El coreano Chan-wook Park es probablemente uno de los mejores cineastas asiáticos en la actualidad, así como un referente mundial ineludible. Famoso por películas como Oldboy o Sympathy for Lady Vengeance (parte de la imprescindible Trilogía de la Venganza que inició con Sympathy for Mr. Vengeance), presenta una obra caracterizada por la construcción de personajes marcados por tormentos de la conciencia, en medio de situaciones límite, con escenarios alucinantes o desconcertantes.
Thirst (titulada en español como «Sed de sangre» y en Lima con el ridículo nombre de «Rito diabólico») narra la historia de Sang-hyeon (interpretado por un convincente Kang-ho Song), atormentado por el dolor de la humanidad, quien decide ofrecerse como voluntario para una prueba experimental destinada a curar un virus mortal. Por extrañas circunstancias, es contagiado por algún tipo de mal que lo dota de poderes físicos sobrenaturales, así como un desaforado apetito sexual y –oh, sorpresa– una necesidad básica por consumir sangre para sobrevivir. El guión (a cargo de Jeong Seo-gyeong, habitual colaborador del director), está inspirado en “Thérese Raquin”, novela del gran escritor francés Emile Zola, publicada originalmente en 1867.
Una vez más, volvemos al tema de los vampiros, mitología que ha sido desnaturalizada y desprestigiada hasta el hartazgo por la serie Twilight (yo no entiendo para qué se siguen gastando tantos millones de dólares en producir esos bodrios, pero eso supongo será material para otra columna). No obstante, Park, inspirado claro está en su propia tradición cinéfila, sabe que eso solo es, si se quiere, un pretexto para volver a plantearse un relato a su manera, con personajes desaforados, mezclando géneros que van desde el terror, la fantasía, el drama romántico y el cine negro norteamericano y una puesta en escena marcada por el desquicio barroco que se dispara por múltiples vías.
La transformación paulatina del cura, que lleva con estoicismo su enfermedad y por encima de todas las cosas se niega a lastimar a la gente para poder alimentarse. El dolor físico y los cambios en el cuerpo se sienten muy reales y al espectador también lo afectan. Sin embargo, los tormentos de conciencia van de la mano del descubrimiento de la voracidad y, por cierto, del hedonismo, el placer, la libertad, la ansiedad depredadora y animal, filmados sin sentimentalismos de ningún tipo.
En esa transformación, se produce el encuentro del sacerdote con Tae-ju (Kim-ok Bin), una muchacha que vive en la casa de su madrina, tratada con cierta hostilidad paternalista, al servicio del enfermizo hijo de la familia. Tae-ju se siente infeliz, y procura desesperadamente abandonar su vida habitual.
Este deseo manifiesto le da a la historia un impresionante arsenal de puntos de apoyo. El cura preocupado por sobrevivir y no lastimar a nadie acompaña a Tae Ju en la búsqueda del amor y el placer carnal. A cambio, ella busca en él el secreto para abandonar lo que considera una existencia miserable y aburrida.
En este momento, el cineasta empieza a divertirse con furia, no solo apelando a un humor bastante peculiar, sino también porque despliega la retórica visual que lo han hecho tan famoso. Por ejemplo, las parafilias sexuales presentes en la película son tan marcadas que por algún momento provocan en el espectador promedio lo mismo sonrisas nerviosas, compenetración o desconcierto. Tae-ju le chupa los dedos de los pies a Sang-hyeon y la gente no sabe qué hacer.
El escenario, en todo caso, cargado y tenso, en donde se genera este festín de divertimentos, sin embargo tiene un mensaje implícito: la progresiva transformación de Tae-ju, mosquita muerta con aureola de víctima, en una verdadera arpía, sedienta de sangre, decidida a vivir sin ningún límite. Una femme fatale perturbadora, por su carácter manipulador, insaciable, violento, que va llevando su transformación contracorriente del sacerdote. “Ahora somos bestias caníbales”, le dice ella. El amor se vuelva bestia y se enmarca en estos dos polos, en los cuales él por primera vez está dispuesto a traicionar su fe y sus principios por ella. La actriz Kim-ok Bin retrata así una de las antiheroínas más sorprendentes del cine contemporáneo.
En medio de esta metamorfosis, Chan-wook Park ya nos escupe su locura en la cara y se traslada feliz por diversos tópicos. A partir del final de la primera hora, uno empieza incluso a pensar que el propio cineasta ha sucumbido a su propio delirio, que va lo mismo de la mitología popular al romanticismo dramático del siglo XIX como si de juguetitos se tratara, dilatando el tiempo a su antojo, sembrado imágenes hipnóticas por doquier. Evidentemente, esto no es así, pues su obsesión por retratar la irracionalidad humana lo lleva a plantearlo claramente no solo en sus personajes sino en el desarrollo mismo de la película.
A partir de eso, el onírico balbuceo narrativo empieza a adoptar un tono exacto e implacable. De un momento a otro, vemos vampiros volando por la ciudad, siendo parte de un juego de cortejos muy intenso. Empieza a cerrarse un círculo, en el cual ambos personajes se atraen, pero al mismo tiempo van sintiendo repulsión por sus respectivos temperamentos. Los efectos especiales convincentes, son más austeros pero más persuasivos que los gringos, en casos como éste.
La violencia no es gratuita en Thirst. Tiene que ver con la forma en que todos nos movemos en el mundo. Nadie es inocente, ni los miembros de la familia de Tae-ju que empezaron más bien siendo caricaturas esperpénticas del abuso y terminan como víctimas.
Entonces todo vuelve a encontrar sentido. Los últimos treinta minutos la película son como una gran maquinaria donde todas las piezas que planteó el director, algunas en apariencia caótica, empiezan a calzar perfectamente. Ya no hay inocentes ni victimarios, solo seres que deben hacer lo que su naturaleza e instinto señalan. La violencia se convierte en modo de vida y ante ello el cura empieza a preguntarse si su súperhumanidad (o extrahumanidad) no lo ha despojado de su esencia culposa.
El final, extremadamente sobrio y conmovedor, sintetiza de modo muy claro lo que el director quiso mostrar: un cuento fantástico y demente, pero también una historia sin tapujos sobre la pareja, sobre los deseos, la culpa y, claro está, sobre el amour fou, práctica en que a veces los seres humanos incurrimos: sucumbir a la pasión sin límites ni tapujos.
Filme inolvidable, Thirst es uno de los mejores estrenos del año en nuestra cartelera y una muestra de que Chan-wook Park es uno de los cineastas mundiales imprescindibles a los que hay que seguir en la actualidad.
Bakjwi. Dir. Chan-wook Park | 133 min. | Corea del sur
Guión: Seo-Gyeong Jeong, Chan-wook Park
Intérpretes: Kang-ho Song, Ok-bin Kim, Hae-sook Kim, Ha-kyun Shin
Estreno en Perú: 1 de diciembre de 2011
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