Hace mucho tiempo gran parte del cine peruano ha decidido enrumbarse por un camino, diríamos, asegurado: reflejar el fenómeno del terrorismo y sus consecuencias sociales, culturales o personales. Distintas propuestas, de antaño y de ahora, aún rebuscan en la temática para expresar aristas, rebuscar motivaciones, escarbar y sacarle provecho al más variopinto argumento que aluda a tan complicado periodo de nuestra historia republicana.
«Las malas intenciones», opera prima de Rosario García-Montero, dinamita una vez más el mito del terrorismo (en este caso, sus orígenes, a comienzos de los años ochenta) a fin de convertirlo en el marco desde el cual cuenta un relato bastante particular: Cayetana, una niña de ocho años, graciosa y bastante avispada, pero depositaria de un temperamento extraño, desequilibrado, fruto de una relación de padres separados. Entre los juegos infantiles y el paulatino descubrimiento de un nuevo orden social, le es revelado que su madre está embarazada. Allí empieza un gradual proceso de ira, frustración y depresión, que se marca por un solemne juramento personal: cuando su hermano nazca será el fin de su vida.
¿Por qué mirar una enésima película sobre el terrorismo? ¿Qué nos propone como novedad «Las malas intenciones»? En verdad, un guión bastante ambicioso, que cubre capas narrativas, que por un lado indagan en el fenómeno que se vive en las calles y empieza a manifestarse como una sinfonía cada vez más oscura. Por otro lado, enfoca la personalidad y los dilemas personales de una chiquivieja histérica y algo zafada, en relación no solo con su entorno, sino en función de una misión tanática. Finalmente, descubrimos una fábula bastante inusual, repleta de fantasía, inspirada en imágenes de los héroes nacionales, que apunta a ser un contrapunto onírico (o menjunje de imágenes barrocas, vaporosas, evanescentes) que juega a dos cachetes entre la fantasía y el delirio.
El dilema de la peruanidad contemporánea, entonces, se estrella con la afiebrada misión de una niña. Con apremiante desparpajo, Las malas intenciones abandona el tono serio y más de una vez entre el enfoque irónico, la mirada contemplativa y el discurso indirecto. Cayetana (interpretado por la sorprendente Fátima Buntinx) se enfrenta a una galería de personajes que son representaciones de arquetipos (la madre) o caricaturas (algunas gruesas, como aquel chofer que refiere al Morgan Freeman de «Paseando a Miss Daisy»). Como telón de fondo, los perros degollados, las hoces y martillos refulgiendo a puro fuego en los cerros de Lima, las noticias de la irrupción de un hasta entonces desconocido Sendero Luminoso.
La vida disipada que tiene Cayetana, cuyo encuentro con la “realidad” se basa más bien en su agudeza e inteligencia, funciona en esta película como una metáfora de clase, pero subordinada a su propio esquema despojado de pasiones. Lo que sorprende en «Las malas intenciones» es la sobriedad con que está filmada. La dirección técnica demuestra profesionalismo y descubrimos a una cineasta con oficio para poner la cámara en escenarios donde lo que quiere narrar se luce y resalta. García-Montero acompaña a su protagonista y a través de sus ojos evoca imágenes, inquiere paisajes, radiografía momentos (que se complementan con un esmerado trabajo de arte). Hay una carga muy personal que inunda cada movimiento. Los travellings de locaciones exteriores, el encuentro con la verdad, la alucinación, todos funcionan como piezas de un rompecabezas en que la realizadora ha puesto un empeño singular, destinado a provocar sensaciones (la mayoría de veces lo logra).
Pero así como García-Montero derrocha talento (y busca desesperadamente demostrárnoslo), también su propia capacidad de mostrarnos con la cámara lo que quiere nos permite descubrirle los yerros o desaciertos. Para nosotros, hay un problema básico: a esta película le sobra oficio y también historias. Su debilidad no se encuentra en su lenguaje, sino en su estructura.
Hemos dicho que este trabajo no solo se siente personal, sino bastante ambicioso. Parecen como si se hubieran superpuesto más de una historia, que buscan servir como espacios para el cometido de Cayetana. Lo difícil, por cierto, con tamaña complejidad, era hacer que los giros, las historias converjan, se unan con solidez e impecabilidad. Pero no pasa eso, pues a menudo se descubren marcados desbalance en el relato, en que el sueño del principiante, del joven artista por querer abarcarlo todo, debe chocarse con una obsesión visual que no solo muestra, sino también revela.
García-Montero, así, buena artesana del oficio, no es Charly Kaufman (el gran arquitecto de historias fílmicas). El argumento se da de bruces con problemas de ritmo, con fragmentaciones que a veces suenan como disonancias marcadas en medio de una exquisita sinfonía. Los momentos más disparatados y menos logrados son los que involucran la presencia fantástica de los héroes, por momentos algo risible. Y, además (este quizás es no tanto un problema del guión, sino una apreciación muy subjetiva del autor de esta nota), se desprende una leve superficialidad a la hora de encarar escenarios sociales o dilemas históricos como los que sirven de contexto. Finalmente, salvo excepciones (entre ellos de Melchor Gorrochátegui, personificando a Isaac, el chofer), los actores no siempre suman al resultado final de la película.
Las malas intenciones, entonces, queda como una recopilación de escenas bien trabajadas, la sólida presencia de un personaje tan fascinante como Cayetana y una propuesta arriesgada, donde el alma de García-Montero está presente de modo omnisciente. Lástima que las apariencias engañen y al final ese filme que tenía todos los visos y posibilidades de hipnotizar, seducir, manipular y persuadir al espectador termine como una guía de sentimientos encontrados, una propuesta interesante y meritoria, pero no memorable como nos había vendido el tráiler (donde suena la inmortal «Es mi vida» de Salvatore Adammo).
Con todo, esta es la mejor película peruana estrenada en lo que va del año.
Dir. y guión: Rosario García-Montero | 106 min. | Perú – Argentina – Alemania | 2011
Intérpretes: Fátima Buntinx, Katerina D’Onofrio, Paul Vega, Kani Hart, Melchor Gorrochátegui, Jean Paul Strauss, Alberick García, Nicolás Fantinato, Carlos Vertiz, Pietro Sibille, Fernando de Soria, Claudia Dammert.
Fotografía: Rodrigo Pulpeiro
Edición: Rosario Suarez
Música: Patrick Kirst
Directoras de arte: Susana Torres, Patricia Bueno de Llosa
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