Como para comprobar la existencia de la vida, la muerte se presenta en cada espacio de la conciencia, el subconsciente, la realidad, lo verosímil. La circulación de la información, el eco de la impronta que lleva de cada uno la misma, la organicidad del conjunto de elementos del guión y los recursos con que se enhebra el relato son la lucidez de Edificio Royal.
«No estamos acá y esto no está sucediendo»: luego de oír un ringtone de la marcha fúnebre de Chopin este será el primer diálogo que murmura en sueños un personaje, tiempo después este parlamento es repetido por su esposo, quien se lo dirá a otro, su vecino, que a su vez lo repetirá a su esposa, más dicho por él, un hombre con Alzheimer, el texto cobra un sentido particular acorde a su visión de la realidad, y a su vez para el personaje de su esposa, que soporta la enfermedad de su pareja, esta información puede verse como una respuesta lúdica que el marido le da a cómo ver su sufrimiento.
La primera secuencia es la repetición de un determinado segmento temporal desde diferentes subjetivas, y aquí la genialidad del trabajo de Carlos García, el diseñador de sonido: en cada repetición hay elementos que se acumulan como parte del decorado sonoro de los distintos espacios del edificio más en cierto momento estos cobran parte de la composición de alguna u otra subjetiva, hay elementos que suenan en ciertos lugares y que parecen ser reproducidos en el lugar con una lógica diegética, pero luego al variar el plano, sea por el recorrido de la cámara, sea por el corte, la ecualización varía a desprecio de lo natural y lo convierte en extradiegético con un claro valor agregado
Tal es el caso del despertar de la pareja de ancianos dónde después de ser evidenciado el estado mental del marido la mujer reproduce en un estéreo viejo una cinta dónde suena la «Pasión de San Mateo» de Bach, pero al alejarse del estéreo el sonido aumenta incluso afuera del departamento para mostrarnos a la mujer que resiste estoica -uno podría recordar el uso de la Pasión de Juana de Arco en el final del Espejo, aunque no era subjetiva y tiene varios cortes los momentos de las canciones son sumamente parecidos-, o el caso de un riff de jazz que se posiciona por la reverb como si estuviese en algún departamento cercano más luego pasa a ser un leimotiv de un personaje, o el soplido del viento que aparece en un plano con una fuerza sorpresiva en un supuesto sonido ambiente para hacerse luego leimotiv en cada aparición de otro personaje (este es solo uno de los varios recursos que usa García).
Hay una triada de pares complementarios respecto a los personajes principales que habitan en el Edificio Royal, y a todos los hermana un elemento: Graciela y Humberto, pareja de ancianos con el conocimiento claro de su cercana muerte; Margarita y Justo, familia de embalsamadores; Zoila y Gabriel, dueña del edificio y portero respectivamente, aunque más próximos cuando se cae en que una se sabe muriente y porque el otro acaba de matar. Hacia la composición acotada del universo del edificio otras variables se repiten y cruzan los personajes: Tom Cruise, un adivinador de televisión, las interpretaciones de los sueños, la religión, un partido de fútbol. Si acaso estos elementos puedan verse inverosímiles, descolocados de una naturalidad que en momentos se maneja, cabría decir que el tono corresponde al de una comedia negra.
Pero algo se subleva al género.
Ciertamente hay poco interés en el verosímil: a veces se funda que un departamento está en tal piso arriba del otro, para luego contradecirse, que estamos en determinado domingo de un año puntual para luego sugerir que se está en otra época. ¿Qué queda de la incertidumbre de lo que no es posible pero ocurre, de las dudas del espacio y tiempo? Varios síntomas del pensamiento de nuestra época.
Afuera del edificio, afuera de los otros y de sí mismos, está el tiempo, la luz, lo imperecedero; tres veces habrán travelings-in hacia una ventana -plano calcado del inicio de «Syndroms and a Century»– para enmarcar lo finito de los personajes y lo contrario en lo universal.
Nada en plano responde a lo gratuito. Estos ejercicios de las subjetivas, de borrar las raíces del causa efecto, el quitar relevancia a la lógica, todas son decisiones que se han tomado. Como ocurre en la aparición en cualquier texto de los matices del fantástico, el azar es algo que se construye; para que ocurra la casualidad hay que poner primero la baraja de posibilidades y luego poner en juego las cartas, más en esta película no se juega una vez, se arman diversos juegos, se dice: lo importante es el juego tanto los jugadores y como las cartas. La estética no es más que la composición y disposición de la belleza.
PD a pesar de Edgar Saba: ya puede conseguir esta película en Polvos Azules si lamentablemente no ha podido verla en el Festival de Lima y en una sala dónde probablemente pueda notar algunas sutilezas. Larga vida a la piratería.
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