Día 2, 3 y 4:
Dentro de pocas horas dejará de caer la nieve. Empezará la lluvia, aumentarán los vientos fuertes y la ciudad perderá un poco de su encanto inicial. Y el festival irá de la mano con su clima. La mayoría de filmes en competencia no llegarán a satisfacer. La sensación de empezar a ver películas no tan honestas crecerá día a día. El día 3, una vez. El día 4 ya serán dos las veces que tendré ganas que la función termine. El agotamiento de las seis películas al día aumentará. La paciencia irá terminándose. La nieve ya sólo será un grumo negro en las esquinas de la ciudad y, entonces sí, parecerá que el romance inicial con Rotterdam llega a su fin.
Pero la dialéctica renace y frente a la oscuridad se alzarán las obras más resplandecientes. La competencia no estará tan bien, pero varias películas en secciones como Bright Future y Spectrum resultarán experiencias irrepetibles. Las percepciones de pesadumbre cambiarán ahora a emoción y estímulo. Una nueva luz se arrojará sobre Rotterdam con la siguiente certeza: Cuando hay malos tiempos, aparecen los cineastas punks.
Cineasta 1. A lo largo de los años he visto a queridos amigos debatir alrededor de dos posturas éticas fundamentales en la vida: buscar la profundidad o intentar salir a la superficie. ¿Hacia dónde ir? Nunca ha surgido una respuesta clara para ello (depende de las etapas de la vida, una postura cobra más relevancia) pero aquí en Rotterdam, tras ver la última obra de Takashi Makino, he hallado una película que replantea este debate unificando ambos caminos a través de una experiencia sensorial que nos ha trasladado a los espectadores a un espacio que es profundida y superficie a la vez.
Makino saluda en voz baja y luego empieza a repartir a cada espectador un filtro llamado Neutral Density Filter, una tira de lámina que corta la luz que viene desde la pantalla y que todos, muy obedientes, nos colocamos delante de nuestros ojos (a manera de gafas 3D) para presenciar “2012”, última película de este cineasta experimental que ha tenido como mentores nada menos que a los hermanos Quay. En «2012» vemos imágenes que el cineasta ha ido recogiendo a lo largo del año pasado, pero ofrecidas tras un proceso que se podría calificar de reingeniería del avant-garde.
Tanto “2012” como su película anterior “Generator” (las únicas que he podido ver) van más allá de lo hipnótico a partir de un trabajo cuidadoso y metódico de apropiación fílmica. Material en vídeo, súper-8, 16mm y 35mm se combina con una música que ha creado en vivo el mismo Makino según las sensaciones que va recibiendo de las imágenes. Es un trabajo tan potente a nivel visual y sonoro que no me sorprende verlo más tarde en una performance en vivo deleitando a medio mundo. Y ya sea en el cine o sobre el escenario, al final de cada presentación, aparece el Makino de carne y hueso: una persona muy respetuosa que te responde todas las inquietudes posibles y luego te agradece por la presencia con una humildad que desde ya lo hace todo un grande.
Cineasta 2. Toca cruzar a pie el famoso puente Erasmus, una pieza arquitectónica moderna y magnífica. Lamentablemente la nieve cae con mucha fuerza y el viento se hace imposible. Así, el paisaje se vuelve bello y doloroso a la vez. Pero a Alberto Gracia eso parece no importarle mucho. Está con la mente aún puesta en la premiere mundial de su opera prima, “O quinto evanxeo de Gaspar Hauser”. O quizás medita sobre algo más, difícil saberlo. El de Alberto es uno de estos singulares casos de cineastas que parecen haber estado toda su vida en una banca de la plaza, extraviado en sus pensamientos, y que un día decidió ir a una cabina de teléfono público, llamar a un ser querido y anunciar: «he decidido hacer una película punk».
Por eso, no es de extrañar que la leyenda de Kaspar Hauser sea el punto de partida para su primera incursión en el cine. El niño salvaje que ha vivido encerrado, que no habla, que no puede ver siquiera. El niño/hombre de las cavernas que desarrolla múltiples personalidades, que tiene que invertarse un lenguaje propio, que está anclado en el tiempo, que es un murciélago, que es… Batman.
¿Cómo existe el lenguaje en alguien que no lo conoce? ¿Cómo mostrarlo? El discurso experimental de “O quinto evanxeo…” nos confronta con una verdad: No hay palabras para la palabra. Estamos en una dialéctica absurda. Es un diálogo de sordos. El lenguaje no sólo no ha alcanzado ningún logro: simplemente no ha existido. Y ese es el evangelio de Gaspar Hause, esa es la buena nueva: No hay lenguaje. Por lo tanto, no hay identidad. Por lo tanto, todo es una quimera. Y en ese universo de imágenes en Super 16mm, de imágenes borrosas, de sonido enigmático, de celuloide alterado, en ese desvergonzado universo donde los bosques gallegos hierven lentamente mientras el lenguaje se descompone, ahí la fantasía y la alegría tienen espacio para florecer.
Estoy frente a una película que exhala un espíritu especial de complicidad, de rodaje jovial y radical. Viendo la relación tan cercana entre Alberto Gracia, Oliver Laxe y Felipe Lage, productores de la película y viejos camaradas de Alberto, se entiende el espíritu que rodea el film.
Luego de la experiencia de Gaspar Hause, no importa el frío. Volver a cruzar el puente me causa mucha ilusión.
