Hace cuatro años, fui sacudido, como muchos, por The Dark Knight, la magnífica segunda entrega de la leyenda de «Batman, El Caballero Oscuro», dirigida por Christopher Nolan. Recuerdo claramente la sensación de vulnerabilidad, desolación y conmoción que me generó la película.
Por primera vez en mucho tiempo un superhéroe de la ficción alcanzaba, en el cine, una complejidad y profundidad tan humanos, pero al mismo tiempo lo excedía, para convertirse en una suerte de fábula y metáfora sobre los tiempos que vivimos.
Encontrarse con el cierre de la leyenda, en The Dark Knight Rises, plantea algunas reflexiones necesarias. Entender y calificar una película tan compleja como esta, signada por su aura maldita, por las enormes expectativas que se generaron a partir de su estreno, así como por las consecuencias diversas (funestas, como en el caso de la matanza del cine en Colorado) de que ha sido protagonista dan para una discusión de largo alcance y cronología.
Hablar de la trilogía de Nolan significa, inevitablemente, hacer un análisis multidisciplinario, que no solo se centra en el aspecto visual. Batman es uno de los más importantes personajes contemporáneos, una suerte de ícono de la cultura pop, por ende, una figura cuyo brillo no se centra en una sola arista. Es, si cabe el término, un símbolo. De nuestros temores y miedos, de nuestra sociedad, de nuestra frivolidad (también, es cierto), incluso de nuestra vocación –tan posmoderna- por reflejarnos en seres de dicha irrealidad para asumir actitudes y modelos de vida muy reales.
En TDKR confluyen los elementos más depurados de un estilo visual, pero al mismo tiempo de una filosofía de trabajo. Estamos ante una película de su director, que toma los elementos clásicos de la mitología del personaje y los contamina con cada obsesiva preocupación o interés particular. El Caballero de la Noche es una creatura de Nolan. Batman no va más allá de lo que le permita (desde el ecran o en la historia, escrita conjuntamente con su hermano Jonathan). Hay un ser superior que mueve los hilos más allá, y que responde a su propia psicología, además a sus propias limitaciones o sus más soberanos aciertos.
Ocho años después de la muerte de Harvey Dent, signado un tiempo de paz relativamente duradera, Ciudad Gótica transita por la tranquilidad. Sin embargo, Bruce Wayne como su alter ego, el enmascarado del traje negro, han desaparecido. Se mantiene la concordia. Pero, la verdad, es solo una calma aparente. Una suerte de paz armada. Eso se descubre con la obstinada paranoia del Comisionado Gordon, héroe público, pero hombre deshecho por los recuerdos, quebrado por el abandono de su familia, perseguidor de fantasmas que adquieren materialización en Dos Caras.
Resulta muy interesante darle la voz cantante a Gordon, uno de los pocos personajes (de hecho, solo Batman/Wayne y Alfred), en el prólogo de la película, contraponiéndolo con la nueva amenaza que se cierne sobre esa falsa tranquilidad de la ciudad. Bane, terrorista, poseedor de una fuerza física descomunal y un extraordinario talento para la maldad, racional, cerebral, aparece con un plan: destruirlo todo. Arrasar. Crear de las cenizas una nueva sociedad, en la que la corrupción y las desigualdades sociales desaparezcan, a partir de la masacre y el crimen.
Bane, evidentemente, se ha ido preparando para el momento. Surge en el momento de decadencia física y espiritual del héroe. Wayne, decadente, refugiado en la soledad de su mansión, ve pasar el tiempo, lisiado física y moralmente. Es decir, cuando uno menos lo espera, la tormenta acecha. Nos encontramos entonces ante alguien que tiene que volver para luchar contra el mal, pero al mismo tiempo para luchar contra sí mismo y sus propios demonios.
Lo fascinante de la estructura que ha planteado la película no es la lucha entre los supuestos antagonistas. Es la construcción de un mundo. En este contexto, Bane más bien resulta un personaje que desencadena algunos nudos narrativos básicos. Batman, en esa lógica, es el eje, la línea argumental (se agradece que Christian Bale haya logrado una caracterización impresionante y duradera). Pero, en verdad, TDKR es la historia de Gótica y, a través de ella, de toda una mitología. Los personajes que se arman terminan no solo siendo utilitarios, sino vitales para armar una película cerebral, coral y omnisciente.
