La actriz y directora argentina Ana Katz (Buenos Aires, 1975) estuvo recientemente en nuestra ciudad, como parte del Jurado oficial del 16 Festival de Lima. Conversamos con ella, sobre su último filme, «Los Marziano», y sobre esa mirada con un humor tan peculiar que sus películas tienen sobre la vida en familia:
Ana, esta vez vienes al Festival de Lima como jurado de la competencia de ficción, luego de haber cumplido ese rol en festivales grandes como el de San Sebastián. ¿Cómo asumes estas experiencias?
Por un lado es agradable, siento mucha satisfacción de poder ver las películas que se hacen en Latinoamérica, algo que desde Argentina es casi imposible. Es un placer poder descubrir e investigar que es los que están haciendo mis compañeros, a quienes en algunos casos ya conozco de nombre o a través de otros viajes.
Por otra parte, está la confirmación de lo ridículo que resulta no poder ver las películas que se hacen tan cerca de nuestro país, lo cual me hace cuestionar y dudar del concepto de piratería. Se habla de ella cuando en realidad no se nos da un acceso a ver lo que hacemos nosotros mismos.
Cuando miro una película lo que más busco es la identidad y la conexión que esa película tiene con ella misma. Más allá de un determinado estilo o coherencia, es la sensación de que nadie podría haber contado esa historia mejor que la persona que la dirigió. Eso es lo que me gusta ver. Por supuesto, cuando una participa en los debates del jurado siempre piensa que podrían estar hablando así de mi trabajo.
Además de ser jurado, vienes también a presentar tu última película “Los Marziano”. Ahí, como en El juego de la silla, abordas el tema de las relaciones de familia y los conflictos que se dan dentro de ella. ¿Consideras que la familia es uno de tus temas recurrentes?
Pienso que quizá el tema que termina siendo recurrente es el amor, el amor más primario. El que tienes con una pareja, con alguien tu familia o tal vez con un desconocido pero que en un momento dado resulta central para tu vida. La familia trae consigo una carga inevitable que muchas veces está ligada a un pasado que creemos ya superado, pero al cual le basta un olor o un detalle para volver con fuerza.
En el caso de Los Marziano, habla del vínculo fraterno, en la adultez, de dos hombres de una generación que en mi país es muy misteriosa y plagada de silencios. Lo que quería trabajar es qué pasa cuando el estado de equilibrio es la distancia y el encuentro viene a ser la desestabilización de esa tranquilidad. En ese punto, el vínculo no sería el poder encontrarse sino cómo poder seguir separados.
¿Cómo fue tu experiencia al trabajar con actores de la talla de Guillermo Francella o Arturo Puig?
Muy profunda. Sentí, tanto por parte de Guillermo y Arturo como de Rita Cortese, mucha entrega, generosidad, concentración y determinación para formar parte de un proyecto exigente en el sentido de que se contaba todo con pequeños detalles, como si fuesen piezas muy chiquititas de un rompecabezas que el espectador podría decidir juntar o no.
Como directora ¿permites la improvisación y el aporte de tus actores o eres de las que planifica todo al detalle?
En ensayos me encanta ver lo que surge. Esto muchas veces me sirve como catalizador de cosas que voy sintiendo e incluso como motivo de cambios justos. Pero a mí me gusta trabajar con diálogos muy concisos porque también a veces a través de ellos hay una especie de música o coherencia que me gusta en un guión y que no tiene que ver con la improvisación, que es otro tipo de trabajo que sí uso pero para buscar, no para filmar.
Retomando el tema de la familia, el guión de «Los Marziano» lo escribiste junto con tu hermano. ¿Cómo fue el proceso creativo con él?
Fue relindo para mí. Escribirlo con él era muy divertido, ya que esperábamos todo el tiempo la devolución del otro en la relación a los cambios que íbamos haciendo a la película. Había algo de nuestra propia relación, que si bien no tiene nada que ver con la de estos personajes igual yo creo que influía en la forma de pensar el tema y en la de imaginar cómo seremos nosotros o qué miradas tenemos a los 60 años sobre la hermandad. Esta es, en principio, un vínculo forzado. Se dice que los amigos se eligen pero la familia no, pero a los 60 años la familia se elige porque no hay necesidad de seguir avanzando con la relación.
En un momento pensamos «vamos a hacer que [los hermanos] se junten sólo 10 minutos», pero sentíamos que no había una historia compartida en ese momento que contar. Luego pensábamos «por ahí que se encuentran de nuevo», no porque estas dos personas no van a motivar ese encuentro, ni van a participar.
