¿Qué se ve cuando se ve un retrato?
Inicialmente hay tres miradas y tres procesos de mediación: el sujeto que posa es consciente de la mirada del retratista, la consecuencia del ser observado es palpable en el gesto que terminará en el retrato; luego está la forma, el plano, la iluminación elegida: las variables plásticas para la composición de la representación del sujeto son materia que corresponde al trabajo del retratista; finalmente está la mirada del observador, el reflejo de su mirar está en la consciencia que tanto el sujeto como el retratista componen para un tercero que pueden ser ellos mismos. El retrato tiene el fin de ser consumido.
Así las cosas, su inmediatismo, su consumo y su preparación para el consumo lo acercan a un objeto de artesanía y a los retratistas al artesano. El eco antropológico de la artesanía es verificable en la historia cultural de cualquier comunidad, su distancia borrosa con el arte varía según la intención pero en un plano sin historia, sin historicidad, cualquier objeto es aglutinante de un patrimonio genealógico.
El título de esta película es Retrato peruano del Perú, una lectura posible del mismo diría que se trata de una película sobre el retrato iluminado, difundido ampliamente en el siglo pasado en el país, y que a partir de estos retratos y los personajes circundantes de ellos se derive en una tesis del Perú impreso en la época de su producción.
Habría que preguntarse luego cuáles son las características plásticas que componen «Lo peruano» desde el discurso de los artistas peruanos. Como ocurre en el caso de aquellos que usan los colores y grafías de anuncios de música chicha de los años 80 para invitar a leer en ellos un imaginario colectivo urbano-limeño, o en este caso el retrato iluminado con las familias de una vieja sociedad peruana, se puede pensar que el reflote de técnicas o la apropiación de las mismas denote que lo más cercano a Lo peruano sea el uso de las técnicas del kitsch: primero el encapsulamiento de la técnica, luego la recreación de la misma, y luego la multiplicidad de estas operaciones.
El kitsch es consciente, como lo es la película de serlo. Retrato peruano del Perú se hace del registro directo del cotidiano de sus personajes como de elaboradas puestas en escena en un idílica sierra, de uso de material de archivo en una breve escena dónde uno de los personajes ve una película del peruanísimo director Armando Robles Godoy -que para quienes no la hayan visto puede ser una escena parasitaria y colgante-, de música criolla, de hip-hop, de leimotivs country, siempre extradiegético, siempre empático, de sonido directo over en entrevistas como también de textos leídos over que han sido construidos entre personajes y realizadores que han elegido así cómo mostrarse, como lo harían para un retrato: la propuesta de la puesta en escena es dúctil y amplia tanto como para poder decirse que ahí dónde está la aglomeración y lo cursi está su forma e intención fundacional.
En uno de los parlamentos over, uno de los personajes ha dicho que no puede imaginar algo si no lo ve antes. Es un efecto sintomático de su generación y de una época gobernada por una dictadura de las imágenes. Es bastante cierto que uno no puede ver el mundo si no a través del sentido que corresponde al mismo, pero también que las cosas existen antes de ser vistas, que es un juego oligofrénico y antropocentrista decir que el mundo está por la contemplación del hombre, como también que la vida no transita por ningún sentido si no acaso y tal vez por la imaginación.
Pero aún con todas las mediaciones, con la enorme desconfianza que tiñe de ellas la época del fetiche de un mismo fetiche, con todo lo poco que se recoge del sujeto en un retrato, la gente elige, quiere poseer uno y la película nos entrega un amplio abanico de esta gente. ¿Por qué quieren esto? Si acaso puedo ensayar una respuesta sería que si en realidad lo único que sabe el hombre de sí es que va a morir parece tratar de enfrentarse a ese hecho con una arma que creó y que sigue puliendo. A un fantasma con otro.
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