Se estrenó en España Zero Dark Thirty («La noche más oscura»), dirigida por Kathryn Bigelow, y lo primero que siento al salir del cine es decepción. No entiendo bien porqué, pues en la película está todo lo que esperaba encontrar: operativos de la CIA, las comentadas escenas de tortura, la obsesión de una investigadora y la captura final de Osama bin Laden.
Sí, está todo, pero hay un problema creciente y visible con gran parte de la película. Las siguientes líneas son un intento de dar una explicación a esta sensación frustrante.
A lo largo de una década, Osama bin Laden fue la representación del mal. El enemigo de una nación. El hombre hecho mito. Durante años, nadie fue capaz de saber su paradero. Solo se dejó ver cuando él mismo hace pública una imagen suya. Se rumoreaba que vivía en regiones muy alejadas de la ciudad y desde ahí controlaba el organismo terrorista que cubrió de miedo a todo Occidente gracias a sus atentados llenos de «fuego y odio».
Ese era Bin Laden, o al menos así lo presentaba la TV. Y cuando veía las noticias, siempre recordaba a Abimael Guzmán, líder máximo del grupo terrorista peruano Sendero Luminoso, que por más de una década atacó de manera sanguinaria al país. 35 mil muertos a sus espaldas, años enteros de intranquilidad y suplicio. El hombre hecho mito. El enemigo de una nación.
Muchos en Perú hemos fantaseado con la idea de una buena película sobre la caída de Abimael Guzmán: solo se ha producido una serie de TV del cual solo conservo en la memoria el título («La captura del siglo») y luego John Malkovich hizo una película cuyo título ni siquiera recuerdo [N.E.: se trata de The Dancer Upstairs. También mencionemos el documental Operación Victoria del 2011]. Es decir, hay campo para ese trabajo.
Porque, ¿a quién no le puede atraer contar la historia de la caída del hombre más buscado del país? ¿No es una gran oportunidad -quizás, LA oportunidad- para hacer una película increíble e impactante que todos verán?
Este es el entusiasmo que despierta «Zero Dark Thirty» a nivel internacional: el relato sobre la caza del hombre «más buscado del planeta» (según la promoción misma de la película). Todos queremos ver la investigación, todos queremos ver las conversaciones secretas sobre esto y, sobre todo, todos queremos ver el momento mismo de la ejecución de Bin Laden. Necesitamos verlo. ¡Si los medios hicieron de esto un suceso mundial! No por nada solo hubo dos imágenes del suceso, la de Bin Laden muerto (que ya todos conocen) y esta:
Obama tenso. Hillary con la mano en la boca. Todos contemplando en directo el evento de la década… Lo que Hollywood iba a hacer estaba cantado: producir la película que estos gobernantes estaban mirando. La imagen era mundialmente famosa. Tan solo necesitábamos el contraplano más esperado por el mundo.
Todo esto lo menciono porque, me temo, estas ansias por realizar una película así ha terminado por arrastrar su impaciencia a la pantalla. «Zero Dark Thirty» parece una película que solo existe para ese momento cumbre: la gran caída del Mal en persona, su noche final (es decir, la última media hora de la película). Todo lo anterior, salvo breves momentos, resulta de una desidia digno de proyectos envueltos en la medianía y la mera ejecución.
Se sabe de muchas películas que nacen de una imagen, un personaje, un momento, una escena. Eso está bien, pero ¿qué pasa cuando todo lo demás parece sobrar, parece ser casi un compromiso inevitable?
Creo que en esos fastidiosos momentos lo que sucede es rodar el resto de escenas casi a la fuerza. Y cuando eso ocurre, la imaginación no está al máximo, y uno debe recurrir a soluciones conocidas. Esa es la impresión que me deja la película de Bigelow. Quizás no ha sido así, pero algunos elementos me dejan la sensación de momentos ya vistos.
«Zero Dark Thirty» empieza con pantalla en negro. Solo el audio de llamadas telefónicas. Personas que trabajan en las Torres Gemelas llaman horrorizados a Emergencias durante el atentado. Pasajeros dentro de los aviones secuestrados llaman a sus seres queridos para despedirse. El horror en las voces… ya expuesto anteriormente en uno de los momentos claves de Fahrenheit 9/11, de Michael Moore.
Luego pasamos a la investigación. Nos muestran varias escenas de tortura hacia un hombre llamado Ammar, el contacto saudí que terminará soltando la información clave para llegar hasta Bin Laden. Escenas ampliamente discutidas por los medios norteamericanos, enfrascados en el debate sobre si la película valida la tortura como método para obtener información. Lo que no se discute es si realmente esas escenas logran transmitir algo.
