A propósito de la exposición «Yo no me río de la muerte» dedicada a la vida y obra de Javier Heraud (1942-1963), y que estará abierta hasta el 8 de junio en la Sala Luis Miró Quesada Garland, de la Municipalidad de Miraflores, rescatamos un artículo del cortometrajista Nelson García, publicado el año 2002 en la revista sanmarquina «Butaca», sobre el interés que despertó el cine en el poeta miraflorino.
En 1962, Javier recibió una beca para seguir estudios de cinematografía en Cuba, país hacia el que partió el 29 de marzo, y regresó muy pronto como guerrillero para morir en Madre de Dios.
El artículo ofrece un primer acercamiento a la cinefilia del autor de «Estación reunida» con testimonios que corroboran esta pasión, entre ellos los de su familia, el poeta Washington Delgado y dos de sus amigos más cercanos: Arturo Corcuera y Mario Razzeto, compañero de viaje de Heraud en su estancia en La Habana.
Javier Heraud y el cine
Mario Razzeto
Recuerdo a Javier como un aficionado muy serio, como un hombre que estaba preocupado permanentemente por el cine e mucho sentidos; veía mucho cine, hablaba de películas con pasión y conocimiento, leía y se informaba en libros y revistas de este arte. Como puedes ver, más que una afición era una pasión por el cine.
En nuestra adolescencia fuimos lectores de la revista ‘Ecran’, especializada en el cine de estrellas. Era algo frívola, pero con algunas cosas interesantes. También hemos conversado mucho a partir del libro «Historia del Cine» de Georges Sadoul,que era una gran fuente de información y un instrumento elemental, importante, de apreciación. Sadoul entiende el cine no sólo como un producto cultural, sino como producto ideológico, veíamos los filmes desde esta perspectiva. Se podría considerar al cine como un importante elemento en su formación política.
Su familia tenía una biblioteca muy valiosa, era el único de nuestro grupo que poseía una colección completa de la revista Amauta. Conocíamos, gracias a esa colección, el artículo de José Carlos Mariátegui «Esquemas para una explicación de Chaplin«, que nos fascinó por la lucidez con el que el Amauta analiza y descifra a Charlot. En cuanto a lenguaje, estábamos preparados para leer la imagen, reparábamos en el uso y funcionalidad de la fotografía: posiciones de cámara, movimientos, profundidad de campo. Javier conocía el nombre de Eduard Tissé, el fotógrafo de Eisenstein, y el de Gregg Toland, el fotógrafo de Welles.
Hablamos mucho de Rebelde sin causa y de James Dean. Era un ídolo de nuestra adolescencia. Conversábamos mucho sobre la rebeldía, que nosotros estábamos encauzando hacia otro terreno. Dean era un producto de la sociedad norteamericana, donde los jóvenes obnubilados por el sistema no veían, no encontraban las causas de su rebelión. En la sociedad peruana las causas eran evidentes.
Quedamos impactados por un ciclo europeo en el cine club del colegio Champagnat, con películas como Hiroshima mi amor de Resnais, Rocco y sus hermanos de Visconti, y la obra que creó el mito Fellini: La dolce vita. Había una suerte de competencia entre los dos sobre las películas que habíamos visto. Javier pasó por París de regreso de la URSS. Me contó que había ido a la Cinemateca y que lo había deslumbrado el expresionismo alemán, Caligari, Mabuse. Después me tocó viajar a Europa, regresé y lo primero que hice fue buscarlo y decirle: «te gané, he visto Viridiana«. Javier hizo que le contara la película de Buñuel detalle por detalle.
Junto a James Dean, fuimos capturados por el mito de Marilyn Monroe. También nos apasionaba Humphrey Bogart. Javier apreciaba mucho a Hemingway, sus personajes se asemejaban mucho a los papeles interpretados por Bogart, el antihéroe con el cual nos identificábamos por su lucidez, por su deseo de transformar el mundo, y por su impotencia para lograrlo.
¿Esta pasión de Javier por el cine era de tal grado que estaba interesado él mismo en dirigir?
Sí, en varias ocasiones habló de que, aparte de la poesía, lo que le gustaría hacer era cine. Lo que a él le interesaba era escribir guiones y dirigirlos. Quería prepararse. Conversábamos mucho sobre Jean Cocteau, un poeta que también hacía películas y a quien conocíamos por lecturas: de su cine sólo llegamos a ver La bella y la bestia que nos pareció grandiosa.
¿Mantuvieron la afición cinematográfica en La Habana? ¿Cómo se sentía Javier?
