El pasado domingo 9 de diciembre se cumplieron seis años de la fundación de la Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica (APRECI), institución que agrupa a críticos y periodistas cinematográficos, lo que es un motivo para reflexionar sobre algunos temas relacionados con su existencia y lo alcanzado en estos años.
La institución como concepto
El primero de ellos es el concepto de
Las normas formales –que, además, deben ser pocas y sencillas– son el resultado de este proceso, que toma su tiempo. Por tanto, contra todas las apariencias, la institución no se constituye a partir de la suscripción o adscripción a normas preestablecidas, sino al contrario, esa formalidad tiene sentido cuando se apoya en un conjunto de hábitos y costumbres compartidas que ha generado confianza suficiente para el desarrollo y crecimiento de la institución.
Esto es así porque habitualmente las normas formales siempre van a la zaga de las informales, de tal manera que cuando se adecúan las normas formales, ya se ha producido una evolución y han surgido nuevos procedimientos informales. De allí que lo importante en las instituciones, especialmente cuando son pequeñas y tienen poco tiempo de existencia, son estas normas de comportamiento informales que construyen la confianza colectiva y permiten procesar las diferencias.
La confianza como función de lo institucional
Esa mutua confianza, obviamente, no es absoluta, pero sí suficiente para que los miembros de una comunidad dejen de lado sus naturales diferencias y puedan unirse a favor de los objetivos institucionales. Por ello, individuos que en lo personal quizás no simpaticen entre sí pueden unirse y colaborar por fines institucionales. Esta cualidad –la de separar, voluntariamente, lo institución de lo personal– es fundamental para el crecimiento personal y también para el de una comunidad (e incluso el de un país).
Esto significa que los objetivos y actividades factibles de una institución se ajustan a cuán desarrolladas están estas habilidades y procedimientos de cooperación; a su vez, este crecimiento de la confianza y la interacción para el logro de las actividades permiten avanzar sosteniblemente a mayores objetivos. Este proceso redunda, gradualmente, en mayores niveles de comunicación y eficacia en la gestión. APRECI, una institución joven –por su composición generacional y sus pocos años de existencia–, está al comienzo de este círculo virtuoso, cuya base son esos hábitos colaborativos que fundan la confianza entre sus miembros.
La institución como realidad
Como resultado de este proceso, muchas decisiones se han tomado por consenso, realizando discusiones internas que han estado orientadas a conseguirlo. Cierto que han ocurrido votaciones, pero –hasta donde sé– en muchos casos han ratificado acuerdos consensuados por amplia mayoría. Incluso se ha logrado renovar su directiva sin reelección de su presidente, lo que ha permitido una cierta rotación en los cargos directivos. Si bien la reelección –en sí misma– no tiene por qué ser negativa, en mi opinión es preferible que todos (o la mayoría) de los asociados tengan la oportunidad de acceder a cargos directivos.
Además, en estos seis años se han organizado o auspiciado festivales o muestras de cine, un debate sobre el papel de la crítica de cine, premiaciones en los cuatro últimos Festivales de Cine de Lima y similar número de premiaciones anuales a mejor película nacional. Igualmente, se ha participado como jurado FIPRESCI en varios festivales internacionales, así como en jurados en concursos de la Dirección de Industrias Culturales del Ministerio de Cultura. Se ha participado también en la elaboración de la nueva ley de cine. Asimismo, se han emitido pronunciamientos en al menos tres casos de censura o presión indebida de cineastas, en defensa de los críticos de cine y el público. Adicionalmente, se cuenta con un proyecto editorial en curso y un sitio web institucional, entre otras actividades.
Los riesgos de mirarse el ombligo
Los miembros y colectivos de APRECI han participado y tomado iniciativas importantes en relación con políticas culturales –y, específicamente, audiovisuales–, así como en otros temas relevantes en relación con nuestro oficio. Pero también es cierto que, como asociación, APRECI ha fomentado poco el debate entre sus miembros y, más bien, la actividad de sus integrantes ha estado orientada hacia el público cinéfilo y el público en general de acuerdo a sus particulares agendas e intereses. Algunos colegas ven esto como una debilidad. En cambio, personalmente, lo considero como una ventaja que ha permitido la existencia misma de la institución.
