El tremendo e impactante documental del estadounidense Joshua Oppenheimer se presentó recientemente en el Festival Lima Independiente. Ahora, a propósito de su nueva presentación en el Festival Transcinema, publicamos esta extensísima entrevista con el autor:
Joshua, ¿cómo se te ocurrió rodar un filme donde recreas los asesinatos en masa sufridos por los indonesios hace 50 años?
La primera vez que estuve en Indonesia fue en 2002, al hacer «The Globalization Tapes», una película acerca de trabajadores de plantaciones tratando de crear un sindicato. El mayor obstáculo que los trabajadores tuvieron que afrontar fue el miedo: hasta 1965 existía un sindicato bien asentado, y sus miembros (los padres, tíos, tías y abuelos de los amigos con los que filmamos «The Globalization Tapes») fueron acusados de «comunistas» y terminaron o muertos o encarcelados en el genocidio de 1965-66. La historia del genocidio y el consiguiente reino del terror era claramente el nudo dramático, pero mis colaboradores estaban asustados de siquiera hablar en cámara al respecto. Nos explicaron que los asesinos vivían entre nosotros, que mi vecino había matado a la tía de uno de los personajes principales, y que sería peligroso si ellos los veían hablándome de lo sucedido. Sugirieron, sin embargo, entrevistar a los asesinos. Ellos estarían felices –y orgullosos- de hablar conmigo. Esto me sorprendió, puesto que los criminales no tienden a presumir de sus crímenes –a menos, claro, que nadie los considere crímenes.
Y desde entonces comenzamos a grabar la vida diaria del pueblo, a puertas de la casa de mi vecino el asesino. Esperábamos que se sienta curioso y nos invite a pasar. Pronto lo hizo. Era mayor, así que le pregunté en que había trabajado. Su respuesta: «Fui un guardia de seguridad en la plantación, pero fui promovido a gerente por haber exterminado a 250 trabajadores comunistas.» Así, luego nos demostró como atacaba a los trabajadores y luego los ahogaba en las acequias. Bromeaba con que sus músculos ya no eran tan fuertes como antes. Mientras nos lo contaba, su nieta de 10 años escuchaba, aburrida, como si hubiera escuchado la misma historia ya demasiadas veces.
Si todos los involucrados eran como este hombre, era fácil darse cuenta cuán importante era esta historia. Queríamos saber si los demás asesinos hablaban del hecho con igual naturalidad, y si era así, ¿por qué?
Le pedí a nuestro vecino que me presente a otros como él, miembros de su propio escuadrón de la muerte, oficiales en la milicia, y líderes de escuadrones de la muerte en villas aledañas. Durante los siguientes dos años, traté de contactar a todos los perpetradores aun vivos, y me di con que el comportamiento de nuestro vecino presumido no era nada fuera de lo común.
Sentí que me hubiesen confiado una carga de importancia moral y política por los sobrevivientes y en general por los Derechos Humanos en Indonesia. Las historias de estos hombres eran de importancia histórica mundial: decenas de miles, tal vez millones, de personas fueron asesinadas en Sumatra del Norte, y nadie lo había documentado. Los perpetradores se hacían viejos, y cuando muriesen, los hechos se perderían sin documentarse. A su vez, todos estaban emocionados por mostrarme lo que hicieron, por llevarme a los lugares donde habían matado y escenificar los hechos. Al terminar, se lamentaban por no haber traído a más de sus amigos, o machetes con los cuales representar mejor.
Así, llegué a «The Act of Killing». Me di cuenta que la historia no era acerca de lo que pasó en 1965, sino lo que está pasando ahora, en el presente: estos hombres se sienten orgullosos de sus crímenes. Obviamente, nadie les ha llamado criminales y, muy por el contrario, se han celebrado sus crímenes de lesa humanidad. Me pregunté: ¿Cómo se ven estos hombres a sí mismos? ¿Cómo quieren que se les vea? Y más importante: ¿Qué pasa con nuestra humanidad si construimos nuestro día a día en mentiras y terror?
«The Act of Killing» es mi intento por responder esas preguntas.