En una villa filipina, a horas altas de la noche, un padre se acerca a su pequeño crío y le dice: «Hijo mío: quiero que sepas que soy mitad humano y mitad caballo».
En una barbería de la misma villa, un señor huraño conversa con un grupo de viejos sobre el río local y señala: «El río tiene la capacidad de hacer que olvides una parte de ti. Pero tienes que estar seguro de qué parte quieres borrar. Si en ese momento el río es real, te queda una cicatriz. Miren».
(Al atardecer, ya con el cielo oscuro, alguien ingresa con una caja de videotapes al río, camina varios pasos y suelta la caja, dejando que la corriente se lleve todos esos cassettes.)
Señoras, jóvenes y niños se acercan al casting de una película de guerra que se está rodando en la villa. Los habitantes ensayan movimientos incomprensibles y cómicos. Al señor huraño le dicen que vaya, que con su cicatriz parece un veterano herido. El equipo de casting pide a los niños que simulen lanzar golpes frente a la cámara. Un niño se acerca y empieza a golpear. A velocidad normal, es solo un niño que mueve los brazos y se divierte. La imagen se repite ahora ralentizada. La cámara encuentra en el rostro del pequeño un abismo sorprendente. Repito: en el rostro del niño, un abismo sorprendente.
Es el niño del inicio. Su nombre es Lucas. Un tal Lucas. «Lukas the Strange».
Tal es el título de la nueva película de John Torres, el cineasta filipino más prometedor de los últimos años. Él se ríe y repite que solo quiere rock and roll. Independencia y poesía giran alrededor de los fotogramas y los vídeos que vemos. Fragmentos de vida que se sumergen en la rebelión por la memoria. Vuelve a nosotros la pequeña amiga de la infancia que nos susurra misterios y confidencias. La memoria empieza a caer. Uno se olvida de las cosas, «pero no te puedes olvidar de la vista de tu ventana cuando niño». Entonces es momento de entrar a otro tiempo de nuestras vidas para ya no salir hasta que se enciendan las luces de la sala y ahí solo nos queda agradecer a Torres.
El agradecido es John, quien me arrastra a ver la última película de Khavn De La Cruz, «Misericordia: El último misterio de Kristo Vampiro». Una película salvaje, hermosa y subte. De La Cruz acompaña una recreación de Semana Santa (un Cristo cargando la cruz, los romanos golpeándolo, etc), y graba las imágenes como un Dios que se alimenta de sangre fresca, de cuerpos de prostitutas, de semen de avergonzados caballeros. Como vampiro que es, Cristo se acuesta con la Virgen María y se come su cuerpo. La cruz que lleva es su condena y nuestro placer.
Siento que acabo de ver a un Chris Marker salvaje. Siento que acabo de ver la película que un verdadero poeta maldito de Quilca nunca ha hecho en Perú. Y algo de eso hay. No por nada Khavn De La Cruz es cineasta pero también es poeta, pianista, cantante y escribe manifiestos. En Rotterdam no se ponen de acuerdo sobre si tiene 33, 35 ó 38 películas. Más de cien cortos, eso sí. Khavn brinda con John y al verlos uno siente la satisfacción de ver cómo el cine filipino tiene vitalidad para rato.
Alberto, Makino, John, Khavn. En ellos, la libertad es reina y señora, es virgen y prostituta. Sus trabajos pueden ser meticulosos o imperfectos, pero son tan personales y enigmáticos que el romance con Rotterdam renace al fin, con mayor entusiasmo e ilusión.
* * *
Muchas de estas experiencias las paso al lado de Álvaro Delgado-Aparicio, el único cineasta peruano presente en Rotterdam con una película compitiendo. Su cortometraje El acompañante es una de esas pocas obras que logran proyectarse casi simultáneamente en Sundance y en Rotterdam. Tras verla, es comprensible la razón. Una obra impecable técnicamente, y con un concepto creativo que sorprende: dos hombres encerrados en una casa, haciéndose compañía uno al otro, en silencio, cercanos a la inmovilidad, como dos muñecos de retablos que son partícipes de una violencia subterránea que va retumbando cada vez más intensamente en su universo.
Sórdido y milimétrico, es un corto filmado con un cuidado refinado que va muy acorde a la apariencia de Álvaro. Él es preciso y ordenado. Su agenda contrasta con mis apuntes borrosos que ya ni reviso. No es para menos, pues Álvaro se encuentra en la decisiva etapa de reunirse con futuros coproductores internacionales, empresas y festivales que ya han puesto el ojo sobre él. Me muestra imágenes de su encuentro con Robert Redford en Sundance. Discutimos sobre las películas que hemos visto.
Compartimos nombres, gustos e información. Me agrada mucho esta pasión. En nuestro medio cinematográfico sobran las personas cargadas de envidias y lamentos, y hacen falta más como él, personas que solo desean cumplir un sueño tan sencillo y hermoso como es el hacer un cortometraje.
Y si la suerte y el talento está de tu parte, tanto mejor. Estrenar tu corto en un festival internacional es lo mejor que le puede pasar a un joven cineasta. Estrenarlo en dos es magnífico. Estoy muy contento por Álvaro y su estupendo logro, pero más contento por la calidad de persona que es. Por ello, decidimos dejar un rato las películas e irnos a beber una buena y merecida cerveza.
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