No recuerdo palmas al final de una película de cartelera comercial. Sí en una que otra función de festival o de proyecciones con espíritu de rescate en salas inverosímiles y generalmente vacías. Pero después de «Asu Mare» hubo palmas y yo no recuerdo una sola vez que alguien haya aplaudido en una sala de estas.
Lo segundo claro es que me es imposible rastrear este hecho en una película peruana. Que ver una película peruana me haga pensar en el resto de películas peruanas y que esto ocurra con buena parte de los comentarios que se dejan leer en el país sobre la misma, me lleva a pensar que el cine peruano se maneja en clave de literatura menor. Es, digamos, un cine menor -aunque varios digan que no existe-: es el cine que una minoría hace dentro de un cine mayor, uno que no es necesariamente el imperante, sino aquel que maneja y conoce sus recursos a la perfección.
Todo cuanto diga una película peruana tiende a hacerse político, una película remite a la otra, en el caso de «Asu Mare» ya hay quienes la postulan como un modelo y quienes dicen que es lo que hay que evitar, pero de cualquier forma prolongan un vínculo con otras obras; cuando una película peruana no resulta un ejercicio de maestría en una materia que le es ajena, la película remite no a una voz propia -una que no se puede leer por la torpeza de los ejecutantes de la orquesta de este oficio o por sus intentos de imitar recursos y formas ajenas- sino a ser el eco de una colectividad.
Una «película peruana» no remite a una obra para la humanidad si no a una obra hecha en Perú. En general el proceso de cosificación y mercantilización del sistema de intercambio de valores actual en su fase de «globalización» ha hecho que las obras contemplen a la geografía y la procedencia como un rubro más de sus anaqueles, cómo un instrumento de diferenciación de mercado. Pero esto que se repite en cualquier otro mercado tiene un efecto curioso en la breve historia del cine nacional: verse, reconocerse, los ha emocionado. ¿Palmas? Hay pocos gestos que concedan aprecio a las obras, así Brahma o Inca Kola tengan otra forma de calcular el aprecio nada borrará el hecho de que en una proyección tras otra la película haya sido aplaudida.
Pero eso es el origen del peligro.
¿De qué genero hablamos cuando hablamos de «Asu Mare»? ¿Comedia? ¿Comedia dramática? ¿Comedia de superación autobiográfica? A desprecio de la atomización quedémonos con lo primero. Si a Chaplin o a Cantinflas le podrían argumentar la solemnidad y huachafería de su crítica al status quo, a la película sobre la vida de Carlos Alcántara se le agendaría lo contrario.
Esto por supuesto no ocurre en un aspecto formal: aún lo arqueológico o cursi de la herencia cinematográfica desde donde desarrollaron su cinematografía los anteriores actores/autores, a nadie en las películas de Chaplin o Cantinflas se le hubiese ocurrido semejante cosa como hacer ingresar al personaje protagónico triunfante y sonriente en medio de un callejón a mayor cantidad de cuadros, para que salude a sus amigos y vecinos, eufóricos y archisonrientes con la presencia de Cachín, para luego encontrarse con una casualidad providencial con la mujer deseada (personaje que merece un párrafo aparte si de cosificaciones hablamos) y ponerse a bailar música autóctona nuevamente a mil cuadros por segundo, en el callejón más iluminado que puedo recordar.
Pastiche y hueca, la dirección no es torpe, no es deficiente, es meramente resolutiva, novelera, publicitaria. No existe un planteamiento formal en su fotografía o un porqué del uso de sus recursos ni de la forma en la que ha sido filmada cada toma respecto a la anterior o al total de la obra; se trata de un abanico de recursos archiconocidos para resolver una historia de la misma característica. En la construcción del guión tampoco se va más allá de lo estrictamente «necesario»: cuando las cosas se traban, voice over; para reforzar algo, Cachín en el escenario; si hay un punto de giro, fundido a negro y luego un plano exterior situacional. No merece un mayor análisis, los responsables se han propuesto evidentemente escudarse en el género y luego en la industria para obviar la nula innovación; más esta escualidez podría sostener una película, y parece ocurrir, ¿mas qué sostiene esta película?
