Siempre es interesante ver que una nueva película peruana entra a cartelera. Para ver cuál es la tendencia de lo que estamos produciendo y también para tomarle un poco el pulso a nuestra cartelera, las virtudes y también los problemas de conexión que, a pesar de premios y auspiciosos comentarios de algún sector de la crítica, se percibe ya casi como un signo distintivo de los tiempos.
En este caso, Casadentro, la opera prima de Joanna Lombardi, narra la historia de una anciana (Élide Brero, una de los más intensos y agradables reencuentros que hayamos visto en los último tiempos), quien vive con sus empleadas (Delfina Paredes, capa, como siempre, y Stephanie Orué) en una casa tranquila y sosegada. Esta tranquilidad de pronto se ve perturbada por la presencia de su familia más cercana, quienes van a saludarla por su cumpleaños. A partir de eso se inicia una serie de confesiones o desenlaces que involucran a la protagonista y a su entorno.
La cinta empieza bien, con un ritmo pausado que usualmente puede ser el adecuado para ir situando la historia dentro del interés del espectador. Los planos secuencias van colocando esa cuota de sosiego y de observación, bastante distante, casi entomológica en el entorno del personaje de Brero. La cotidianidad se sugiere y en ese sentido arma una atmósfera interesante, velada.
Lo mejor de la cinta es, sin duda, el cuidadoso trabajo técnico, con una buena fotografía que ayuda a la sensación de deterioro. Otro acierto es, con mayores escalas, el cásting, impecable, donde Brero funciona a la perfección, complementada por Paredes, en un tándem de primera de actrices experimentadas y profesionales que la genera (me gustaría ver a este dúo en más películas peruanas, en roles poco habituales, estoy seguro que serían una verdadera sensación). Los momentos más memorables de la película están en función de ellas, interactuando.
Desde mi punto de vista, la apuesta de Lombardi está condicionada con el control del silencio prolongado y los tiempos muertos. Allí parece moverse con comodidad y talento. El problema surge cuando debes sostener una cinta de estas características, casi estática (o jugueteando abiertamente con ella) sin caer en el tedio, la reiteración o la abierta modorra. ¿Qué queda? La transgresión, la revelación o el descubrimiento de lo siniestro. Infortunadamente, nada de esto sucede, y se impone una cotidianidad que deja de ser natural y por momentos se siente repetida, ya no perturbadora, sino incluso irritante por momentos.
Definitivamente «Casadentro» resulta más interesante cuando sugiere, cuando los silencios mandan en la pantalla. Cuando se le da por explicar, se torna tediosa y sin emoción y nos deja un sabor de que algo pudo estar mejor si desde el saque la apuesta de la directora hubiese sido por hacer entrañables a sus personajes con el espectador, a seducirlo y a entregarse con pasión y furia a la narración visual, donde estoy casi seguro que podría salir airosa si se lo propusiese.
Creo, sin duda, que Joanna Lombardi es una de las mejores cineastas jóvenes peruanas y creo que su talento es manifiesto. Sin embargo, me preocupa, como parece ser el destino de tantos buenos realizadores nacionales de la actualidad, que decida dedicarse a un cine contemplativo, pero sin mucho nervio ni transgresión, donde al final lo que queda es un espectáculo de la mirada, acaso voyeurista, pero donde la cotidianidad empieza a transformarse en intrascendencia.
Cuando el cine de la autocomplacencia y el obsesivo encuadre perfecto parece ser la gran preocupación y el máximo ideal de las producciones, ahí es cuando esa distancia racional que pone el realizador se transforma ya en barrera, rayana con lo infranqueable para las sensaciones y los sentimientos que, evidentemente, siempre hacen memorable a una película.
Esperamos de Joanna mucho en el futuro, más allá de las producciones esquemáticas y las burocracias narrativas, mostrando toda la garra, pasión, vocación suicida y libérrima que, creo, posee.
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