También añadiría que al crecer en una familia que se salvó del Holocausto, aprendí desde niño que el objetivo de la moralidad o de cualquier política es el prevenir que los genocidios se repitan. No solo para nosotros, sino para cualquiera, donde sea. Pero si queremos tomarnos esto en serio, debemos darnos cuenta de la verdad: hay seres humanos destruyendo a otros seres humanos. Los asesinos no son monstruos. Son humanos como nosotros y nosotros los humanos nos hacemos esto una y otra vez.
¿Cuáles son las conexiones que ves entre el cine y los crímenes perpetrados en Sumatra del Norte?
Al inicio de nuestra investigación, en el 2005, descubrí que el ejército reclutaba sus homicidas en Medan (la capital de Sumatra del Norte) como actores de cine estilo gángster, quienes ya odiaban a los izquierdistas por boicotear las películas estadounidenses –las más rentables-. Esta relación me intrigó, aunque aún no lograba comprender su verdadero alcance. No solo Anwar y sus amigos conocen y aman el cine, pero también anhelaban estar en las pantallas, y se vestían de acuerdo a sus personajes favoritos. Incluso sacaron sus métodos de ejecución de la pantalla grande.
Anwar habla que al salir del cine después de haber visto un filme de Elvis Presley, se sentía intoxicado por la magia del cine y bailaba por el camino hasta su oficina militar/paramilitar donde torturaba gente. (La oficina fue construida directamente al frente del cine para que los asesinos se sientan más cómodos al ir: ver películas y torturar y matar gente). El cine ayudó a los homicidas a distanciarse del acto de matar, mientras mataban. Este se convirtió en un espacio donde se proyectaban, además, sus fantasías más oscuras y horribles.
Esto no significa que el cine sea responsable por las matanzas. Anwar fue el perpetrador número 41 de los que filmé. Los primeros 30 fueron con autobuses llenos de personas hasta alguna ribera donde les cortaron la cabeza. Esos hombres pudieron hacer todo eso sin ver películas, pero si necesitaban tomar alcohol. Tal vez todos necesitamos algo con lo cual distanciarnos del acto de matar, sea alcohol, películas, propaganda que justifique el fin, una pistola, o alguna interfaz tipo videojuego para lanzar un ataque piloteado remotamente.
De igual manera, para Anwar el proceso de rodaje parecía ser un escape a lo que hizo, pero finalmente se convierte en el prisma por el cual puede reconocerlo. Déjame explicarlo, en detalle:
Durante el rodaje, le mostraba a Anwar cada escenificación que hacíamos. Quería darle la oportunidad de ver lo que habíamos grabado, y documentar como lo veía. A menudo, Anwar tenía reacciones inesperadas, y yo me sorprendía. Quería saber si Anwar y sus amigos entendían como se les veía en el filme. La primera vez que filmé con Anwar, me llevó al tejado de la oficina donde mataba, me mostró como los mataba con alambre, y de la nada se puso a bailar cha cha chá. Esto me dejó impactado. Lo vi como la más terrible imagen de impunidad, y obviamente lo es.
Sentí que tenía el deber de exponer este grotesco absurdo de un régimen de impunidad. La toma de Anwar bailando en el lugar donde había matado a mil personas era, claramente, la más horrible y grotesca imagen que se podía imaginar. Creí sentir, sin embargo, que había más que una simple celebración representada ahí. Normalmente, cuando escuchamos algo de un criminal, o bien niegan lo que han hecho, o tratan de pedir perdón. Eso es porque el poder se les ha sido quitado para cuando escuchamos sus confesiones. Aquí, los perpetradores han ganado, y aún están en el poder. Aún tienen la oportunidad de justificarse –ante sí mismos y ante el mundo– lo que hicieron. Naturalmente, como seres humanos, ellos toman la oportunidad, porque de otra manera tendrían que aceptar el hecho que han cobrado innumerables vidas. ¿Cómo serían capaces de mirarse al espejo? ¿Cómo se levantarían día a día, harían sus quehaceres, vivirían sus vidas? Lo que quiero decir es que la celebración del genocidio, incluyendo a Anwar bailando en el techo, puede aparentar ser al principio un síntoma de falta de vergüenza, pero si miramos más de cerca puede que sea un síntoma de su humanidad –el esfuerzo desesperado por justificar lo que han hecho-. Como Adi dice en la película, matar es la peor acción posible. Si te pagan lo suficiente, hazlo, pero necesitas una buena excusa. El gobierno provee la excusa como propaganda y los asesinos se vuelven adictos a la propaganda para tratar de justificarse ante sí mismos. Y si son tan inseguros en su justificación, la justificación puede fácilmente convertirse en una celebración defensiva.
