Santiago Mitre es un nombre familiar para Cinencuentro. Junto con tres colegas, incluido Alejandro Fadel, el director de Los salvajes, participó en el filme colectivo «El amor (primera parte)», que incluimos en la muestra que organizamos en marzo de 2008, El cine argentino ataca Lima.
Cuatro años después, la opera prima de Mitre como director único, El estudiante (2011), es una de las cintas valiosas del Festival de Lima 2012. Aborda la actividad política al interior de una universidad con vértigo, pasión, malicia, cálculo veterano y adrenalina juvenil. Los personajes son verosímiles y la historia nunca decae porque Mitre, miembro él mismo de una familia tradicionalmente política, observa los hechos con distancia y respeto a la vez, mostrando idealismo y vocación de servicio pero también falta de escrúpulos y dobles discursos.
El autor, que ha tenido valiosas experiencias como guionista al lado de Pablo Trapero, en Leonera y Carancho, no se permite satanizaciones ni truculencias, tampoco ingenuidades ni edulcoramientos. Roque Espinosa, el provinciano que llega a Buenos Aires para estudiar, y su entorno están trazados como cualquier grupo que se propone determinados objetivos, que podría aplicarse a un equipo deportivo, una banda de asaltantes, un clan del crimen organizado o el conjunto de sobrevivientes de un accidente aéreo. Y es que ese tipo de perfiles y situaciones, para bien y mal, rodean a menudo la política, suerte de isla inestable donde se toman decisiones que repercuten en la colectividad y que Mitre asume como un microcosmos concentrado que va hirviendo y estallando en la justa medida.
El tema básico de El estudiante, y que evoca una serie de referencias, es la relación íntima con el poder, en cómo un novato lo observa fascinado desde afuera (cual Ray Liotta en «Godfellas»), se introduce con arrojo y pensamiento propio en teoría y práctica (Michael Corleone en «El padrino», el joven Vito en «El padrino II», Charles Foster Kane en «Citizen Kane»), la transformación del carácter durante el ejercicio del poder («El bonaerense» de Trapero), la instrumentalización del inexperto (como Charlie Sheen en «Wall Street» y Cruise en «Fachada»), y una cierta mística westerniana en el comité, tipo fordiana o hawksiana.
Y cabe destacar la afinidad con otra cinta argentina estrenada este 2012, Escuela Normal, un documental de Celina Murga que retrata las inquietudes políticas y ya precozmente electorales de un grupo de colegiales en un centro educativo público, en un contexto de descubrimiento de la propia personalidad. Más aún si Mitre logra un punto de vista documental con una cámara siempre bien colocada y atenta a las turbulencias internas y el paisaje universitario que no desperdicia auténticas aglomeraciones de estudiantes, y una voz en off que acompaña a Roque y a veces redunda sus actos y reflexiones.
Asimismo, la mirada escéptica y aguda de Mitre se comunica, en la oposición, con el intenso y militante cine político de los 60 y 70, en los diálogos que incluyen a veteranos, en algunos casos viejos zorros, que rememoran no sin ironía las gestas de esa época, con el retorno de Perón del exilio como hito histórico, y que sirve igualmente para aludir a la evolución del peronismo, hasta los Kirchner, que por otro lado están reflejados parcialmente en los momentos de mayor coincidencia entre Roque y la lideresa que lo atrajo política y carnalmente, Paula Castillo.
El juego del realizador es, en medio de ese laberinto de deslealtades y acertijos no sólo militantes sino pasionales, encontrar una ética, un código de honor que sirva de cable a tierra y vía respiratoria en la crisis. Es un proceso en construcción, que bebe del ensayo y error, de un aprendizaje continuo y generalmente reivindicativo. Así es que Roque, interpretado con mucho nervio por Esteban Lamothe, urgido y presionado por todos lados, llega a la conclusión de tener que decir «no» en algún punto del camino.
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