Ello por tres razones. La primera es que América Latina es la región del mundo donde hay la mayor desconfianza interpersonal entre sus ciudadanos. Y dentro de este subcontinente uno de los países con mayor desconfianza interpersonal es el Perú. Según el informe Ejecutivo del Latinobarómetro 2011, “La confianza interpersonal es la base sobre la cual se levanta la confianza hacia las instituciones y hacia los personeros que ejercen cargos y profesiones en una sociedad. Perú muestra una confianza interpersonal menor que el promedio de la región. Perú es uno de los países más desconfiados de la región, alcanzando el 18% en el 2011 cuando la región tiene el 22%. Es decir el 82% de los peruanos no confían en un tercero desconocido. Es un consenso negativo muy significativo para una sociedad” (p. 18).
Y en el Latinobarómetro de 2010 podemos leer: “En el Perú más de la mitad de los encuestados afirma que la gente de su comunidad tiene nada o poca confianza en otros (…) un escaso 10.7% declara que la gente tiende a ser muy confiable” (p. 163).
Como sabemos, ese nivel de desconfianza es un gran obstáculo para el desarrollo (humano, profesional, nacional), obstáculo que reside en nuestras mentes y que se supera por un acto voluntario. No hay otra forma. Y esos actos voluntarios a favor de superar la desconfianza y avanzar hacia la confianza son justamente las instituciones; es decir, esos hábitos de respeto y tolerancia que permiten ir consensuando reglas básicas de convivencia. De allí la importancia de protegerlas y desarrollarlas.
La segunda razón es de carácter profesional. El público formula opiniones, sentidos y percepciones sobre películas y otros productos audiovisuales de manera ocasional, mientras que los críticos ejercen la crítica de manera casi permanente. Por tanto, si el común de los mortales ejerce la crítica de manera tangencial en sus vidas, para los críticos esta es una actividad central, muchas veces por encima de cualquier otra consideración (personal, académica, social e incluso familiar). Esto significa que en relación a la gente que opina sobre cine de vez en cuando, el crítico puede volverse fácilmente un hipercrítico; o sea, alguien que muchas veces critica por criticar. Dicho benévolamente, con respecto al resto de seres humanos, tenemos incentivos para convertirnos en unos criticones, lo que puede conducir a generalizar lo malo y el error no solo en los filmes sino en todo. El haber evitado convertir el debate interno en el centro de la actividad APRECI puede haber tenido como efecto benéfico limitar los estímulos para que aflore esta deformación profesional en nuestra institución. Hasta el momento.
Y aunque muchos crean que los críticos nos dedicamos únicamente a ver películas y a mirarnos mutuamente los ombligos, no es así. Vivimos en el Perú, uno de los países con mayor desconfianza interpersonal en el planeta y estamos tentados a caer en la crítica “por gusto”; lo que nos condiciona en mayor y menor medida. Es por ello que veo positivamente que no hayamos desarrollado demasiados debates entre nosotros y nos hayamos dirigido –bajo agendas e intereses distintos y particulares– al público en general. Al comienzo debemos unirnos exclusivamente en torno a lo que estemos de acuerdo, que será muy poco. No obstante ello, se han alcanzado acuerdos y pronunciamientos en defensa de colegas y en asuntos claves para la cinematografía nacional.
La comunicación: crear vínculos de confianza mutua
Ahora bien, esto no tiene que ser siempre así. Nada impide que más adelante APRECI convierta el debate sobre el cine en el centro de su actividad, pero para ello –y esta es la tercera razón– hay que entender que esas discusiones deben ser diálogos destinados a crear, institucionalmente, un pensamiento común o, de lo contrario, establecer marcos o límites que permitan un debate productivo de las diferencias.
En las etapas iniciales de construcción de institucionalidad, muchas veces lo que importa no son las ideas en cuestión sino las condiciones del debate. Lo que supone una voluntad de hallar consensos, identificar las áreas de acuerdo, ser asertivos y evitar el insulto y los agravios, etc. En suma, se trata de comunicarnos, vale decir, crear vínculos entre los integrantes de un colectivo, sin lo cual la institución se puede estancar, debilitar y, eventualmente, desaparecer; dependiendo del grado de desarrollo de esos vínculos, o sea, del grado de confianza existente.
El problema es que en nuestra comunidad e incluso en buena parte del sector cultural no se tiene claridad sobre este asunto. Los debates generalmente no persiguen un fin institucional, exhiben ataques de carácter personal y, en ocasiones, apelan al insulto gratuito e innecesario. Además, al realizarse en blogs y redes sociales permiten mensajes anónimos, los que distorsionan y redireccionan la interacción hacia callejones sin salida, para no hablar del estorbo de los trolls.
