He pensado siempre, incluso cuando ejercía la crítica –me siento más cómodo utilizando el tiempo pasado– que existe una especie de descaro en comentar el trabajo ajeno. Un descaro necesario, si se quiere, porque aportar puntos desde los cuales discutir un filme es útil para tres o hasta cuatro personas… (¿Quién fue el famoso director, cuyo nombre se me escapa, que dijo que una película era aquello que «se planeaba durante dos años, se filmaba durante dos meses, se veía en dos horas y se olvidaba en dos minutos»? La crítica busca ir contra eso, supongo). Pero estamos hablando de descaro, al fin y al cabo.
Pero yo sospecho que no hay otra manera de escribir sobre cine.
Me recuerdo a mí mismo discutiendo alguna vez con un amigo –esa larguísimas conversaciones acerca de la naturaleza del arte, rociadas de cerveza y adolescencia– diciendo algo así como «Titanic me parece una película mala, pero todas esas chicas llorando en sus butacas… ¿Sus emociones son menos válidas que las mías solo porque yo declaro tener una apreciación más compleja?». Algo así.
No es mi idea declarar ninguna superioridad de nadie. Solo apunto que, al final, lo que cada crítico o comentarista o espectador de cine declara sobre una película es una racionalización de su experiencia subjetiva, y ni vuelta que darle. He releído varias veces lo que escribí acerca de la película peruana Casadentro…
…y, aunque encuentro algunas torpezas en mi redacción (alabar un plano porque «la composición, la luz y el tono están llenos de solvencia» para decir en el siguiente párrafo que la película tiene un problema de tono… ¿en qué estaría pensando?) y, de hecho, no hice explícita mi percepción de Joanna Lombardi como una directora con potencial, pienso que el texto que escribí es fiel a lo que sentí cuando el último plano de la película –un close-up de Élide Brero– se fue a negro.
En ese segundo de punto final, antes de que aparecieran los créditos y empezara yo a pensar en la película, hubo una sensación. No hay manera de falsificarla.
¿Por qué escribo estas cosas? Probablemente porque hay gente, cuyo gusto respeto, a la que «Casadentro» sí gustó y me lo hizo saber («La crítica de un Hombre Joven. Si fueras mujer y vieja quizá querrías volver a esta película», me escribe una de estas personas, desde su universo que es diferente del mío…) Sería interesante discutir «Casadentro» partiendo de tal punto –la sensibilidad pretendidamente femenina del filme: por desgracia, «Casadentro» sale de cartelera mañana y no creo que pueda llegar a verla una segunda vez– pero ello excedería el propósito de este post.
Es fácil criticar una película hecha en otro país, a cuyo director o a cuyos actores probablemente no conozcas nunca. Otra cosa es escribir sobre un filme donde han trabajado amigos tuyos, o cuya directora está en tu Facebook… Pero no existe otra manera de escribir sobre cine que desde el descaro, que es finalmente la fidelidad de tu yo racional a tus sensaciones de espectador –crudas, irracionales– en aquel momento en que se prenden las luces.
He aquí un mensaje enviado a mi Facebook por una de estas espectadoras de «Casadentro». Encuentro valioso transcribirlo, como prueba de aquello que he mencionado y que creo: cada espectador en una misma sala de cine está viendo una película distinta. Eso es maravilloso.
Abrazo,
César.
Muy bien escrita la crítica, con hartos referentes que le dan sentido, pero concuerdo con pocas cosas, tal vez porque algunos lenguajes o sensaciones se me hacen menos ajenos que a ti.
No sé por qué.
Podría ser que hombres y mujeres pueden ver la película de manera distinta (sin caer en el exceso de hacer abismos de género).
Un rastro de eso es que salvo el esposo todos los personajes son mujeres, y hay algo en el modo en el que se relacionan entre ellas (y con la casa, mujer también) que siento cotidiano entre muchas madres e hijas.
Creo que la película solidifica eso que con el día a día se vuelve transparente y natural para muchas. Ojalá para pensar que las cosas podrían ser distintas. O tal vez solo para pensar.Algunos «apuntes» me parece que tienen más valor que el que siento en tus palabras. Justamente esa mirada que describes o esa escena de la ventana, son una muestra pequeña de lo que trato de contarte. Tienen que ver con esas formas tan sutiles y perversas de llamar la atención, esas que hacen heridas con filos tan delgados que la herida no se nota, pero sangra. A veces despacito, y a veces tanto que no se sabe cómo controlar lo que sucede.
Vi la complicidad callada que aparece en esas visitas familiares que se quieren hacer y son al mismo tiempo una obligación. Hay un momento dentro de muchas familias en que expresar los afectos sale muy caro. Tantas cosas han pasado, tantas cosas nos obligamos a olvidar, buenas y malas, que están ahí, como rastro sensitivo, como “este olor me recuerda a algún lugar”.
Varias de las amigas que más quiero toca fondo de depresión cada vez que visitan a su madre. Y aún así van cada semana (a veces dos veces por semana), para escucharlas decir que están insatisfechas con su cariño o que nunca hacen las cosas tan bien como debieran. Y ese es el modo en el que se conectan. No sé si soy alguien adecuado para juzgar ese tipo de relación, tal vez hay algo de masoquismo entre ellas y así funcionan. Pero la película te puede dar la oportunidad de mirarte un ratito en el espejo, y tal vez pensar y elegir sobre algo que con el tiempo se ha vuelto tan natural.
Y he escuchado también otras historias, de relaciones histéricas, gritos, tolerancia, críticas ácidas y directas a sus cuerpos, sus actitudes, sus relaciones, su desempeño, su maternidad. Me gusta (casi) no haber encontrado todo eso tan evidente en Casadentro.
Cuando fui a ver la película no tenía mayores expectativas sobre lo que se narraría. Pero me enganché, y sonreí en varias partes, y me dieron pena varias otras.
Creo que lo que te cuento no tiene nada que ver con una crítica de cine… Pero la pregunta que parece ser fundamental: ¿para qué hacer una película?, me parece que sí tiene una respuesta en este caso, por lo menos a mis ojos.Abrazo,
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