Personalmente, las torturas de la película no me movieron un pelo. Quizás era ese el efecto que se buscaba con estas escenas. La investigadora Maya (Jessica Chastain), se espanta al inicio, pero con el tiempo va adaptándose y asumiendo ese rol. Quizás esa distancia que uno siente al ver las torturas es la mirada en que nos encontramos ahora, 2013, sobre la violencia contra personas extrañas: nos sentimos ajenos al dolor del otro.
Sin embargo, si fuera así, no entiendo a qué vienen esas ganas de parecer excesivos: El compañero de Maya hace caer al suelo a Ammar, le pone una cadena alrededor del cuello y entonces remarca lo obvio: «tú eres mi perro». Provocación en el contenido, pero emocionalmente, tiempo vacío. Hay series de TV hoy en día que retratan momentos así con una intensidad muy superior a estos momentos de Bigelow. De hecho, «Zero Dark Thirty» se acoge en sus momentos más extraviados a ese tratamiento cámara tiembla/edición brusca, que la propia TV ya exprimió e, incluso, superó («Homeland», por ejemplo).
Pero lo realmente fastidioso de la película llega con las escenas del medio, de un extensísimo segundo acto que convierte los momentos de oficina en el desgano absoluto.
Es momento de seguir las pistas rumbo al paradero de Bin Laden. La pista que dio el moreteado Ammar, y más pistas que otros agentes vienen trabajando. Viene una sucesión de reuniones entre agentes, sentados alrededor de una mesa, filmados de lateral, o frontal, o lo que salga. Sin dirección.
Y no lo digo porque tenga algo contra Kathryn Bigelow, al contrario. He disfrutado mucho The Hurt Locker, la cual es fácil defender así que mejor me referiré a K-19: The Widowmaker, que la disfruté antaño y que al revisarla al menos tenía planos más cuidados, más intensos y hasta más complejos que estos de Zero Dark Thirty, posiblemente porque la mejor Bigelow aparece en los momentos de acción, concentrados en un solo espacio (como el submarino K-19). Esto es lo que sucede también en su última película, en la media hora final.
Para llegar hasta ahí, pasan más conversaciones, varias explosiones (algunas muy previsibles), pistas que se pierden (a lo Zodiac, pero menos interesante y oscuro, simplemente se pierden) y seguimientos tipo espionaje (podrían insertarse en una película de Bourne).
Todo hasta llegar al tercer acto: la invasión a la casa de Bin Laden. Aquí la película se despoja de todo lo accesorio y crece enormemente. Asistimos a un momento lleno de nervio, con un conocimiento amplio de los tiempos tensos y espacios llenos de polvo, con una edición de sonido de primer nivel (al punto que ni es necesario usar música) y con el suficiente desparpajo para reírse del espectador pues la tan esperada presencia de Bin Laden apenas sucede durante una fracción de segundo. Al fin la película parece lo que en su momento se anunció.
Y todo ello gracias a la tenacidad de Maya.
Jessica Chastain es uno de los grandes picos de la película. A lo largo de la película mantiene en su rostro una rigidez que no impide la continua aparición de una placentera fragilidad. Su personaje persigue durante años la misma pista de investigación y al final obtiene su recompensa: la ubicación de Osama.
Además, parece haber conseguido otra recompensa fuera del filme: casi no hay crítico que no hable de su personaje como un «retrato de la obsesión» o algo semejante. No necesariamente debe ser así. Obsesión es perseguir algo más allá de la razón. Veamos, investigadora de la CIA destinada a Medio Oriente… es lógico que quiera atrapar a Bin Laden, ¿no? Quizás se hable de «obsesión» como resultado de esas escenas (las menos agradables de Chastain) en que grita: «¡Muchos de mis compañeros murieron haciendo este trabajo!». Felizmente, son las menos.
La única obsesión que puedo encontrar en «Zero Dark Thirty» es la de Bigelow, por filmar esa noche más oscura sin importar nada más, ni siquiera dos tercios de su filme. Por eso, la gran inquietud que esta película me deja es hasta qué punto la ansiedad por filmar puede terminar siendo un lastre para el propio director.
Zero Dark Thirty. Dir: Kathryn Bigelow | 157 min. | EE.UU. | 2012
Intérpretes: Jessica Chastain (Maya), Jason Clarke (Dan), Joel Edgerton (Patrick), Jennifer Ehle (Jessica), Mark Strong (George), Kyle Chandler (Joseph Bradley), Edgar Ramirez (Larry), Reda Kateb (prisionero), Scott Adkins (John), Chris Pratt (Justin), Taylor Kinney (Jared), Harold Perrineau (Jack), Mark Duplass (Steve), James Gandolfini (director de la CIA).
Guion: Mark Boal.
Música: Alexandre Desplat.
Estreno en España: 4 de enero de 2013.
Estreno en Perú: 28 de febrero de 2013.
Extra: Como verán, la película se estrenará en Lima después de la premiación del Oscar, el 24 de febrero. Así que si desean verla antes, pueden bajar Zero Dark Thirty via torrent.
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