Rotterdam: Día 1
Los suburbios de Rotterdam. El sol arroja rayos de color naranja suave sobre la nieve. Si la vida se percibiera en celuloide, esto parecería una película de Fassbinder y sonaría algo de Peer Raben a través de esos parlantes de los parques holandeses donde ahora resuena pop americano. Pero no importa: la vida en Rotterdam se percibe en celuloide, y también en vídeo, 8mm, found footage y demás.
Al menos hasta el 3 de febrero que dura la 42da edición del International Film Festival Rotterdam (IFFR), el festival central del cine contemporáneo, la vitrina más grande del cine radical, de las nuevas tendencias, del avant-garde… llámenlo como quieran. Nieve y cine del bueno por toda la ciudad. Gente animada y compartiendo información con buen rollo, para poder elegir el mejor horario posible y así satisfacer el hambre cinéfilo de todos los que llegamos aquí.
En el diario del festival, Rutger Wolfson (director del IFFR) presenta orgulloso los nuevos premios dedicados a la distribución de los mejores films, fundamental para que estas películas lleguen a su público y no sean objetos de contrabando para excéntricos. En la entrada de la proyección de The Master, lo impensado: un grupo de activistas holandeses protestan contra la película española “Blancanieves”, de Pablo Berger. Reparten volantes acusando al film de haber maltratado a los toros durante su rodaje. En las charlas de café: los productores de una película que se estrena mañana cuentan, emocionados, que recién ayer acaban de terminar los arreglos técnicos del film. Todo avanza a ritmo febril en el festival. El espíritu se contagia y está bien: que siga el pop y mejor incluso si suben el volumen.
Muchos jóvenes de todo el mundo presentando sus primeras o segundas películas. Demasiados nombres por descubrir en la Competencia. Además, la presencia iberoamericana en Rotterdam es muy fuerte. Los primeros en llegar son algunos nombres de la delegación brasileña. Converso con ellos y sale un nombre crucial en la conversación: Júlio Bressane, cineasta de culto y algo semejante a un padre espiritual para varios de estos nuevos directores. Desde el día 2 empezaré a ver sus películas. El día 1 da tiempo para revisar unos cortos (que comentaré en otro post) y para asistir a tres proyecciones fundamentales de tres cineastas de mi total admiración: De Oliveira, Dwoskin y Grandrieux. Como casi una tradición internacional, el día 1 existe para mostrar respeto a los grandes.
El último largometraje de Manoel de Oliveira, Gebo e a sombra, contiene una tristeza tan cercana que avanza quietamente por tu interior hasta quedar depositada en rincones profundos y perennes. Como las viejas elegías de los pueblos, como las películas más amargas de Bresson. Un contador (Gebo) lleva una vida opaca durante toda su vida para poder mantener a su familia. Además, ese hogar tiene que soportar la desdicha de un hijo fugitivo. Cuando éste reaparece, en lugar de alegría, las circunstancias hacen que el dolor sea mayor.
Una vida oscura, como la atmósfera del film: personajes estáticos, decoraciones opacas e iluminadas apenas por velas, constante presencia de una lluvia pesada alrededor del hogar. Gebo e a sombra es un cuento familiar de planos extensos que se niegan a ser cortados (actitud que toman de su personaje central). Tiene la apariencia de un trabajo filmado (está basada en una pieza teatral de Rául Brandão) pero uno percibe que se trata de algo más. Los monólogos son hablados con una extrañeza muy lejana al habitual tono teatralizado, como si estuviéramos ante un narrador partícipe y ausente a la vez, un narrador desconcertante como el de Historias extraordinarias pero a un ritmo más suave y lúgubre. Pero aún así no vemos un ambiente agobiado sino de una naturalidad muy humilde. Y esto debido al reparto excepcional del film en todo nivel. Sólo mencionando a Michael Lonsdale, Claudia Cardinale y Jeanne Moreau se entiende por qué.
“A lifetime of bad weather”, “una vida entera de mal clima”. Esa línea de la película señala muy bien el destino que cae sobre Gebo. El destino es el deber, el deber de nuestros padres que optan por una vida más sacrificada. Trabajar y cuidar una familia porque es lo que uno debe hacer. Y el hijo está intensamente contra ello, el hijo como ser vinculado al padre, pero externo, ajeno, desconocido. Es decir, su sombra. ¿O será el propio Gebo su propia sombra? ¿Es su vida un fracaso? Reflexones que se hace en silencio, sentado a la mesa. La esposa reclama: “¡Háblame!” Pero uno no habla de las pesadillas que aparecen por las noches ante lo evidente de nuestro fracaso como humanos.
