Sueños de gloria es un entretenimiento sencillo, ligero, básico, que plantea y desarrolla su propuesta con coherencia y cierta efectividad. Explota una serie de elementos convencionales y los mezcla con pragmatismo: rebeldía juvenil en busca de la vocación anhelada, paternidad resquebrajada o desafiada, contraste de orígenes en el contexto de la hacienda trujillana, progresivo triángulo amoroso, revaloración turística de la cultura Moche, orgullo postal de la identidad nacional, explotación de un icono como Oscar Avilés para la colonia peruana en el extranjero, a propósito de la exhibición de la película en varias ciudades estadounidenses.
La psicología de los personajes adolece de esquematismos, como la primaria intolerancia por la marinera de Andrés Alvarado (Paul Martin), que sin mucho trámite acepta la resistencia de madre (Rebeca Escribens) e hija (Macarena Carrillo); el deslucimiento de Esteban (Sergio Gjurinovic), que al principio parece estar dispuesto a lo que sea con tal de sacar de la competencia a Arturo, y luego resulta que no; o el talante discursivo en los diálogos de varios de ellos, como el profesor de la academia de baile (Cristhian Esquivel), el debilitado padre de Arturo (Fernando Vásquez), e incluso el mismo Arturo (Alex Donet), y por supuesto al patriarca que encarna el gran Avilés.
En realidad, los matices de ese entorno no son más que un telón de fondo para el director Alex Hidalgo, por lo que se concentra en el cruce de los caminos de Arturo y Rosario, tan afines y a la vez tan distantes a pesar de los deseos del muchacho, que la ve de lejos cuando baila junto a Esteban, su antipática pareja sentimental y de baile. Lo que sí interesa al director y los guionistas Miguel Chamorro y Walter Espinoza es darle diferentes toques estilísticos a la historia, por ratos musical –que recuerda lo hecho recientemente, con otra estética, por Rocanrol ’68–, otras veces inclinada a la comedia gestual y física, y en la mayor parte del relato dedicada al melodrama romántico.
Asimismo, guarda una semejanza conceptual con otra película peruana, Coliseo, de Sandro Rossi, que también mostraba jóvenes que participaban en delicadas circunstancias en concursos de baile y tenían que afrontar enfrentamientos y maniobras. Se diferencian en que Coliseo es más proletaria y preocupada en el fenómeno de la migración en Lima, y su acabado técnico es más imperfecto y a la vez más testimonial y verídico. Sueños de gloria tiene un registro frío, impersonal, menos comprometido, que sólo transmite afirmativamente, por momentos, el gusto por la marinera, su belleza natural, y la emoción de la dupla protagonista por alcanzar sus aspiraciones. Es una opera prima que ha buscado dirigirse con facilidad al público, al que no exige mayormente ni tampoco a sí misma, con un producto fácilmente digerible y de discreta calidad.
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