Volviendo al tema, cuando Anwar baila en el techo, es también un síntoma de su propia consciencia. Es claro que la parte de él que entiende lo que pasó en el techo está aletargada, y que esa disociación de la realidad es un síntoma de que en realidad sí se da cuenta de que lo que hizo está mal. Más aún, el dice ser bueno al bailar, porque él tomaba, se drogaba y vivía la vida de un playboy para olvidar lo que hizo. Pero al tener la responsabilidad recibida de los sobrevivientes para exponer la impunidad, yo vi antes que nada el baile como una alegoría a la impunidad.
Quería entender cómo era posible para Anwar bailar donde mató a miles. ¿Cómo lo ve él? Mostrarle el hecho podría ayudar a que se de cuenta, finalmente, de la significancia de lo que ocurrió en ese techo –algo que claramente él no ha tenido el coraje de ver al bailar-. El objetivo fue de documentar los contornos de indiferencia y negación, no llevar a Anwar a reconocer sus acciones.
Así que le mostré la grabación. Este fue uno de esos momentos durante el rodaje cuando realmente tuve miedo. Creí que diría «Esto me hace ver mal», y que decidiera no filmar más. Creí que podría llamar al ejército, y que tuviéramos que empacar las cosas. Yo esperaría que mi productora en Indonesia estuviera en el aeropuerto con bastante dinero, listo para comprarnos pasajes a mí y a mi equipo para evacuar si ella no recibía un SMS que diga que todo andaba bien. Asumiendo que tuviéramos que evacuar, volvería a casa y editaría un filme con los 41 perpetradores que ya tenía filmados.
Cuando le mostramos lo grabado a Anwar, él se vio perturbado. Es verdad, creo que él estaba bastante perturbado, pero sin el coraje para decir «esto me hace ver mal», porque eso sería admitir que en realidad fue malo. Y Anwar aún tiene la oportunidad de justificar (a sí mismo y al mundo) lo que hizo. Así que en vez de decirlo, él traspasa esa perturbación a su ropa, a su actuación. Y así comenzó un largo camino de 5 años en el cual, creo, Anwar no está tratando de glorificar lo que hizo, sino de escapar de su dolor. De reemplazar el horrible dolor –el mismo dolor que lo visita durante sus pesadillas, y que le hace aparentar indiferencia al bailar en el techo– con escenas concretas, seguras. De reemplazar la inimaginable realidad de lo que ha hecho con estas escenas de ficción concretas.
Es como si él tratara de construir una cicatriz cinemática, mediante la historia, mediante la ficción, sobre su herida.
Y cada vez que hace algún drama, el horror que inevitablemente lo persigue se mete entre las escenas, entre las cámaras, y se filtra. Por esa razón, él necesita hacer una nueva escena, y otra, acercándose más y más a las horribles imágenes que lo atormentan: el hombre en la plantación cuyos ojos olvidó cerrar, y finalmente la víctima siendo estrangulada con alambre. Él debe hacer las escenas sobre las más terribles memorias, porque esas son precisamente las imágenes que él está tratando de desterrar al remplazarlas con escenas de ficción.
Y mi objetivo nunca fue el llevarlo a la catarsis, o a la confesión o redención. No solo hubiera sido obsceno, dado que mi tarea era el exponer un régimen de terror basado en la celebración del genocidio, sino también le hubiera dado al filme un tono sentimental. Yo estaba, en contraste, tratando de grabar e interrogar estas celebraciones de genocidio para exponer la impunidad. Pero las celebraciones terminaron conteniendo en ellas huellas y marcas de la conciencia y el remordimiento de los celebrantes. Y termina siendo que el mostrar el resquebrajamiento de los asesinos, el vacío completo de sus valores y de todos los valores humanos que construimos al basar nuestra normalidad en el terror y las mentiras, todo esto hace que la acusación hacia la Indonesia contemporánea sea tan innegable y devastadora.