Frente a De Oliveira y su clasicismo, la proyección del acto LosingDwoskin tuvo sobre mí el efecto de una locomotora a máxima velocidad. Empezó con un documental donde oímos del propio Stephen Dowskin, gran cineasta experimental fallecido el año pasado, comentarios amplios y estimulantes sobre su cine, sus métodos, sus búsquedas, sus juegos. Entramos a su hogar, observamos los apuntes originales de sus diarios, revisamos extractos de sus películas e incluso asistimos a una grabación que él hace de una modelo en un pequeño pasillo de su hogar. Una mujer, una cámara y él. Gran parte de su cine reside en estos elementos que él mezcla desde su silla de ruedas.
Escuchar a Dwoskin es toda una lección de cine así que me limitaré a copiar algunas de sus frases mencionadas en el documental:
- «Intento poner a mis actores/modelos en una situación particular frente a la cámara. Inicio una performance y luego simplemente los voy siguiendo, sin guión, buscando capturar una mirada, unos gestos, algo que aparezca en ese momento».
- «Observar a la gente es lo más interesante que un cineasta puede hacer».
- «Estamos rodeados de eventos absurdos y contradictorios en el hogar y en la calle. ¡Absurdos! Hay que encontrarlos. Observarlos».
- «En algunas de mis películas, el punto de vista tan extraño se debe porque he querido mostrar el punto de vista de un inválido, en la calle o en la intimidad».
- «No sé si soy avant-garde o experimental. Me gustan las convenciones. Me las planteo al filmar. Solo entiendo que todo debe replantearse. Cada toma que hago debe ir hasta sus límites e incluso más allá de la imagen».
- «La gente en los años 60-70 era más receptiva a todo tipo de obras. Más abierta, más curiosa. No les incomodaba tanto el riesgo».
- «Me he visto en famosas listas de nuevo cine americano de vanguardia. Creo que no saben que soy británico».
- «Aunque alguien me puede calificar de voyeurista, mi idea básica del cine es que debe ser un espejo, conectar con el espectador. No ser voyeur sino partícipe. El espectador ya no mira sino se involucra».
Para entender mejor de qué estamos hablando, es posible rastrear algunos de los cortos de Dowskin en internet. No hay muchos, pero los que hay valdrán la pena:
Vean Naissant (1964), de Stephen Dwoskin:
Como si todo eso no bastara para una sola jornada, lo más excepcional recién estaba por llegar: la proyección de White Epilepsy, de Philippe Grandrieux. Puede resultar un nombre desconocido en Perú, pero ¡hey!, su primera película «Sombre» se proyectó en el Cinematógrafo de Barranco allá en el 2006 (muestra Ver o no Ver) y a mí me tocó escribir este texto, que cambiaría ahora pero cuya constancia dejo. Lo único que no ha cambiado es que sigo siendo admirador de cada obra que saca este cineasta.
El cine completamente a oscuras. En la pantalla resuenan sonidos extraños y un cuerpo desnudo aparece frente a nosotros. Lo que seguirá es una experiencia tan inquietante que parece haber salido del fin de los tiempos. Estamos frente a los primeros (o últimos) demonios de la tierra. Estamos frente a una era ajena a la civilización, a estructuras sociales, a constructos lógicos. Estamos frente al hombre caído. Estamos viendo al ser humano actuar como si solo le quedara el instinto de movimiento y supervivencia en su ser. Y todo esto ralentizado al máximo, creando con tal efecto temporal una sensación de misteriosa plasticidad que eleva la película a una categoría que aún debo digerir. Pero más que la imagen, es el sonido que revienta la sala lo que hace de esta experiencia la mejor de Rotterdam hasta ahora.
Entra Grandrieux muy sonriente a la sala. Se siente contento en el IFFR. Abiertamente señala que se siente en casa y no es para menos: ha proyectado todos sus largos aquí. Habla de proceso del film: desde la escritura de apuntes, hasta el rodaje de cuatro noches en medio del frío, en un bosque lleno de insectos. Habla del trabajo con sus actores, dos bailarines de danza con los que trabajó el comportamiento de los insectos hasta encontrar esos movimientos increíbles que aparecen desde el primer plano. Habla de su búsqueda más importante: the life itself, la vida más natural posible, animal, más allá del bien y del mal y de cómo el cine es uno de las maneras más eficaces para alcanzar este estado.
«Hay que andar ciegos», señala Grandrieux. Y este servidor recoge el consejo y sale de nuevo a la ciudad, al puerto y a los suburbios, completamente ciego y renovado.
(Fernando Vílchez se encuentra en Rotterdam como programador del Festival de Cine Lima Independiente)
Deja una respuesta