Pero lo peor es que ese entorno puede desarrollar un condicionamiento por el cual una idea o argumento puede ser tan válido como un insulto, al punto que ambos pueden (y hasta deben) convivir en la interacción; de tal forma que algunos se sienten obligados a introducir insultos como parte del diálogo o simplemente no distinguen entre una crítica y un agravio. Lo que no se comprende es que esta disonancia –habitual en muchos sitios del entorno virtual 2.0– introduce la desconfianza y conduce a la incomunicación, lo que impide un diálogo que favorezca el fortalecimiento institucional.
Cómo imposibilitar el diálogo en nombre del diálogo
Para ilustrar este punto puedo mencionar un post de Isaac «Chacho» León, leído el 21.11.12, donde se propone “un debate público y abierto en torno a la APRECI, a la función de la crítica de cine en el Perú, al cine peruano, a las relaciones de la función crítica y las películas peruanas, los lobbys, etc.”. El resultado de su propuesta fue el siguiente: de 21 comments solo 5 responden a ese pedido de debate, mientras que 14 no tocan el tema para nada. De esos 14, 3 son comments insultantes, 4 se refieren a un debate ocurrido el 2010 y al rol del moderador en ese debate, 6 son intervenciones del moderador del blog intentando centrar el tema y uno pide que no hayan anónimos.
Ante semejante resultado, un segundo post de «Chacho» en el mismo blog produce, como nuevo resultado, 9 comments, de los cuales 4 son anónimos denigratorios hacia «Chacho», 3 rechazan los agravios contra «Chacho» y 2 responden a esos agravios con nuevos insultos. Con lo cual ya pasamos de la incomunicación casi total al simple insulto gratuito e inútil. Por supuesto, esto no es un problema del blog en el que escribe «Chacho», puede ocurrir (y ocurre) en infinidad de otros blogs y en Facebook también.
Esto no significa descalificar la web 2.0 sino señalar que muchas de las interacciones alojadas en ella pueden tener una finalidad distinta a la del diálogo institucional. En las interacciones en las redes sociales se pueden observar las tendencias de opinión y –separando el ruido de los insultos, el trolleo y muchos anónimos–, pueden encontrarse aportes valiosos e interesantes; sin embargo, raramente consensos (o sino consensos muy limitados, efímeros), ya que muchas veces ese no es el objetivo de la interacción. Allí prima aún la autoexpresión y el deseo de hacerse escuchar, antes que explorar la posibilidad de construir un pensamiento (y hasta un conocimiento) compartido, institucional, de largo plazo.
La incomunicación: el NO debate por default
Un ejemplo de ello, para seguir con el post anteriormente mencionado de «Chacho», es lo que escribe refiriéndose a algunos de nosotros y a APRECI: “Ya ni siquiera se les puede preguntar si han organizado algún tipo de foro, si han invitado para dictar una charla a alguno de los críticos extranjeros que han visitado Lima en los últimos años por una u otra razón, si han organizado alguna muestra de películas, porque no queda otra respuesta sino el silencio de quienes no han producido nada”. Dado que APRECI ha realizado algunas de estas actividades, es claro que la expresión “de quienes no han producido nada” es un típico insulto gratuito, de tantos que abundan en las redes sociales. (Y es cierto que extraemos esa expresión de su contexto, ya que en la gran mayoría de casos un agravio extraído de contexto sigue siendo un agravio en cualquier contexto.)
Y así podríamos continuar citando otros varios insultos innecesarios (desde un punto de vista institucional) en el citado post, pero eso no nos ayudaría mucho ya que su autor no se percata de su carácter puramente retórico. Es decir, «Chacho» pide un diálogo pero lo hace en forma tal que no solo impide el debate sino que lo aleja en el tiempo. Primero insulta y luego se queja de que no quieran discutir con él. Sin embargo, cree firmemente que este tipo de comportamiento disonante es la ruta correcta para mejorar las instituciones y se molesta cuando obviamente nadie le hace caso.
Si le aceptáramos el debate en las condiciones que plantea escalaríamos hacia una incomunicación indeseable e innecesaria. Por tanto, a un NO debate por default. Esto no es una opinión ni una predicción, sino una constatación a partir de lo que «Chacho» y otros obtienen con sus emplazamientos disonantes en las redes sociales. Nada de esto es productivo en términos institucionales ya que fomenta, mantiene y reproduce la desconfianza y la incomunicación. Y lo que interesa institucionalmente es el diálogo dirigido hacia la construcción de un camino común, algo que incluso al interior de APRECI está en pañales.
