Recuperando la sala de cine como escenario de los sueños
Tras varias valiosas piezas visuales (como su mediometraje La espera de Ryowa, que fue el mejor documental peruano del 2004), su primer largometraje resultó una sacudida en la manera de hacer cine en Perú: el hermetismo y la radicalidad de Detrás del mar (2005) fue una ruptura con lo que se venía haciendo en el mundo audiovisual peruano. Se abrían puertas a otras maneras de acercarse al arte cinematográfico. En el 2006 armó su proyecto Las cenizas, ganó el fondo Hubert Bals del festival de Rotterdam, fue seleccionado en prestigiosos mercados como Locarno y BAFICI, y consiguió como aliados a nombres tan potentes como Carlos Reygadas y Lita Stantic. Pero todo ese éxito en el exterior no se repitió en los concursos nacionales: los jurados locales no entendían su propuesta. Casi tres años después, Raúl del Busto desistió de «Las cenizas» y dejó el proyecto en el cajón.
Pero algo quedó de esos viajes. Del Busto empezó a grabar momentos sueltos, muy particulares, en distintas ciudades. El registro audiovisual empezó a crecer y para el 2012 ya había nacido una película: El espacio entre las cosas, cuyo título sugiere el vaivén de un cineasta que no se detiene en su búsqueda y lo etéreo de un cine que nace del instante.
Ganador del Concurso de Postproducción y del de Distribución del Ministerio de Cultura, «El espacio entre las cosas» se estrenó en el Festival Lima Independiente siendo la única película peruana en la Competencia Internacional, y recibiendo una Mención Honrosa impulsada nada menos que por Apichatpong Weerasethakul, quien ha dicho de esta película: «por momentos he sentido que mis sueños saltaban a la pantalla, pues es un bello poema de un director prometedor».
Fernando Vílchez: No son pocos (tampoco muchos) los cineastas que van registrando escenas distintas de su vida, sus viajes, sus momentos, y siempre me ha parecido una decisión compleja la de asumir que en todo ese material hay una película en ciernes. En ese sentido, ¿cómo surge una película como El espacio entre las cosas? ¿En qué momento, con qué imagen te das cuenta que podía nacer un largometraje?
Raúl del Busto: Cuando el proyecto «Las cenizas» se atascó por falta de apoyo local luego de haber pasado por tantos mercados internacionales, postulaciones a fondos, reescrituras de guiones y demás papeleos, me sentí abrumado por la pesadez y la burocracia que significaba hacer una película dentro de un circuito «oficial». Mi primer largometraje («Detrás del mar») lo hicimos apenas entre dos personas, junto a tres amigos. Pasar de eso a una película que tomaba años en producirse resultó un contraste muy fuerte y agotador. E iban pasando los años y nada se movía. Así que un día decidí dejar en pausa «Las cenizas» y retomé algo que había olvidado esos meses: agarrar la cámara y salir a grabar.
Claro, solo eso no basta para que surja una película. Pero sí me fui dando cuenta de algo importante: cada vez que salía a grabar, me iba sorprendiendo por algo determinado. Por ejemplo, algo que me pasó en Cusco. El 2010 grabé ahí una escena que aparece al final de «El espacio entre las cosas». Un perro negro se aparece frente a la cámara, al lado de un estanque. Nos observamos. Luego aparece otro perro, uno blanco, con una presencia tan única… Y algo sucede ahí.
Es una escena breve, pero llena de belleza y misterio.
En ese momento tuve un choque. Me dije: acabo de ser testigo de algo especial… Ahí me di cuenta que la labor de un director no está en controlar, sino en permitir. Quizás antes de ese momento no tenía la humildad de ver eso. O quizás antes tenía miedo al caos y me sentía seguro en el control y el orden. Pero, claro, el orden te limita. Las seguridades te limitan. Lo interesante es el caos, es saber que no podemos manejar las cosas. Porque es evidente que no tenemos el control de las cosas, o tenemos muy poco control.
Esos días de grabación resultaron fundamentales. Porque en proyectos anteriores me iba sintiendo prisionero de un estilo, de mi propio método, lo cual terminaba predeterminando mucho las escenas. El método se estaba convirtiendo en un molde. Bajo la presión de tener un estilo, lo orgánico se iba perdiendo. Y eso sucedía porque pesaba más mi vanidad como «director».
¿Estás hablando de Detrás del mar?
En parte, sí. Si bien «Detrás del mar» refleja algo profundo en mí, fue una película hecha en un momento donde tenía una suerte de creencias. Bresson, por ejemplo… Ahora lo sigo admirando y me sigue emocionando, tanto con sus películas como con sus escritos, pero antes intentaba asumir sus postulados casi como normas. Ahora he descubierto que todo tipo de creencia es un encorsetamiento y no hay ningún problema en ser contradictorio, en fluir, en no mantenerse con una posición rígida. Un día buscas el encuadre quieto, otro día quieres correr a toda velocidad. Ahora mismo estoy ahí, en el constante movimiento, sea interno o externo. Prohibiciones que me hice en «Detrás del mar» como el uso del zoom, ahora quedaron atrás. Hay mucho zoom en «El espacio…»
Estás hablando de decisiones estéticas que, a su vez, surgen de una actitud interior, de una manera de asumir el modo de estar dentro del mundo.