Recuerdo haber visto en la televisión cubana un ciclo de Bogart con Tener o no tener de Howard Hawks, El halcón maltés de John Huston, y otras, mientras que en la Cinemateca daban un ciclo de Marilyn, al que también asistimos. Nos encontrábamos, pues, con nuestros ídolos. También pudimos conocer la obra de autores de quienes solo teníamos referencia, por ejemplo, Flaherty y sus documentales Nanuk el esquimal y El hombre de Arán. Nos deslumbramos con Aleluya de King Vidor y El delator de John Ford.
¿Cómo fue la relación de Javier con el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC)? ¿Llegó a hacer cursos de cine en Cuba, participó en alguna filmación?
Llegados a La Habana, lo primero que hace es presentarse al ICAIC y habla con René Depestre, un poeta haitiano que trabajaba desde mucho en Cuba. Al regresar al hotel lo encontré un poco desconcertado, no se había pensado en hacer cursos de enseñanza de cine, lo que se hacía en esos años era distribuir, comprar y exhibir películas, organizar una cinemateca y producir cine, en especial, el noticiario. Las gentes que fundaron el ICAIC eran personas vinculadas más a la actividad cinematográfica que a la enseñanza. Destacaban Julio García Espinoza y Tomas Gutiérrez Alea, que había estudiado en el Centro Experimental Cinematográfico de Roma. Cuando llegamos, estaban haciendo largos y cortos de ficción que no habían gustado mucho al público. Lo que sí gustaba y se impuso como una verdadera arma de la revolución fue el noticiario del ICAIC. Lo hacía una persona que no había estudiado cine, Santiago Álvarez, quien aprendió en la práctica de hacer un trabajo semanal: El noticiero latinoamericano. Lo admirábamos y sabíamos que, de hacer cine en el Perú, haríamos algo parecido.
Jorge Heraud, padre
El cine fue su pasión desde niño. Cerca de mi casa había dos cines: El Leuro y el Excélsior. Casi todos los días se escapaba para ver películas. La mayoría de sus propinas iban a las boleterías de esos cines.
Cecilia Heraud, hermana
Recuerdo que le impresionó mucho la película Pasaron las grullas. Yo la fui a ver con él, después la fui a ver con Mituca, nuestra otra hermana. Me comentó que era la película más bella que había visto.
Washington Delgado
A principios de los 60, en las labores de Extensión Cultural de la Universidad Católica, se hizo teatro y también un cine club que funcionaba en el Colegio Champagnat. Estaba formado por aficionados serios e informados, entre ellos Javier Heraud.
Arturo Corcuera
Dentro del grupo de poetas jóvenes que conformábamos la Casa de la Poesía de Barranco, destacaba Javier por su pasión por el cine, por su amplia cultura cinematográfica. Ya consolidado su ideal político de izquierda, su gusto cinematográfico seguía siendo amplio; disfrutaba el cine americano, francés, japonés, etc. Su paso del interés por el cine a la lucha armada me parece que se produjo de modo espontáneo, por convicción propia. Por esos años en Cuba se vivía un estado de revolución y una persona tan sensible como Javier vibraba con esto, y quién no tenía ganas inmediatamente de tomar las armas y prepararse para la lucha armada.
Correspondencia del poeta desde la Habana:
«Acá voy mucho al cine, dan excelentes películas todos los días» (16.5.1962).
«Me he hecho amigo de una señora que trabaja en el Instituto del Cine (no es una academia, sino un laboratorio y equipos que filman películas) que me va a vincular con los encargados para que yo entre a practicar allí el tiempo que sea necesario. Por eso estoy feliz y contento» (25.5.1962).
«Yo por mi parte me voy vinculando con gente del cine, pues no funcionaba todavía una academia, pero sí un instituto que filma documentales y largometrajes» (29.5.1962).
«Aún no se resuelve mi ingreso para el estudio de cine como yo quería, eso porque es un poco informal mi petición, ya que aquí no existe todavía academia de cine. Pero creo que máximo dentro de algunos meses comenzaré a practicar» (9.6.1962).
«Mis prácticas de cine, todavía no sé, pero pronto resolveré cosas importantes, tal vez gane una beca para otro país, no sé» (25.7.62).
-Con el nombre de Rodrigo Machado, Javier Heraud regresa de La Habana a Lima a comienzos de 1963, como integrante de un destacamento del Ejército de Liberación Nacional del Perú. Recorre clandestinamente varios países y el 15 de mayo muere abaleado cuando navegaba una canoa junto a su compañero Alain Elías, en el río Madre de Dios. Había cumplido 21 años de edad.
Fuente: «Javier Heraud y el cine», artículo de Nelson García Miranda, en «Butaca», Revista del Cine Arte del Centro Cultural de San Marcos. Publicada en Lima, en diciembre del 2002. Año 4, N° 14. Págs. 23-24.
Extra: Descarga en PDF el libro «Poesías completas y cartas» (Javier Heraud, 1961-1963), editado por Peisa en 1976.
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