Conocer de gastronomía no solo significa saber cocinar
Quizás algunos piensen que soy un ingenuo y que es propio del sector cultural aceptar y convivir con todo tipo de exabruptos. No lo veo así. Que personas amantes y conocedoras del cine, evidentemente talentosas, se califiquen mutuamente de ignorantes para abajo resta credibilidad a los críticos como comunidad y a la crítica como oficio o actividad intelectual. Además ofrece una pésima imagen ante la sociedad. Nos quejamos, con razón, de que la cultura sea la última rueda del coche para el Estado y esté invisibilizada para gran parte de la sociedad. Pero si estos pleitos destemplados que observamos en las redes se “visibilizaran” por un público amplio, hundiríamos a nuestro oficio en un justificado descrédito. La falta de institucionalidad es parte justamente de la poca importancia que se le da a la cultura en el país, no sólo por el Estado sino también por no pocos miembros del sector cultural. Esto deriva de la notoria incomprensión sobre las características e importancia de los hábitos colaborativos y la confianza en función de objetivos comunes.
Pero esta situación ya no tiene justificación. Veamos sino el caso de la gastronomía, quizás el mayor fenómeno cultural internacional. La gastronomía nos es cercana, cotidiana, contigua, ofrece yuxtaposiciones y fusiones que estimulan nuestra creatividad, y sus cultores –los chefs– son personas que transmiten y comparten sus conocimientos. Gracias a ello, la buena gastronomía se ha ubicado en un espacio midcult, abierto tanto hacia la cultura popular y masiva como hacia la alta cultura. No es un sistema cultural cerrado sino abierto, integrador y democrático, de ahí que sea fuente de identidades locales, regionales y –como en el caso del Perú– nacionales. Más aun, con conexiones con todas las facetas de lo humano, como las artes, la historia, la política, el sexo y la muerte; así lo atestiguan numerosas películas de muy buen nivel, recopiladas por nuestro buen amigo Santos Demonios Visuales.
Este es un muy buen ejemplo de institucionalidad cultural, en el cual no solo se han desarrollado hábitos colaborativos entre los integrantes de esa comunidad, sino también extendidas relaciones colaborativas y aportes hacia el conjunto de la sociedad. Cierto que entre los chefs hay diferencias y conflictos propios de cualquier grupo humano, pero nada de esto trasciende, ya que su labor va más allá de lo personal y está dirigida hacia el público. Este es un buen ejemplo de cómo esta institución cultural ha podido abrirse paso y posicionarse en muchas sociedades y también a nivel global a partir de un conocimiento inmaterial.
Aquí hay que tomar nota de otra de las características de las instituciones: toman tiempo en formarse y consolidarse. La gastronomía en Perú, por ejemplo, se ha tomado más de una década, por lo menos, para alcanzar su actual nivel de reconocimiento social. Ello sobre la base del rescate y puesta en valor de conocimientos y tradiciones ancestrales, pre existentes desde hace décadas e incluso siglos.
Las instituciones se crean con el tiempo
Pero no es necesario mirar tan atrás. Más cercano es el caso de la lista de Cinemaperú, la que también se ha consolidado tras una década de existencia como el principal espacio de diálogo en la comunidad cinematográfica en el país. Los que estamos inscritos en esa lista hemos sido testigos de cómo Rosa Sophia Rodríguez, su moderadora, ha impuesto condiciones a los debates (por ejemplo, prohibiendo el intercambio de insultos, el anonimato o las falsas identidades) y trabajado para establecer los límites a las discrepancias sobre diversos asuntos que allí se han debatido. No han faltado exclusiones de los más termocéfalos (y seguramente también retornos), gracias a lo cual este espacio resulta beneficioso para la comunicación entre sus integrantes. Uno de los logros de esta lista es haber creado un espacio de diálogo con reglas básicas, mínimas, que lo hacen fructífero para una determinada comunidad cultural. Esto, que parece tan simple, necesitó una década y una sabia conducción –abierta al aprendizaje interactivo y colaborativo– para consolidarse. En lo institucional, esos son los tiempos y los ritmos para obtener logros y beneficios evidentes.
