Ahorremos las palabras y hablemos a través de los símbolos. Vistamos a sapos de conquistadores españoles y a camaleones de indios americanos y pongámoslos en una maqueta, hagámoslos volar por los cielos y demostremos así que en el gran circo tanto animal no importa cuando un ladrón venido a más se transforma en Jesucristo, el súper mesías de la era post hippie. Mejor aún, dejemos que la iglesia gorda y romana, enfundada en anacrónicas sotanas, replique a nuestro mesías incontables veces y lo deje tan mono que tendrá por seguidoras a una legión de putas de todas las edades. Cada puta tiene su historia y cada cruz su Cristo. Con los fariseos en la otra orilla construyamos, a imagen y semejanza, una moraleja que se lleve al nuevo hijo de dios, montado en un dirigible de globos rojos y azules, a la morada del gran director, alias el alquimista, alias Jodo. Con Jodo en el encuadre es más fácil convertir la caca en oro y reproducirse en los espejos, es más fácil, además, entender porqué entre tanta verborrea simbólica no entiendes ni caca. Y cuando parece que todo está perdido nuestro mesías es sólo un simple ladrón y el alquimista nuestro protagonista. ¿Egomanía psicomágica o pasada de vueltas de peyote? La verdad no importa porque la película recién empieza.
La morada de El Alquimista es el purgatorio donde aprenderemos sobre la guerra, el sexo, la violencia y hasta cómo crear el manual perfecto para matar a todos los peruanos. No crean ni por un segundo que el simbolismo ha terminado, solo que ahora tiene algún sentido: morir sin inmortalidad no es morir, es simplemente la nada. Y los amos del tarot son nuestros guías en esta empresa que sortea las más raras facciones de la personalidad humana. Es aquí que el encuentro con lo más profundo del inconsciente se hace palpable y podemos reconocernos, por fin, como espectadores de la divina comedia de Jodorowsky. La inmortalidad es, a estas alturas, el único hilo conductor al cual nos aferramos todos, tanto los que vemos como los que son vistos. La Montaña Sagrada es la inmortalidad y ahí nos dirigimos.
El viaje ahora sí es un viaje físico y el simbolismo empieza a escasear. Los elegidos, que no son otros que el ladrón, los amos del tarot y El Alquimista, quienes sortean problemas reales de un mundo real que abandona poco a poco el continente simbólico y repara en la Isla de Lotus, la última escala previa a La Montaña Sagrada. Es aquí que la tentación final tiene lugar y más que una isla especial Lotus es un cementerio de sabios condenados por su propia sabiduría y cobardía. Nuevamente El Alquimista salva la tarde y arrastra al grupo fuera del panteón de los olvidados. Su guardián en un radical esfuerzo por retenerlos les grita: “Idiotas, no saben lo que están perdiendo, ustedes pudieron hacer historia y ya empezamos a olvidarlos”
De fondo La Montaña Sagrada se ve casi inaccesible y el grupo, más sólido que nunca, empieza un ascenso siempre vertical que asusta a casi todos. El Alquimista sin pestañar lidera el grupo como quién ya estuvo ahí muchas veces. Una mujer que va tomada de la mano de un chimpancé y un hombre que es guiado por un tigre son los últimos rezagos simbólicos que vemos antes que los viajeros coronen la cima.
Una vez arriba todos esperamos el gran final, la coronación de un viaje casi perfecto hacia la inmortalidad, la tan esperada eyaculación de una sesión amatoria como ninguna. El Alquimista sienta a todos los viajeros en una mesa redonda surcada por líneas que dejan ver la figura del eneagrama de la personalidad. Y les dice: “Este es el final de nuestra aventura, vinimos buscando el secreto de la inmortalidad, para ser dioses y aquí estamos más humanos que nunca y si no hemos obtenido la inmortalidad, por lo menos obtendremos realidad, hemos estado viviendo en un cuento de hadas y ahora estamos vivos ¿pero esta vida es real? No, esto es una película”. Luego mira a la cámara y dice: “Zoomback camera”. Y lo que pudo ser la coronación sublime se transforma en un pajazo de realidad que ningunea toda la puesta en escena de esta gran obra de Jodorowsky.
Deja una respuesta