Si pensamos que este es un vehículo de lucimiento de Batman, estamos equivocados. Si creemos que aparecerá una fuerza de la naturaleza, un agente del caos en su estado más puro como el Joker encarnado por Heath Ledger, fallamos en los tiros. Porque allí están, otra vez, los personajes que fuerzan a que la película tenga los hilos dramáticos, fantásticos, siniestros, sarcásticos y épicos necesarios.
Cuando el mal tiene un plan, cuando la oscuridad arma su estrategia, Bane (aplicado Tom Hardy, con esa voz de pesadilla que aún resuena en nuestra mente) toma el control, pero en el fondo permite contraponerlos con todos los demás actores de esta partitura. «Inception», en ese aspecto, le sirvió como un ejercicio más que obvio. La estructura lo es todo, el rompecabezas, las piezas que encajan (no siempre de modo tan emocional o huracanado como en TDK), el juego que se debe terminar con precisión y oficio, pero sin traicionar a los orígenes.
Y los orígenes de Batman están, sin duda, en el cómic (leer al respecto un muy buen post de Óscar Soto sobre las referencias que se pueden encontrar en TDKR). Allí están el mito del ascenso, la lucha con resurgir. Resucitar quizás podría ser una buena palabra para encontrar el ideal de Wayne (ya fundido en un solo personaje con su máscara).
La metáfora del pozo, la libertad, el miedo y la muerte nos vuelven a enfrentar con «Batman Begins». Nos refieren también a La Liga de las Sombras, al proceso de transformación de Wayne en Batman. Sin embargo, en TDKR, además de la aparición ominosa, fantasmal pero permanente de Ra’s al Guhl, opera la metamorfosis inversa: el hombre/millonario/huérfano contaminado por el superhéroe que progresivamente vuelve a su estado natural, en este caso a través de una última, suprema acción de bien.
Ahí está el verdadero conflicto emocional de TDKR. Cómo el personaje lucha no solamente contra un loco furioso. Tampoco contra un criminal enfocado, que desata un escenario apocalíptico en Gótica (que alude a escenarios post 11/9 en Nueva York). Lucha contra su vulnerabilidad, con su sentimiento de culpa, contra su odio y su furia. Lucha contra todo aquello que lo hace un tipo noble y heroico, pero al mismo tiempo solitario, desolado, un freak.
Ya dije que es imposible ver la lucha del mal sin pensar solamente en Bane. En cierto modo, la racionalidad de su plan destructor tiene una justificación, un motivo, una vieja deuda con el pasado. La triangulación de su historia con las de Ra’s al Guhl (Liam Nesson) y Miranda/Talia (Marion Cotillard) se presenta de modo redondo en la película (aunque con un déficit visual, en preeminencia de lo discursivo o el golpe de efecto, desde mi punto de vista).
Ante ello, se oponen el heroísmo, la templanza, el estoicismo y la nobleza de personajes como el Comisionado Gordon, el policía Foley así como, principalmente Blake, que dará vida a un personaje clave que se irá desarrollando soberbiamente a lo largo de la cinta. Joseph Gordon-Levitt/Blake se hace uno de los papeles de su vida, el detective huérfano que lucha contra la ira y busca justicia, en contraposición con el cansado pero sabio Comisionado, encarnado con maestría por Gary Oldman.
No hay forma de calibrar la emoción que nos genera un personaje como Alfred, el mayordomo, compinche y padre sustituto de Wayne. Michael Caine, gigante, con esa exacta dosis de ironía y acidez que precede a esos monólogos que conmueven hasta las lágrimas, ayuda a Nolan a convertir su tanque de neuronas también en un ejercicio de sensibilidad y emoción, del cual también emergen el drama, la oscuridad y el componente psicológico.