El género puede aguantar al tono, aún en las escenas de Alcántara en el escenario del show que se ha adaptado para hacer esta película podría verse esta clave en la oralidad, lenguaje, y performance del stand-up; pero también en «Asu Mare» hay algunas secuencias dónde aparecen atisbos de la forma narrativa del programa de clauns que protagonizara Cachín, y en ese lenguaje, dónde los arquetipos exagerados pueden verse descolocados frente a las secuencias de un drama «realista», con cierta destreza, no ha aparecido la necesidad de una aclaración, que una voz en off hacia el final de la película ha dado de Machín: Machín es, fue y será la construcción de un alter ego de las zonas oscuras de Alcántara, no puede ser tomado más que como un modelo prototípico de un fantoche que hace y defiende violencia, sorna, pendejada, altanería y misoginia.
Si alguien no ha tenido la objetividad necesaria con Pataclaún, este puede haber estado muy cerca de los «Cómicos Ambulantes». El odio a la mujer de Machín dista mucho de la veneración de Cachín respecto a su madre; puede llegar a ser hasta grotesca la cantidad de veces que Alcántara en voz en off, en plano, y hasta en títulos finales agradece a la madre. Subyace un riesgo: la poca distancia con la que se contempla a la madre o al personaje-madre para los intereses de este análisis -hay una distancia muy próxima en esta hipotética autobiografía fílmica- termina convirtiéndola en ídolo y a cualquier ídolo solo le corresponde idealización, luego quien haya perdido su humanidad no puede reconocerse o ser reconocido.
La historia destruye al cuerpo y en este hábitat el Yo se escurre enloquecido por las diatribas de su disociación. Cualquier individuo es consecuencia de una suma de factores a los cuales no se les puede permitir clausura en su análisis. El nacer o estar en una situación económica siendo un niño no es culpa necesariamente de una naturaleza agreste, la mecanización del sistema capitalista al hombre o la suerte ateniense, es más culpa del progenitor que del estado, de los autores de la materialización de la carne que del espíritu santo, de la genética que del sistema.
Si Alcántara no quiere destruir el altar de la madre es claro un tema suyo, no necesita psicoanálisis de nadie a menos que lo pida, pero como las obras no son de nadie, hay algo en «Asu Mare» que sí cierne canceroso. El personaje de Cachín en su juventud identifica, mal que bien, sus agentes opresivos más obvios: el clasismo y el racismo, y parece hallar la clave de sortear sus embates con algo que reencontrará en sí hacia el final de la película: la imaginación.
Cachín usa el poder de la imaginación, más dónde lo usa es el problema, antes que enfrentarse se camufla, se blanquea o se hace de capital, su imaginación se instrumentaliza para contribuir prolongando el cerco que lo aquejaba. Cachín vuelve al barrio con la camioneta y la novia del San Silvestre a jugar fulbito con los amigos de la infancia. ¿Pero acaso no es precisamente en lo que se ha convertido la razón de sus viejos rencores? ¿El éxito asociado con el dinero, la fama y/o la clase social no era un motor de diferenciación y por ende de su castración espiritual?
Alcántara no hace nada en contra, hace todo a favor, mientras tanto vive diciendo que todo estaba en contra y mientras nos cuenta ese viejo mundo suyo nos cobra la entrada haciendo cada día más lejanos esos contra. En este vaivén paranoico no pocos se reconocen. Volvamos a la sala de cine del mall de mi barrio: la gente aplaude. ¿Qué aplaude? ¿El osado humor de Alcántara? No creo, ya lo vio -revise los focus groups, el estudio de mercado, los ratings-. ¿La virtud del material que acaba de ver? Difícil, muy difícil. Acá la gente se aplaude: dado que Cachín no se enfrenta a nada y la película es una pseudonarración de «una llave del éxito», la gente no aplaude lo que vio si no lo que podría ver, celebra en el reflejo de Cachín a sí mismo y al hacerlo se conforma con su ambiente y defiende en cada palma el status quo, su peruanidad de Marca Perú caminando indolente hacia el «progreso», al ídolo anestésico. Es el aplauso fascista del reaccionario conmovido.
(Imagen: «Asu Mare meets Annie Hall», de Carlos Lavida, via Cinematosis Crónica).
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