Entonces, estoy tratando de exponer un régimen de impunidad; Anwar está tratando de huir de su dolor. Estos dos proyectos están en tensión, y esa tensión es de alguna forma el motor del filme.
De hecho, él trata de huir tres veces del terror que experimentó mientras hacia el rol de la víctima. Primero, al imaginar desesperadamente que en el cielo él será recibido por sus víctimas, quienes le agradecerán por matarlas (Incluso si esta escena es un intento desesperado de huir de su dolor, es solo imaginable porque es, a su vez, la lógica fundamental de todo el régimen es: ‘‘¡Matamos un millón de personas y nos deberían agradecer por eso!»).
Luego él ve la escena de la catarata, y menciona que tan bella es, y expresa sentimientos tan profundos. Pero algo dentro de él lo jala hacia su dolor, hacia su horror, porque eso es precisamente lo que él está tratando de justificar al representarlo en una película; él sabe, en algún nivel, que esa visión de redención en la catarata es una mentira, y siente la necesidad de regresar a la fuente de su dolor, y recordarse que es tan solo una ficción. Nos pide ver la escena donde es estrangulado con alambre. Sin embargo, entonces, llama a sus nietos, casi usándolos como escudos humanos. Él les dice, pero en realidad se dice a sí mismo, que es «solo una película». Ellos se aburren porque para ellos, de hecho, es solo una película. Vuelven a dormir. Ahora él está al desnudo, sin la protección de sus nietos, como si estuviera sin escudo. Hace un esfuerzo final para convencerse de que solo es una película, ofreciéndome una confesión genérica: »Ahora me siento igual que mis víctimas».
Él espera que acepte –y que le confirme- que no hay diferencia entre la ficción que escenifica y la realidad que trata de domar en su mente. Él espera que esté de acuerdo con él en que no hay diferencia entre actuar y morir, y yo no puedo hacer eso. Y creo que esto es evidencia de que mi objetivo nunca fue la redención de Anwar, porque si lo fuera probablemente hubiera sentido que él me hubiera dado la confesión que esperaba todo este tiempo, y hubiera aceptado que él, al fin, se siente como sus víctimas. Pero cuando digo «no», él se ve forzado a lidiar con el hecho de que nunca podrá escapar del horror de lo que ha hecho, de que nunca podrá huir del horror de su pasado.
Mostrarle las imágenes a Anwar es, por ende, la llave que lo lleva a las escenas finales. Es tan solo al grabar que Anwar se da cuenta, finalmente, que nunca podrá remplazar el verdadero terror de lo que ha hecho con estas escenas de ficción. Está desesperado por convencerse a sí mismo (y a sus nietos) que es «solo una película». Y finalmente se ve forzado a aceptar que nunca podrá cruzar la brecha que lo separa entre su yo ficticio, sus experiencias ficticias de lo que ha hecho, y el verdadero horror inimaginable de lo que les hizo a otros sentir. Y su colapso final viene al mirar ese abismo infinito.
Y es en ese sentido que la conclusión es anticatártica: no hay liberación. Es como si él tratara de expulsar los fantasmas que lo acechan, pero nada sale, porque él es el fantasma. Él es su pasado. Nunca escapará lo que le pasó. Y la toma final de Anwar parado en las escaleras es su aceptación inconsciente, creo, que él pertenece a este reino de los muertos. Puede haber escapado a la justicia, pero no ha escapado el castigo. Imagino que alguien tan perturbado por lo que pasó en el techo saldría corriendo lo más rápido posible, pero él se queda, porque sabe que nunca podrá escapar.
Pareciera como si tus personajes tuviesen total confianza con la producción. ¿Cómo te ganaste su confianza al inicio, y cómo fue desarrollándose la relación entre tú y ellos durante el rodaje?