Justamente queríamos focalizarnos en los casos donde la manera que se encuentran es la distancia y no dejan de ser hermanos y no dejan de tener versiones distintas de una misma casa. Eso era algo interesante y muy difícil. No nos resultó fácil hacer una película sobre un desencuentro, pero nos gustó, nos interesó esa idea.
¿El humor siempre tiene lugar en tus historias, pese a que estas puedan ser dramas?
Yo creo que el humor me posibilita abordar algunos temas. No es algo consciente en el momento de la escritura o en el proceso del rodaje, sino que viene a posteriori, con la entrada del público. Por supuesto hay algún gag muy claro que nos genera carcajadas a mí y a mi equipo técnico y se supone que puede generar risas (en la audiencia), pero no es algo trabajado. Creo que tiene que ver con un distanciamiento que a veces necesito para poder contar algo y que está traducido en incomodidad o en una manera de relativizar o de mostrar la hilacha de los personajes para quitarles dramatismo.
¿Cómo te nace la idea de un proyecto cinematográfico? Por ejemplo leí que para «El juego de la silla» todo surgió un dibujo que hiciste.
La verdad es que cambia de proyecto a proyecto. Por ejemplo, en Una novia errante era una mujer sola en la playa con perros alrededor y me apareció la imagen de que se transforma en monstruo. Era como una sensación, un feeling de un personaje atormentado por el amor.
Yo creo que cuando surge con más fuerza personal es cuando empiezo a sentir el mundo de esa película u obra de teatro. Por ejemplo ahora estoy escribiendo una historia de mamás con cochecitos que es una especie de thriiller doméstico (risas), algo que me toca de cerca porque tengo hijos chiquitos, y porque además voy a la plaza casi todos los días. Algo de ese mundo –el lugar, la arena, los árboles- me enganchó y ya está.
Cuando estás un fin de semana en tu casa, en familia ¿qué tipo de películas ves?
Depende, no tengo un estilo en particular. Al revés te diría. A veces me provoca ver películas nacionales, a veces películas más comerciales, a veces veo cine bien de autor, a veces películas clásicas. Depende del ánimo de ese momento.
¿Algún director que tengas como referente o que admires en particular?
Muchos en realidad: los Dardenne, Woody Allen, Nanni Moretti.
También has estado vinculada al teatro, ¿tienes algún proyecto nuevo ahí?
Sí, estoy escribiendo una obra de teatro que se llama “Pangea” y estoy en una segunda versión, con ganas de empezar a ensayarla en el verano, y estrenarla el año que viene.
Cambiando de tema, ¿cuál consideras que debería ser el rol del Estado en la promoción del cine nacional?
Para mí el Estado tiene que participar de la cultura y también de la promoción del cine y con más fuerza de lo que lo hace. Nosotros [en Argentina] tenemos la suerte de tener este Instituto de Cine –INCAA- que nos da la posibilidad de filmar mucho más de lo que se hace en otros países, pero de todas maneras pienso que el subsidio tiene que estar en paralelo con un trabajo de formación cultural que está cada vez más dejado de lado, cada vez más contaminado por otros medios.
Me parece en Argentina hemos avanzado en muchos aspectos políticamente, productivamente, pero culturalmente creo que todavía persiste una cosa de que el público se guía mucho por los movimientos, por lo que te dictan. Hay una cosa un poco apática de curiosidad y sobre todo la tendencia a masivizarse, a la inseguridad que produce algo que no está avalado por una gran mayoría. Eso me da pena, porque siento que se pierden, se esquivan, las experiencias más únicas.
Esto que dices está relacionado un poco con el tema de la piratería. ¿Tú qué opinas sobre «Polvos Azules»?
Yo lo apoyo, tengo una idea muy clara de que hay muchas películas que no podrían verse sino fuera de esa manera, que también me parece una profunda falta de respeto a nuestra cultura que no nos permitan verlas porque las salas están ocupadas en un 98% con una sola película que no quiero ver. Por lo cual me parece imposible hablar de piratería en una sola dirección, pirata es el que roba, entonces no se roba en una dirección sola, y en ese sentido cuando pasa eso, me parece que la solución no es la restricción, porque si no tendría que estar viendo dos veces por semana «La era del hielo» y no es mi objetivo. Me parece muy forzada la imposición que hay de estas películas.
¿Qué te parece este mundo de las redes sociales?
Me gusta, en Facebook no me siento tan cómoda, me cuesta más. Pero Twitter me gusta porque es una especie de parche virtual de personas que me interesa escuchar, que opinan, que piensan de una manera tan sintética de temas distintos. Es como una especie de red de diálogos muy cortos pero no por eso siempre superficiales, no lo veo mal.
Entrevista: Fátima Toche
Fotos: Rolando Jurado
Edición: Laslo Rojas
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