Esta película es triste, triste, muy triste. Y se apoya en gran medida en el trabajo actoral de George Clooney. En principio, es inverosímil que un personaje que sufre los mazazos emocionales que suponen una tragedia y subsiguiente drama familiar –con las desagradables decisiones y sorpresas que, a veces, enlutarán aún más el luto–, no resulte hundido en la más profunda depresión y se quede paralizado.
Matt King, el protagonista, en cambio, enfrentará la relación con sus chúcaras hijas y buscará conocer la verdad de su relación de pareja, pese a hacerlo en las circunstancias más adversas que quepa imaginar. Lo vemos, desde el inicio, como un padre preocupado y embargado por sentimientos de culpa, que intenta prepararnos para lo que será un ilusorio reordenamiento de su vida. Que al final esto resulte posible y creíble solo se explica por el trabajo de Clooney, quién, como todo buen actor, consigue construir un personaje sin mayores alardes, como si solo fuera él mismo siempre, en toda circunstancia, encontrando la mejor salida posible, ante cada dificultad u obstáculo, que en este caso son muy diversos.
Pero la película tiene otros componentes que apoyan este trabajo y construyen un contexto emocional que sirve de contrapeso y que lleva el relato más allá de la mera anécdota individual. La búsqueda de verdad del protagonista lo llevará a viajar por las islas Hawaii, donde transcurre la cinta. De esta forma, los episodios del drama familiar estarán separados por tramos en los que apreciaremos el paisaje urbano y natural de las islas, felizmente sin preciosismos, sino con afán realista y explotando su belleza; adicionalmente tenemos en la banda sonora música tradicional hawaiana que ofrecen un soporte adicional al contexto geográfico.
Estas partes nos sirven como relax frente a las tensiones de la búsqueda del protagonista. Pero en su periplo vamos conociendo también a su familia extensa y nos vamos conectando con otro ámbito, el de la relación entre la tierra y el grupo familiar; es decir, las raíces culturales y la memoria que se construyen en la localidad del personaje, en su geografía humana. Este es otro ámbito, que se va desarrollando en paralelo y que encontrará su eclosión en el desenlace, abierto, de esta película.
Hay que reconocer que no hay un nexo dramático fuerte entre estos dos planos de significación de la película. Pero ello no es un defecto, ya que el director Alexander Payne apuesta a que tal nexo se realice sutil y gradualmente, mediante la mostración del paisaje, la fotografía y esa tendencia al road movie, que conduce también –por esas vías– a un descubrimiento y transformación del personaje; o, como en el caso de esta cinta, a un replanteamiento dramático.
Algo parecido observamos en cintas anteriores de este realizador, como las notables Entre copas y About Schmidt, donde la presencia de la naturaleza y las raíces culturales asociadas con la misma, contextualizan y buscan lograr un efecto sobre los retos que enfrentan y los conflictos que afligen a los personajes.
Rescato en todo esto la voluntad de Payne por ir más allá del drama personal de los personajes, hacia una mostración de diversos aspectos del mundo que los rodea y con el cual interactúan. Ya esto es un logro frente al mero cine de entretenimiento o autocomplaciente, sin ser tampoco un filme pretencioso. En tal sentido, esta película gustará no solo a los fans de los dramas familiares sino también a todo buen amante del cine.
The Descendants. Dir. Alexander Payne | 110 min. | EE.UU.
Guion: Alexander Payne, Nat Faxon y Jim Rash; basado en la novela de Kaui Hart Hemmings.
Intérpretes: George Clooney (Matt King), Judy Greer (Julie Speer), Matthew Lillard (Brian Speer), Beau Bridges (primo Hugh), Shailene Woodley (Alexandra), Robert Forster (Scott Thorson), Nick Krause (Sid),Patricia Hastie (Elizabeth King), Amara Miller (Scottie King), Mary Birdsong (Kai Mitchell), Rob Huebel (Mark Mitchell).
Estreno en Perú: 2 de febrero de 2012.
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