Toda la película y su forma es una respuesta a su aceptación. No necesitaba engañar o engatusarlos para que digan lo que dijeron. Todos los asesinos que filmé antes de Anwar estaban orgullosos de lo que hicieron, y me ofrecían llevarme a los lugares donde habían ocurrido los actos, y se lamentaban el haberse olvidado algún machete como apoyo o amigos para que aparenten víctimas. Así fue, no tuve que engañarlos para que me contaran sus secretos.
Entendí que si los dejaba dramatizar podría entender lo que eran fundamentalmente, preguntas de la imaginación: ¿Cómo querían ser vistos y cómo se veían?
No necesité mentirles a los personajes, podía ser bastante honesto. Para cuando conocí a Anwar, tan solo tuve que decir: »Participaste en una de las matanzas más grandes de la humanidad. Tu sociedad ha sido construida bajo ello, sus vidas han sido moldeadas acorde a ello. Quiero entender lo que significa para ti y tu sociedad. Si quieres mostrarme lo que has hecho, muéstrame lo que has hecho de cualquier forma que quieras, filmaré el proceso y lo combinaré con dramatizaciones y escenificaciones. Combinaremos todo esto y haremos un nuevo tipo de documental, un documental de la imaginación, no un documental de sus vidas actuales. Y de esta manera, mostraré lo que significa a ti y a tu sociedad”.
Creo que es imposible hacer un filme honesto sin estar cerca de tus actores, así que por supuesto, Anwar y yo nos hicimos bastante cercanos. Puede que no me caiga bien Anwar, pero si le tengo cariño. Fuimos en un viaje bastante oscuro juntos, y la parte funesta fue oírle decir historias tan horribles, y al mismo tiempo nunca perder de vista su significado moral. Esto significaba que al avanzar Anwar con su relato de las cosas horribles que hizo, particularmente en el último tercio de la película, el de pesadillas, también comencé yo a tener pesadillas. Y por eso tenía miedo de dormir por las noches. No podía dormir por el miedo a las pesadillas. Y así fue por muchos meses.
La parte más complicada fue descender tan lejos junto con mis protagonistas al reino de horror y el engaño a uno mismo, el forzarme a mi mismo a volverme lo más íntimo posible con ellos, nunca retroceder, y dejarme ser atormentado y aturdido, todo eso sin perder de vista nuestro propósito moral. Le estoy muy agradecido a mi apoyo anónimo en Indonesia, y en especial a mi codirector anónimo. Él hizo mi carga más ligera con sonrisas.
Mi relación con Anwar continúa. Siempre me preocuparé por él, y creo que Anwar siempre se preocupará por mí. Al inicio, a Anwar le sorprendió encontrarse en el centro de tanta atención mediática en Indonesia. Pero cuando le mostré la película a Anwar, no estaba molesto. Por el contrario, se sintió emocionado, y me dijo, »Josh, es un filme verdaderamente honesto. Muestra mi historia y mis sentimientos, honestamente. Siempre le seré leal a nuestro filme». Quien sabe si Anwar le será realmente «leal» al filme. Puede que Pancasila Youth lo presione a rechazar la película, aunque hasta ahora eso no ha pasado. Si es que eso llega a pasar, no lo culparé. Ya ha hecho bastante: romper el silencio y, valientemente, mostrarle al mundo las consecuencias del acto de matar en un ser humano y en una sociedad entera.
Después de que Anwar decidiera explorar su propio trauma, su propio dolor y su propio resquebrajamiento mediante el rodaje, dejó de preguntar cuando saldría la película. Al terminar de editar, le dije que estaba casi completa, pero parecía no querer verla. Entonces le dije que estaría estrenándose en Telluride y Toronto. Le recordé qué hay en el largometraje, y porqué no sería apropiado que venga a Toronto, (él vio casi todas las escenas importantes al hacer el film, pero es diferente para él verlo completo).
Cuando el Festival de Toronto subió un tráiler en línea, se creó un boom viral en Indonesia, y Anwar se encontró en medio de una tormenta mediática. Finalmente, quiso ver el filme. Le expliqué que ya no era seguro para mí viajar a Indonesia para mostrarle el filme, pero que arreglaría alguna proyección. Un reportero que trabajaba para Al Jazeera English se ofreció a ayudar con la proyección, y propuse que, si le parecía bien a Anwar, lo podría entrevistar después. Anwar accedió y viajó a Jakarta a ver el largo. Lo vio en una sala de hotel en una TV grande, y le hablé antes y después por Skype. Estábamos ambos, creo, muy nerviosos.
