que sienten por él sus habitualmente efímeros interlocutores.

Así tenemos que la estructura narrativa utiliza la ironía (sugerir lo que no es), mientras que las relaciones del protagonista con otros y con el entorno están dominadas por la atracción-rechazo por la diferencia y lo diferente. Y lo que observamos es un tránsito del protagonista hacia la reterritorialización; es decir, intentar echar raíces en otro lugar del planeta, pero plantando las mismas raíces del país y cultura de origen. No puede ser más significativo el ponerse a tocar una cueca en el corazón mismo de la música estadounidense más “auténtica” (si tal cosa existe). En ese sentido, otro elemento relevante en este filme son las oportunas acotaciones musicales, que apoyan tal contraste cultural.

Y esto me conduce a mi primera reflexión, que podría reformularse así: la libertad como posibilidad de tener múltiples identidades, de poder compartir culturas distintas y disfrutarlas; en un mundo en el que tal roce multicultural está exacerbado por las nuevas tecnologías de la comunicación. Según esta película, ello no sería muy factible. El tiempo y la distancia son difíciles de vencer; o, más simplemente, la cabra tira al monte. Por tanto, quizás no sea aconsejable, al salir en las mañanas camino al trabajo, desviarse al aeropuerto. Mejor, ir a la oficina y no desvariar con aventuras imposibles, propias de los críticos de cine, buenas en las pantallas pero no en la vida real.

Musica campesinaDir y guion: Alberto Fuguet | 100 min. | Chile | 2011
Director de fotografía: Ashley Zeigler
Edición: Sebastián Arriagada
Música: Gustavo Leon-Capedeville

Intérpretes: Pablo Cerda, James Cathcart, Cole Kinnear, Ezra Fitz, Karen Davidovich Whitehouse



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