Sin duda, porque mi manera de ver las cosas es distinta ahora. Con «El espacio entre las cosas» me he tomado muchísimo menos en serio. Grabar, hacer una película, estrenarla, ser entrevistado por ello… todo esto lo tomo como un juego. Pero es un juego asumido con la seriedad de un niño, y asumiendo esa cualidad infantil de llevar al límite las cosas. Hacer una película, sí, pero yendo al máximo y ver qué sale. De esa manera seguramente cometes fallos, pero es algo auténticamente tuyo. Y al menos yo siento eso ahora. Con el tiempo siempre termino odiando mis trabajos, pero ahora mismo veo la película y siento honestidad conmigo mismo. Siento que no me he fallado y eso, de momento, me deja tranquilo.
En los primeros veinte minutos de la película vemos las escenas sobre el japonés que vivió durante meses dentro del aeropuerto de México DF. Recuerdo que en ese entonces nos escribiste, emocionado, a un grupo de amigos para contarnos que te ibas allá a buscarlo.
Eso sucedió el año 2008. Un día cualquiera llegó a ese aeropuerto un ciudadano japonés. Se sentó en una de las mesas públicas y decidió quedarse a vivir en el aeropuerto, sin hablar ni pizca de español. Nadie podía echarlo porque era un lugar público y él se amparaba en eso. Pasaron los meses y él permanecía ahí. Yo venía siguiendo la historia durante mucho tiempo. Muchos se burlaban de él pero a mí me parecía que no estaba loco.
Un día decidí ir a conocerlo. Dentro de mí había llegado a un punto en que imaginaba todas las posibles razones por las que ese señor había decidido abandonar todo y vivir así. Pensaba en razones espirituales, pensaba en razones personales. Cyntia Inamine (mi productora y pareja) me ayudó a escribirle una carta en japonés y me fui a México a grabarlo. Y desde entonces pensaba usar esas imágenes en una película. Me pareció que con él se abría la puerta para un documental, un documental ficcionado, digamos. Quizás en ese aeropuerto empezó a surgir «El espacio entre las cosas».
Un lugar simbólico, sin duda, ya que estamos hablando de una película-viaje: saltamos de Barcelona a Buenos Aires, de México DF a Iquitos, de Cusco a tu barrio de San Borja… ¿Dónde fue grabada la escena de la feria?
La feria es del DF también. Ahí también sucedió algo muy especial que modificó en algo mi visión del cine. Lo cuento porque me parece importante anotar cómo a veces se revelan ciertas sensaciones: era una noche especial. Se podía sentir la intensidad del lugar, cierto peligro en el ambiente. Estaba grabando movimientos y luces. Me pongo a grabar al señor que prepara los algodones de azúcar, muy típicos de estas ferias. De pronto, un trozo de algodón sale volando por el aire, flota un rato y, aún en el aire, es capturado por una niña que está sobre los hombros de su padre. Y, todo eso, registrado por la cámara.
Es una imagen muy sencilla y muy hermosa a la vez. Esa imagen se me quedó grabada. Esa imagen me hizo decirme a mí mismo: esta es la forma de encontrar las cosas. Ahí se prendió algo. Caminar con la cámara y ver las cosas que resultan no ordinarias… Sobre esto también quisiera señalar algo: cuando tú estás grabando, no estás pensando, estás metido en el instante que se graba en el encuadre de la cámara. Ahí todo se vuelve «instante». La cámara nos mantiene en un eterno presente. El pasado no existe y el futuro es un misterio. Veo la pelusa del algodón que sale de la máquina. La veo separarse, flotar y, finalmente, llega a las manos de la niña. Esta percepción del tiempo se me ha quedado impregnada.
Son sorpresas que uno se encuentra. Como una imagen de la película, donde se ve una luz muy brillante a través de unas escaleras. Ver algo así y no tener la cámara a la mano puede causar una impotencia tremenda, algo que me ha pasado varias veces.
Lo bello de todo esto es algo que mencionabas antes: el abandono de un planteamiento ortodoxo y la aceptación de algo tan simple como es el hecho de que la vida irrumpe en nosotros, para bien o para mal, y no hay nada que uno pueda hacer frente a ello.
Desde luego. Esto no va por planear las cosas. Luego de «Las cenizas» no creo que vuelva a repetir esa experiencia de escribir un guión por años y luego esperar el dinero solo para recrear ciertos momentos. ¿Cuál es la sorpresa? Prefiero tener una idea-base, un punto de partida, y luego deambular por esas rutas marcadas con la confianza de que esa idea-base se enriquecerá con aquello que nos vamos encontrando.