Después de haberlo visto, me habló por Skype. Recuerdo que llevaba lentes de sol, incluso estando en una habitación cerrada de hotel. Debo haberme visto serio, y preocupado (porque lo estaba), porque Anwar dijo: ”Vamos Josh, sonríe”. Le pregunté: “¿Quieres que sonría?”. “Si, por favor”, dijo. Sonreí para él. Quería saber lo que había pensado de la película, como se sentía, así que le pedí, “Anwar, por favor sácate los lentes de sol”.
Se sacó los anteojos y fue como si se sacara la armadura, como cuando los niños lo dejaron al verse interpretando la víctima cerca del fin del rodaje. Comenzó a llorar, y dijo, entre sollozos »Josh, es un filme verdaderamente honesto. Muestra mi historia y mis sentimientos…»
Le pregunté cómo se sentía, y dijo, “No me queda hacer nada, sino morir”. ¿Qué le podía decir? Traté de reconfortarlo como pude. “Tan solo tienes 70, Anwar, puede que vivas otros 25 años más. Todo lo bueno que hagas en estos años no debe determinarse por todos los hechos de tu pasado”. Es un cliché, pero sentí que era honesto y era todo lo que podía decir.
Me dijo: “Tengo miedo de las organizaciones de derechos humanos, pueden venir tras mí al ver el filme”. Le dije que ya habían visto el filme. Se veía alarmado y preguntó qué pensaban. Le expliqué que no lo odiaban. Tal vez odiasen lo que hizo, pero no a él como persona. Es más, ellos opinan que, en general, fue bastante valiente al mostrar que el matar es algo que las personas hacen, y es horrible, y tenemos que entenderlo, aprender ello, y se sienten agradecidos contigo por tener el coraje de mostrárnoslo. Inclusive, al final de la película, la gente siente empatía por ti. Expliqué que, de hecho, la gente se siente tan empática por él que si Anwar decidiera cambiar de bando, la comunidad de derechos humanos lo aceptaría. Le dije que, claramente, no espero que lo haga, pero así de poco te odian después de ver la película.
Lloró de nuevo, y preguntó si debería salir del Skype. Le dije que podíamos permanecer en Skype por todo el tiempo que desee. Nos sentamos en silencio por 5 minutos, lo cual es bastante tiempo para permanecer sentados así. Luego se sintió acomplejado y dijo que debería irse. Le pregunté si lo podía llamar de nuevo, y dijo: “Siempre estaré feliz de que me llames, y recibiré tus llamadas”.
¿Cómo trabajaste contra las restricciones del gobierno respecto a armas de fuego?
Comencé este proyecto en colaboración con una comunidad de sobrevivientes. Ahí, cada vez que rodábamos, el gobierno nos paraba y arrestaba. Cuando comenzó mi trabajo con los perpetradores, inmediatamente estuve fuera de sospecha. El régimen nos abrió un espacio para nuestras actividades, trajeron un diputado del gobierno para actuar en una de las representaciones de masacres, el canal del Estado nos dio sus estudios para producir la dramatización de la pesadilla de Anwar, y la misma cadena produjo un talk show para acrecentar la acogida incluso antes de que el filme estuviese realizado.
“Los crímenes de guerra los definen los ganadores”, dice orgulloso uno de los gánsteres entrevistados. En ese sentido, ¿cuánta victoria viste en las caras de tus personajes para cuando acabó la película? ¿Y cómo fue la reacción de las personas en Indonesia al ver la película terminada?
