Rotterdam, ciudad de las sopas. Sopas chinas, italianas, tailandesas, árabes, turcas, holandesas. Sopas de todas las regiones que nos acompañan y nos renuevan de energía a muchos de nosotros, asistentes que llegamos a los últimos días del Festival extenuados, confundidos pero también felices. Terminó el Festival Internacional de Rotterdam y los amigos nos reunimos para comer mientras repasamos la Competencia Oficial, competencia que incluye a jóvenes directores con sus primeras o segundas películas.
Quizás sea por la saturación de filmes, quizás sea porque lo mejor del festival esté en las secciones paralelas, la Competencia nos ha agotado un poco a todos. La saturación me hace soltar afirmaciones como las siguientes:
- Películas con estética Vimeo-Canon-HD-macro-desenfoque. BASTA.
- Películas que empiezan y/o terminan con su protagonista contemplando el mar. BASTA.
- Películas donde se golpea/degollan animales por parecer duras y realistas. BASTA.
- Películas con escenas de vómito donde tiene que verse bien el vómito. BASTA.
- Directores que se sienten halagados porque sus películas reciben abucheos. BASTA.
Listo. Bueno. En realidad nadie puede decir qué hacer y qué no hacer a los directores. Sería de una arrogancia ridícula. Esto es solo un desfogue ante una sucesión de obras similares de las cuales no hablaré, pues si hay que hablar, hagámoslo de lo que emociona y estimula.
Entonces, de la Competencia (haciendo la aclaración que no he visto algunas), me quedo con tres películas, óperas primas todas ellas:
It Felt Like Love, de Eliza Hittman, una película centrada en los cuerpos de adolescentes ansiosos por explorar su sexualidad. En cada acercamiento, en cada roce, no son los jóvenes los que hablan sino hablan sus manos, sus pechos, sus caderas, sus cabellos. La cámara incluso olvida los rostros por momentos. Un espíritu adolescente envuelto en abstracciones sonoras con ecos a Paranoid Park.
36, de Nawapol Thamrongrattanarit, simpático trabajo que envuelve un melancólico romance juvenil en medio de reflexiones sobre la mirada digital de nuestros tiempos, tiempos donde un disco duro malogrado significa perder para siempre todos los recuerdos almacenados. Una ópera prima tailandesa rodada en 36 planos. Sonaba bien para relajar el día y no decepcionó.
Last but not least, una extraña y divertida experiencia tras ver Soldate Jeanette, de Daniel Hoesl, película austriaca que, quizá por tanto Haneke flotando alrededor, tiene muchas referencias burlonas al “cine arte europeo” y a la seriedad exagerada, a través de la ironía y el color.
Fuera de esos tres filmes, la mayoría de películas en competencia salen perdiendo, sobre todo cuando toca ver películas de cineastas como Muratova, Erice, De Oliveira y demás. El color y textura en las proyecciones de los filmes de Muratova era de no creerlo. Películas de los setentas con una belleza estética que posiblemente se esté perdiendo ya para siempre. No es nostalgia, es realidad.
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Salas llenas para ver No y Spring Breakers. La de Korine la reservo para su estreno próximo. Lo de «No» da mucha curiosidad: paneles por toda la ciudad. Una campaña de publicidad muy efectiva para la primera película chilena nominada a un Premio Oscar. En los diarios holandeses se le llama «el Mad Men Chileno».
Gracias a la presión internacional, en 1988 se convoca un referéndum en Chile para sacar a Pinochet del poder. Votar SÍ era mantener al tirano, hacer que se quede. Votar NO significaba un cambio necesario en la política: NO lo quiero, NO más de pobredumbre y crímenes silenciados.
Sucede que hay momentos en que una sociedad debe sacudirse del cinismo cotidiano tan agotador y simplemente decir NO a las prácticas de antes y permitir que los cambios sucedan. Por ello estamos frente a una película que va más allá de la pantalla. Por ello, al final de la proyección, surgen muchos aplausos y florece un sentimiento fuerte de solidaridad en Rotterdam.
Pero si de películas latinas vamos a hablar, la que ha tocado fibras muy personales es Avanti Popolo de Michael Wahrmann, obra de aroma carioca, aire porteño y sabores andinos. Una obra que es brasileña pero también puede ser uruguaya, peruana o chilena. ¿Cómo no rendirse ante un inicio tan sencillo pero significativo como un automóvil recorriendo un viejo barrio por la noche, alegre y sin rumbo, mientras suena en la radio temas célebres de la banda Quilapayún?
Es muy fuerte la sensación de ser un pueblo estancado entre la camaradería sencilla y cotidiana, por un lado, y las tragedias pasadas por el otro. Excepcionales Carlos Reichenbach y André Gatti. Sus presencias y, sobre todo, sus suaves entonaciones capturan toda nuestra atención y nos hacen partícipes de sus vidas.
Un salón, un patio y una calle. Con muy poco, Wahrmann crea un universo lleno de nostalgia in crescendo, dolores invisibles y un humor sorprendente. O sea, un Kaurismäki latino para un continente que, de tanto apiñar el pasado, terminará ciego y será incapaz de ver lo que alguna vez fue una fuerza viva y hermosa.
Nobles sensaciones con películas como «Centro histórico» (la reunión de Erice, Pedro Costa, Kaurimäki y De Oliveira) o con instalaciones como «The Most Electrified Town in Finland» (de Mika Taanila). Generosa exhibición de cortos muy significativos como «Manha de Santo Antonio», «Continuity» y «Buenos días, resistencia». En fin, el viaje a Rotterdam ha sido apabullante, pero sobre todo hermoso y productivo. Ahora puedo decir con certeza que algunos de los títulos que he mencionado entre lo mejor visto aquí van a llegar a Perú y eso siempre será una alegría para los que buscan nuevas experiencias en nuestra cartelera local.
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