Un ejemplo muy similar es el de la red Diálogo Minero, también una lista de correos parecida, donde debaten de tú a tú los principales funcionarios de las grandes empresas mineras y los expertos en esta actividad extractiva con los principales técnicos, académicos, líderes de ONG y colectivos ambientalistas en Perú. También ha demorado más de una década en consolidarse y convertirse en un referente central en la prevención de los conflictos socioambientales y la mitigación de sus efectos, pero también para el desarrollo de otros temas de la problemática minera y para el intercambio de información. Su evolución ha sido sorprendentemente parecida a la de Cinemaperú, es decir, con una moderación que no toleró los ataques agraviantes y buscó, hasta donde fuera posible, las áreas de interés mutuo, los límites de las opiniones discrepantes y en general colaboración entre dos grupos con intereses marcadamente contrapuestos. Hubo también exclusión de termocéfalos y algunos retornos luego de una etapa de “enfriamiento” (sanciones informales por violaciones a los hábitos colaborativos). La diferencia es que este colectivo tiene muchos mayores recursos materiales que la lista de cineastas y realiza encuentros mensuales presenciales para los que el diálogo on line sirve de preparación.
Una tercera experiencia, en la que participé durante cinco años y conozco de cerca, es la Asociación Nacional de Canales Locales de Televisión Red TV, que demoró 4 años solo en formarse, 6 en producir su primer programa de televisión colaborativo (Enlace Nacional) y 10 años para llegar a producir cuatro programas en total. No voy a extenderme sobre sus logros sino sobre algunas de sus limitaciones (por lo menos aquellas que desde mi experiencia personal observé). La primera, y más obvia, es que sus estatutos pronto quedaron desactualizados ante el rápido crecimiento de la red, por lo que algo tan simple como adecuarlos resultaba casi imposible ya que las reuniones eran anuales. Es decir, el solo ingreso formal de un canal de televisión podía demorar tranquilamente un año, aunque informalmente podía integrarse de inmediato al trabajo colaborativo.
Un segundo asunto fue la contraposición entre empresas con perspectivas de beneficio a largo plazo, con otras (pequeñas) que esperaban beneficios a corto plazo; lo que podía leerse de manera inversa: algunas empresas grandes veían a las más pequeñas como un lastre para el avance tanto propio como de la asociación como conjunto. Cuando comentaba detalles sobre estos temas con Rosa María Alfaro, de Calandria, ella me decía: “esos son los costos de la institucionalidad”. Es decir, la tolerancia no solo hacia enfoques distintos sino a desarrollos desiguales es clave para la subsistencia de una institución. Ello se justifica por los beneficios que puedan obtenerse grupalmente, los que relativizan la ralentización de los avances particulares.
Lo tercero es que aunque Red TV es una asociación altamente formalizada (estatutos, reglamentos, contratos, asesoría legal, etc.), nunca vi que se recurriera a los estatutos o alguna norma formal para resolver disputas (y si ocurrió nunca me enteré). En cambio, las discrepancias se resolvían apelando a las normas colaborativas informales que funcionaban rutinariamente antes que a su correlato escrito en los contratos. Es más, lo fantástico es que los pocos desconfiados que habían estaban obligados a trabajar a favor de la confianza, ya que se arriesgaban a ser separados sino cumplían con las normas colaborativas. Este es otro ejemplo de la mayor eficacia de la presión social (informal) sobre la presión legal (formal) en la resolución de conflictos internos cuando existe un clima de confianza forjada por largos años de trabajo conjunto. Naturalmente estas situaciones no eran permanentes y se superaban dentro de un proceso de construir una institucionalidad.
Lo que APRECI ofrece
Al hacer esta muy sucinta reseña de experiencias institucionales en las que participo (o he participado) he escogido aquellos aspectos que me parece se replican en mayor o menor grado en la experiencia de estos seis años de APRECI. Seguramente, otros colegas que han desarrollado una mayor vida orgánica en la asociación puedan corregir, ampliar o mejorar estas reflexiones. De todas formas, el hecho de que los acuerdos que se toman en APRECI sean por lo general consensuados es la mejor demostración de que es posible desarrollar hábitos de respeto, tolerancia y colaboración mutua en beneficio de los asociados y el público. Además, esta orientación institucional es quizás lo mejor que puede ofrecer la asociación a todos los colegas interesados en construir una comunidad cultural que aporte al desarrollo del país desde el espacio de la crítica de cine y el audiovisual.
Finalmente, quiero precisar que hago estas reflexiones de manera estrictamente personal y no constituyen de ninguna manera un punto de vista de la institución, en la que por cierto no tengo cargo directivo alguno desde hace cinco años.
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