El hall de un centro comercial es el escenario en que inicia esta interesante película.
Dos niñas rubias se dan cuenta que perdieron dinero y buscan en sus bolsillos dejando al descubierto todo lo que tienen. A cierta distancia, cinco niños y adolescentes negros se percatan de las niñas y urden un plan. Al rato, las chicas son abordadas por dos de ellos que le piden la hora y, entonces, empieza el sufrimiento.
Uno de los chicos ‘reconoce’ que el celular donde una de las chicas le pertenece a un hermano suyo, asaltado hace unos días. Las chicas lo niegan, pero entonces son rodeadas por la pandilla en pleno. En total desconcierto de voces, esgrimen diversas razones en distintos tonos y gestos agresivos (que no incluyen la violencia física) y que terminan por abrumar e inmovilizar a las chicas. La suerte está echada.
Desde ese momento y hasta el final de la película, la tensión no cesa y el espectador es sometido a una suerte de bullying sentimental e ideológico semejante al que sufren los dos chicos blancos y su amigo oriental, que aparecen después y también son perseguidos y acosados por la pandilla. A ellos los acompañamos hasta el final de semejante tortura que incluye el rapto y el robo de sus pertenencias, disfrazado de juego y competencia.
Durante las dos horas que dura la película nuestros sentimientos y pensamientos sobre el racismo son confrontados y afectados considerablemente; acostumbrados a ponernos siempre de parte de las minorías oprimidas, no podemos concebir la posibilidad de pensar distinto. La violencia no tarda en llegar, y cuando esto sucede, no lo hace tampoco del lado que podíamos esperar. Y entonces, se hace ineludible otra forma de pensar y afrontar el problema que vemos frente a nosotros, más allá del idealismo y el lirismo.
Entre estos sucesos, un tren avanza con el inconveniente banal de una cuna vacía puesta entre los vagones y que “dificulta” el tránsito de las personas, y un grupo de música folclórica toca en una plazuela ante la mirada atónita de los ciudadanos suecos. Dos situaciones aparentemente sosegadas pero que guardan, muy en el fondo, vestigios de una violencia cotidiana y ancestral nacida del poco o inexistente interés por conocer realmente al otro.
El responsable de este espectacular juego de tensiones y provocaciones afectivas, culturales e ideológicas es Ruben Östlund, nacido en Suecia en 1974. Tiene en su haber dos cintas anteriores «The Guitar Mongoloid» (2004) e «Involuntary» (2008).
Filmada a partir de hechos reales sucedidos en Goteborg a fines de la década pasada, Play tiene una puesta en escena sencilla: Östlund coloca su cámara frente a los hechos como si fueran nuestros propios ojos, oculta deliberadamente lo que no se ve en ese ángulo, establece el plano secuencia como base de la narración, y deja fluir las situaciones y los personajes que tienen la virtud de ser naturales y espontáneos.
Presentada en la sección Cine del Futuro del 14° BAFICI, «Play» es una película imperdible.
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