La película inaugural del BAFICI 14 fue la opera prima de Armando Bó, heredero de una familia ligada al cine desde hace más de setenta años, hijo del productor Víctor Bó, que participa en esta cinta, y nieto homónimo del versátil cineasta que hizo, junto con su esposa Isabel Sarli, una de las parejas más famosas del cine latinoamericano.
El último Elvis es un retrato de alienación personal, de la fijación patológica de un hombre maduro, Carlos Gutiérrez, con la etapa crepuscular de Elvis Presley, a quien imita y reverencia en todos sus referentes artísticos y personales. Empleado en una fábrica, dedica casi todo su tiempo libre a cantar brillantemente sus canciones en un discreto pub, con el vestuario, las patillas, el físico voluminoso y la mala alimentación del desaparecido artista. El nombre de Lisa Marie, la esposa del divo, aparece en el auto que envejece como su dueño, y en la identidad de la pequeña que hereda cierta parquedad de sus progenitores. La sombra de Elvis aparece hasta en la TV de la casa, y el título Love Me Tender en el brazo de la esposa accidentada.
Con sabor de grisura urbana, el relato transita en medio de la excentricidad y la amargura, con el protagonista rodeado de freaks como él, que imitan a Lennon, Iggy Pop, Britney o Jagger, y presionado por la madre de su hija, que sí vive en el mundo real y lo aterriza por los apuros económicos y su ausencia física o mental. Existe un quiebre cuando ambas terminan en el hospital y pasan a depender completamente de Carlos. Pero esa situación es temporal, y cuando se recuperan el imitador vuelve a su (ir)realidad.
Son esos virajes argumentales los que provocan un cierto desfase hacia el final, porque Carlos se entrega al fanatismo de modo irracional, con la licencia de un muy fácil acceso a las instalaciones de Graceland, la mansión de Presley ubicada en Memphis, Tennessee. Armando Bó apuesta por el abordaje recargado, con altos decibeles de la música, y una caída solemne, lo que resta contundencia al resultado final.
Sin embargo, Bó logra una opera prima muy aceptable, con suficiente pulso narrativo, gusto de construir personajes y buen ojo para armar el reparto, principalmente con John McInerny, que es fundamental para transmitir la verosimilitud de una historia tan demente, todo un hallazgo para el cine. Y qué bien canta, con sus propias interpretaciones de los temas que hicieron célebre al Rey del rock and roll.
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