Sabía que después de la escena del tejado, no podría volver a filmar con él –y así fue, la última toma de Anwar fue el último momento que filmé con él. Cuando lo vi entrar en shock, quise ir y abrazarlo. Como ser humano, siento cariño por él. Quise decir la típica frase americana de: «Todo está bien». Pero mientras notaba el instinto que me hacía decirlo, me di cuenta que Anwar entró en shock del terror causado por saber que nada estaría bien, que nunca podría escapar el horror de lo que hizo sufrir a la gente, que nunca podría tantear el abismo entre su yo ficticio y el terror inimaginable que hizo sentir a la gente. Nunca lograría, resumiendo, tantear el abismo entre actuar y matar, o actuar y morir. Se ahogaba con el miedo que viene con el darse cuenta que se destruyó a sí mismo, que nunca estará bien.
Y fue claro desde ese momento que el motor principal de la película, si lo prefieres -el intento de Anwar de escapar del significado de lo que hizo reemplazando sus horribles memorias con la seguridad relativa de escenas de ficción concretas– terminó. Estaría mal, después de esto, seguir filmando con Anwar.
La reacción en Indonesia ha sido positiva y transformadora más allá de nuestros más optimistas sueños. «The Act of Killing» ha roto el silencio del genocidio del 65-66. Es el filme más comentado en la historia de Indonesia. El público está impactado. Es el tema de sobremesa de todo el país. Algo así como el niño en «El traje nuevo del Emperador» de Hans Christian Andersen; todo el mundo sabía que el rey andaba desnudo, pero nadie se atrevía a decir nada. Todo el mundo sabía que la «democracia» de ese país era una charada corrupta construida en base a genocidios, que cualquier político puede ser un gánster, o un asesino de miles –pero nadie se atrevía a decirlo-.
Todo eso cambió el día Internacional de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre del 2012, cuando «The Act of Killing» se estrenó en Indonesia. Cada día desde entonces, ha habido diferentes proyecciones por todo el país. Algunas públicas, la mayoría en secreto, (los encargados de la proyección corren riesgo de ser atacados por fuerzas paramilitares o el ejército). No obstante, aún la proyección secreta más grande puede albergar tan 500 personas, y ahora miles de indonesios han visto el largometraje, escrito acerca de él y están discutiéndolo en los medios, seminarios, círculos de derechos humanos, círculos de cineastas, y similares.
Hasta ahora, ha habido más de 500 proyecciones en 95 ciudades. Estimamos que decenas de miles de personas han visto la película
«The Act of Killing» está fundamentalmente cambiando como los indonesios perciben su país. La película inspiró una edición especial del primer periódico de Indonesia, la cual alabó el largo como «el más importante trabajo de cualquier medio en ser producido acerca de nuestra nación», e incluía 75 páginas de testimonio de asesinos alrededor del país, algo sin precedentes en la historia del periodismo indonesio. (Hasta ahora, los medios en Indonesia preferían no discutir las masacres). El impacto de la película en Indonesia ha sido el objeto de un documental de 30 minutos de Al Jazeera English y ha sido reportado en periódicos alrededor del mundo.
Ese es el mejor aporte de la película. Me siento afortunado, privilegiado y honrado de ser parte de tal momento. Werner Herzog, uno de los productores ejecutivos del filme, me dijo tras haberle comentado lo que pasaba en Indonesia: »el arte no hace una diferencia», y se sintió decepcionado. Me miró por un largo rato, y luego sonrió diciendo: “Hasta que la hace”.
Esperamos que la película ayude con los siguientes cambios:
- Debería haber una disculpa presidencial por el genocidio.
- Debería haber un tribunal para enjuiciar a los comandantes.
- Debería haber un proceso de verdad y reconciliación.
- Debería haber rehabilitación del buen nombre de las víctimas.
Esos son objetivos simples.
La película, con suerte, sentará las bases para alcanzar objetivos más difíciles:
- Limpiar la política Indonesia de corruptos (difícil, porque la mayor parte de la política de Indonesia es corrupta).
- Sacar a los gánsteres del poder (difícil porque la mayoría de políticos están en el poder gracias a ellos).
- Redistribuir los bienes de la nación a aquellas víctimas del terror que han sido sistemáticamente empobrecidas por el apartheid político, el cual hacía que familiares de las víctimas, hasta los más lejanos, fueran impedidos de trabajo y educación, y regularmente extorsionados por oficiales del gobierno.
Traducción: José Carlos Ramos Panta
Edición: Laslo Rojas C.
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