Tal como se anunció en la víspera, el lunes 12 de diciembre se realizó la presentación de Fragmentos, el primer trabajo estudiantil de largo aliento producido por la Escuela de Comunicación Social de la Universidad San Marcos.
Más allá de algunos hechos anecdóticos y tropiezos en la presentación, ayer se pudieron ver muchos trabajos de los estudiantes universitarios, videoclips, spots para TV, cortometrajes, en la Muestra organizada por dicha escuela.
Si bien el nivel de producción fue el esperable, de noveles realizadores dando sus primeros pasos en el audiovisual, cierto malestar se dejó sentir en un sector de los asistentes, en particular, de algunos egresados de esa misma Escuela, quienes se lamentaban del bajo nivel artístico de las producciones, y sobre todo de las condiciones en que éstas vienen siendo realizadas, considerando que éstas provienen de una universidad pública, donde la enseñanza de primer nivel debería ser gratuita.
Es así que, a propósito de esta presentación, un ex alumno sanmarquino, el comunicador audiovisual Eduardo Rodríguez Acosta, nos envía este texto, que creemos vale la pena compartir para poner el tema en discusión:
Fragmentos (de una escuela)
Ayer se presentó en el auditorio de la Facultad de Letras de San Marcos el largometraje «Fragmentos», arriesgado proyecto audiovisual llevado a cabo por quince alumnos del sexto ciclo, bajo la supervisión de la Lic. María del Carmen Fernández. Todos ellos juntos llevaban la responsabilidad de presentar “el primer largometraje realizado por alumnos de la escuela de Comunicación Social de San Marcos”, pequeña carga para estos jóvenes que deben bordear los veinte años.
De la obra no se puede rescatar demasiado. Es una historia inconexa, de actuaciones forzadas, situaciones ridículas, narrativa primariosa (esto era de esperarse por la misma condición de alumnos) y técnicamente paupérrima.
Empezamos la historia con un tibio atisbo de situación pedófila. Luego van presentándose el resto de personajes. Hasta llegar a un anciano catedrático sobre quien recae toda la responsabilidad de la historia. Un personaje interesante cuando se le presenta, presa de su inseguridad y cierta cobardía pintoresca, pero que, como el resto de la película, termina siendo víctima de un guión que jamás terminó de cuajarse y se convierte en la caricatura de un viejo patético, cobarde y ridículo. El resto de la historia son situaciones inverosímiles, daban la impresión de ser cortos universitarios pegados uno tras de otro por algún mero capricho de edición y expuestos en 75 tortuosos minutos.
A la dirección queda poco que reclamarle. Debido a su inexperiencia, los tres estudiantes que asumieron la responsabilidad de dirigir esta obra jamás lograron darle un rumbo a la historia. No pudieron encaminar las actuaciones y permitieron que éstas se vean empañadas por vicios propios de actores amateurs y sin mayor relación con la caracterización de los personajes. Una vez más vuelvo la mirada a aquel anciano catedrático y lamento el desperdicio de lo que pudo ser un buen personaje.
Pero más allá de estos errores –de los que deben sobreponerse estos jóvenes y aprender de ellos– queda la responsabilidad de aquellos que guiaban a estos estudiantes en el arduo camino de realizar un largometraje. La profesora encargada del curso, la Lic. María del Carmen Fernández, y aquella empresa productora que brindaba el soporte técnico llamada «Kaballo de Fuego». Ellos, como personal experimentado en realizaciones audiovisuales, debieron asumir el compromiso de poder aconsejar a estos jóvenes. Planos que no terminan de entenderse ni justificarse, iluminación sin intención fotográfica alguna, edición de aficionado, terrible musicalización y nula postproducción, son las cartas de presentación de esta productora que debía velar por la calidad técnica de la historia.
Esto es, a grandes rasgos, lo que deja «el primer largometraje realizado por alumnos de la escuela de Comunicación Social de San Marcos»: una terrible herida para aquellos, que como yo en mi condición de ex alumno, le tienen el suficiente aprecio a la Escuela Audiovisual de San Marcos como para reclamar cuando las cosas no se están haciendo bien. Cuando se está usando el nombre de la universidad para respaldar trabajos sin calidad narrativa o audiovisual alguna. Cuando se somete a jóvenes alumnos al escarnio de ojos críticos. Cuando jóvenes sanmarquinos consiguen reunir, seguro con grandes esfuerzos, alrededor de 8000 soles para llevarse la grata experiencia de tener la realización de un largometraje en su haber, pero terminan estrellándose contra la dura realidad de comprobar que la calidad de su producción no está al nivel del esfuerzo que le pusieron. Cuando, aquella persona que debe formar alumnos en base a la libertad creativa y la experiencia de equivocarse y aprender de sus errores, firma como «Productora Ejecutiva» casi la totalidad de los proyectos de sus alumnos. Cuando los egos se ponen por encima del beneficio colectivo.
Actualización [14 dic]: Algunos alumnos sanmarquinos han creado un grupo en Facebook donde viene discutiendo este asunto. Y también la profesora Fernández ha comentado este artículo en su página de Facebook.
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