Por eso me pareció válido construir esta película como un misterio visual, sin necesidad de mostrar conflictos narrativos. Simplemente tenía que pensarla como un viaje. No hay tramas, no hay respuestas, solo el misterio. Y de cierta manera eso es la vida: no sabes bien cómo empezó, dónde terminará ni por dónde estamos yendo. Nuestra existencia está cortada, fragmentada. Nos cuesta explicarnos a nosotros mismos muchas de nuestras actitudes, nuestros silencios, nuestras derrotas. ¿Qué mejor arte que el cine para recorrer esos caminos de inefabilidad y entrar en regiones donde la palabra no puede llegar?
¿Por qué, entonces, fue necesario incluir la historia del detective en la película? ¿Para qué incluir la voz en off?
El detective es una excusa, una forma de mezclar las diferentes voces, los fantasmas de la película. Veo la película como una cebolla llena de capas, y el detective es una de ellas: un cronista del absurdo y la violencia del mundo subyacente de la película. A la vez, es la base para esta sensación de espiral que recorre la obra. Un director escribe sobre el detective. El detective monologa sobre tal cosa. Esa cosa termina reproduciéndose. En un momento no sabes dónde estás. Como en los juegos de espejos o como quien observa un fractal, cambia algo y cambia todo.
Pero todo esto hecho sin seriedad de ningún tipo. Al contrario, creo que es una película llena de humor. Los textos usados en la película son extractos de un libro escrito por Fernando Escribens. Yo los leía y me partía de risa. Las descripciones del detective eran muy precisas y divertidas: «un volkswagen lila», «tallarines verdes acompañados con una ensalada de col», «colegas de párpados grasientos llegan con la novedad del sudoku»… No sé a los demás, pero a mí eso me atrapa. Así como me atrapa mostrar las costuras. En varios momentos de la película oyes descripciones tipo: «Escena 24, interior salón, día». Mi sensación es la de estar buceando y luego volver a la superficie. Son libertades que se pueden probar en el tipo de cine que hacemos, donde la carencia de un guión se vuelve parte del guión. Como decíamos antes, es un juego que hay que estirar.
«Las cenizas» se quedó en el cajón, pero «El espacio entre las cosas» llegó a estrenarse en Lima Independiente y obtuvo un premio propuesto por Apichatpong Weerasethakul, lo cual es un honor casi único en el cine peruano. A puertas del estreno, ¿qué esperas conseguir con el público limeño?
Nuestra propuesta es ofrecer al público una experiencia cinematográfica distinta. Recuperar la sala de cine como escenario de lo onírico, la sala de cine como puerta pública de ingreso hacia el mundo de los sueños. Es necesario que al menos una sala de cine esté dedicada a eso. Ya hemos quemado la idea aristotélica de inicio, medio y fin. Somos responsables por construir y erigir los arquetipos. ¿Por qué no cambiar de rumbo? ¿Por qué no acercarnos un poco al inconsciente?
Naturalmente, esto viene de mis intereses personales: películas más anárquicas, donde las sensaciones pesan más que la historia. Como en los sueños. Cuando cuentas un sueño dices: «estaba caminando por acá, luego apareció tal persona, luego estábamos en otro lado, luego sentí otras sensaciones» y así. Hay muchísima más veracidad en esos sueños caóticos y absurdos que en una película que propone un arquetipo de conducta que te permita alcanzar un paradigma que la sociedad exige.
Al final, es aceptar la levedad de nuestro ser, el flotar por otros mundos o realidades. La vida puede ser una alucinación y, si entendemos una sala de cine como un vehículo que te transporta a esa zona onírica, entonces estamos por buen camino.
***
Cinco razones para ver «El espacio entre las cosas»:
a) Un acontecimiento en el cine peruano. Debe ser la primera vez que llega a los cines comerciales una película tan personal, hecha apenas por un puñado de personas (no llegan ni a cinco), de presupuesto muy limitado y, aún así, de factura técnica impecable. Es una puerta que rara vez se abre al cine independiente en nuestro país y que merece la mayor atención posible.
b) La potencia visual. La mayoría de imágenes refieren a delicados instantes cotidianos: los reflejos de luz que surgen al azar, las manifestaciones opresivas de la lluvia o el viento, la presencia de objetos misteriosos anteriormente abandonados. Cualquier amante de la fotografía disfrutaría esta película.
c) El trabajo sonoro. El complejo diseño de sonido exacerba los sentidos al máximo y disfrutar de esa atmósfera en una buena sala de cine resulta todo un privilegio.
d) Un viaje musical. El soundtrack sería la delicia del público hipster peruano. Artistas como Melorman o edPorth y bandas como Port Royal han cedido temas suyos para esta obra. Pueden oír algunos temas aquí.
e) El cine como resistencia. En un año donde el cine nacional ha despertado los deseos no tan ocultos de los que evalúan los éxitos o fracasos de las películas según la taquilla que hacen, aparece como respuesta una obra llena de vida, libertad y cuyo único interés es compartir con el espectador una experiencia creativa. Un cambio de chip necesario.
Extra: El espacio entre las cosas se estrena en Lima este 19 de setiembre, en las salas Cinemark Jockey Plaza, Cineplanet San Miguel y Alcázar.
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