De hecho, si me preguntan en perspectiva, no creo que haya villano más memorable en toda la saga cinematográfica de Batman que el encarnado por Ledger. Del mismo modo, no hay mejor Selina Kyle que Michelle Pfeifer. Sin embargo, Anne Hathaway arma una Gatúbela discreta, eficiente, con un toque de intensidad que entretiene y cumple su propósito. Lo mismo podemos decir del Lucius Fox de Morgan Freeman.
Las referencias políticas y sociales de la película se hacen tan fuertes que resultan símbolos. Las acciones de Bane, odiosas y siniestras, sin embargo, tienen un motivo. En algunos casos, prueban la debilidad del sistema (el ataque a Wall Street es notable como ejemplo) y el poder de la demagogia (la liberación de presos que se encargan de arrasar con las viviendas de los ricos de Gótica, como una forma de venganza ante la injusticia). La labor de los políticos es solo la inacción y los paños fríos.
El sistema de juzgamiento paralelo y esperpéntico, que promueve la llamada “muerte por exilio” (otro guiño a Batman Begins, con la breve aparición de El Espantapájaros, encarnado por Cillian Murphy) genera otra imagen icónica. Una Gótica devastada, quebrada por dentro y por fuera, indemne ante el peligro y el totalitarismo, resistiendo ante lo inevitable, armándose en guerrillas contra el opresor, haciendo justicia por mano propia en un mundo ya sin reglas, donde la anarquía, sin el superhéroe, ha ganado la batalla.
Existe un momento particularmente memorable para mí en la película (entre muchos otros, por cierto) en el cual, Foley, al mando de toda la policía de Gótica, con su uniforme de gala, se dirige al destino ineluctable de la batalla final contra los mercenarios de Bane. En medio del crudo invierno, con una estética que alude al NY de las horas posteriores al atentado de las Torres Gemelas (y que me trae a la memoria una de las magistrales escenas de violencia de «Pandillas de Nueva York» de Scorsese). Entre todos esos hombres, luchando cuerpo a cuerpo, redimido Batman, como un personaje más, como el líder, como el comandante en jefe del final que se espera de alguien como él. Como uno más, pero uno importante, como alguien que puede salvar a todos.
La coda, desbocada, epifánica, ineluctable, en la cual el héroe se permite un gesto adicional y supremo de grandeza (sacrificarse para preservar a Gótica), del cual se desmarcan nuevas acciones y motivaciones de los personajes, sin duda, quedará grabada como una de las mejores escenas que ha podido rodar Nolan en toda su carrera.
Hechas las cuentas finales, quizás The Dark Knight Rises nos gusta un poquito menos que TDK, aunque nos deja una sensación más abarcadora y amplia. Estamos ante una película impecable, inteligente en todo aspecto, notable en cuanto a factura técnica. Nolan ha logrado un hito, un cierre digno para una de las más alucinantes trilogías de la historia del cine. Redondeando con talento y brillo una saga de la que seguiremos hablando, discutiendo, mencionando por mucho tiempo, ha logrado, adicionalmente, que un personaje de ficción -su Batman- se convierta en algo enteramente superior: una leyenda, amigo lector. Una leyenda.
The Dark Knight Rises. Dir. Christopher Nolan | 164 min. | EE.UU. y Reino Unido | 2012
Guion: Jonathan Nolan y Christopher Nolan; basado en un argumento de David S. Goyer y Christopher Nolan; basado en los personajes creados por Bob Kane.
Intérpretes: Christian Bale (Bruce Wayne/Batman), Tom Hardy (Bane), Gary Oldman (James Gordon), Anne Hathaway (Selina Kyle/Catwoman), Morgan Freeman (Lucius Fox), Michael Caine (Alfred), Marion Cotillard (Miranda Tate), Joseph Gordon-Levitt (John Blake), Daniel Sunjata (agente de operaciones especiales), Josh Pence (joven Ra’s Al Ghul), Diego Klattenhoff (policía novato), Nestor Carbonell (alcalde de Gotham City), Juno Temple (Holly Robinson), Matthew Modine (Foley), Christopher Judge.
Producción: Christopher Nolan, Charles Roven y Emma Thomas.
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: Wally Pfister.
Montaje: Lee Smith.
Estreno en Perú: 26 de julio de 2012.
Estreno en España: 20 de julio de 2012.
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