El mundo ha cambiado mucho. Eso dicen los viejos pero también los que ya no son realmente jóvenes pero tampoco son viejos, grupo humano en el que me encuentro. Yo soy de aquella generación que creció llamándose por teléfono fijo (el mío incluso estaba interferido por una radio salsera llamada R700 y tenía siempre que estar explicando que yo no estaba escuchando esa música, que era la radio que se metía al teléfono); mandando cartas de papel y en sobres; conversando con los amigos en bares, cafeterías y bancas de parques. Siempre recuerdo que al final del primer año que pasé en mi exilio voluntario en un país del norte, en la segunda mitad de los noventa, tenía una enorme bolsa llena de cartas, esas que ya nadie manda, y muchas veces las releo con la emoción que se desprende al ver la letra de mis padres y amigos, las fotos que mandaron con las cartas, las tarjetas de Navidad y cumpleaños, el color del papel envejecido y con manchas, el olor de los sobres y ese papel que decía Vía Air Mail que no pesaba nada y era casi transparente, que era el papel preferido por mi mamá, que me escribía páginas de páginas con una letra perfecta que ya nadie tiene en este mundo. Dos años después de ese fin de año en el que me sorprendí del tamaño de mi bolsa, me di cuenta de que ya nadie me mandaba cartas, todo el mundo tenía mail cuando la década estaba terminando. Solo quedaron, casi en calidad de especie en extinción, aquellas tarjetas y cartas de mis padres, que felizmente aún no sabían lo que era internet y tercamente decidieron no ser modernos hasta que yo regresé de mi exilio voluntario en la segunda mitad de la primera década del siglo XXI.
En Her, último filme de Spike Jonze, Theodore Twombly, personaje interpretado magistralmente por Joaquin Phoenix, se gana la vida en un futuro no tan lejano escribiendo cartas físicas para las personas, en un mundo en el cual ya nadie se escribe cartas. Trabaja para un empresa que se dedica a ello y él es el escritor estrella de cartas, porque tiene la capacidad de meterse en la emoción de otras personas, de transmitir sus sentimientos por escrito, plasmarlos en un papel y meter este papel en un sobre. Pero lo más importante en Her es que nuestro personaje principal, que hace poco tiempo ha roto con su esposa y está en proceso de divorcio, se enamora de un sistema operativo, un OS que se llama «Samantha» y está interpretado por la voz de Scarlett Johansson. Y este es el detonante de la trama principal de la película, del conflicto de Theodore, quien tiene una vida común en el futuro pero un día se enamora de una voz sensual e inteligente que sale de su computadora y su celular.
Tuve la oportunidad de ver esta película en New York, luego de varios días en los cuales me maravillé de una de las ciudades más modernas del mundo, donde ya todos, todos, tienen I–phone 5c, tablets, kindles, laptops, mucho más que en nuestro país, y donde uno es más consciente del correr de los tiempos y la tecnología. Ver esta película en los últimos días del viaje fue como ver un destino lógico de la humanidad en Her, película que oficialmente es de ciencia ficción, pero que por momentos parece ser una historia muy parecida a algunas en nuestro presente. Es más, luego de salir de la función, mis amigos y yo entramos en una discusión acerca de las relaciones virtuales y todos llegamos a la conclusión de que estamos muy muy cerca de tener de pareja a un sistema operativo, sobre todo, opinaron los chicos, si es que ese OS es la voz de Scarlett Johansson. Es el momento en el que la máquina, finalmente, es más inteligente que nosotros. Hemos llegado a ese momento de inteligencia artificial que tanto vaticinaron.
Y es que no solo es el avance de la tecnología lo que está presente en la película, es también, y sobre todo, el fracaso de las relaciones humanas y la consecuente soledad de nuestros tiempos, soledad que muchas veces es cubierta por la comunicación a través de múltiples aparatos tecnológicos. Theodore y su ex esposa no han podido conciliar la vida juntos, tampoco su vecina Amy (Amy Adams) con su marido. Y qué mejor escudo para este fracaso que estar con «alguien» que finalmente no puede hacernos daño, un «alguien» que en realidad no existe. Pero en Her vemos que este alguien virtual también puede llegar a hacernos daño, desde el momento en que empezamos a tener sentimientos por esta «persona» que no vemos, desde el momento en que empezamos a ilusionarnos por una vida con «alguien» que es ideal y perfecta porque está programada para ello, porque no es humana y por eso no se equivoca. Por eso Her es en realidad una película acerca de nuestro fracaso y acerca de la soledad del ser humano en las grandes urbes de nuestros tiempos, condición a la que está condenado sin remedio porque ya no hay marcha atrás.
Tal vez a la gente muy mayor, casada por siempre con una sola persona y cumpliendo bodas de oro, esta cinta les parecerá más alejada, más rara. Pero para todos aquellos que son jóvenes y le tienen miedo a este mundo cruel y sobre todo a repetir el fracaso de generaciones anteriores (sus padres divorciados, sus padres no divorciados que se llevan mal y siguen viviendo juntos); para todos aquellos que ya no somos tan jóvenes y hemos intentado vivir con alguien fracasando en el intento (y que somos de aquella generación en la que los ideales y las utopías habían muerto– los jóvenes de los 80, recordemos, con la herida en la espalda como Billy, the Kid); para todos ellos, estos dos grupos humanos que sabemos que todo es fugaz y tiene fecha de caducidad (bien Chungking Express el sentimiento), Her se convierte en una obra imprescindible, que recoge el espíritu de nuestros tiempos de manera honesta como pocas lo han hecho.
Spike Jonze nos ha ofrecido antes películas originales y únicas en compañía del gran guionista Charlie Kaufman (¿Quieres ser John Malkovich? y Adaptation), donde también está presente este tema que lo persigue desde el inicio de su carrera cinematográfica: la frustración del ser humano, el no saber quiénes somos ni a adónde vamos, el sinsentido de la existencia. Pero en Her (2013), con guión original del mismo Spike Jonze, es que parece que todos sus anteriores temas se juntan y llegan a una conclusión final, y Joaquin Phoenix se convierte en todos sus personajes al mismo tiempo: está ahí la inseguridad y soledad del guionista–personaje Charlie Kaufman, interpretado por Nicolas Cage en Adaptation, está ahí la frustración de Craig Schwartz que lo lleva a salvarse a través de la fantasía, personaje interpretado por John Cusack en ¿Quieres ser John Malkovich?. Están todos estos hombres preguntándose por su lugar en el mundo, eso sí, siempre con sentido del humor.
Eso es lo que sentimos con esta película, cuando vemos a Theodore perdido en la urbe, una urbe indeterminada llena de gente vestida de manera retro y unidos todo el día a aparatos de comunicación, caminando apurados hacia sus trabajos y luego llegando a sus casas para dormir en soledad como Theodore. Es el momento en el que nos preguntamos si estamos perdiendo nuestra humanidad, si hay manera de recuperarla, si, como Theodore, ya hemos perdido la facultad de vivir en armonía entre otros humanos como nosotros a pesar de que tenemos la intención de hacerlo, y por eso estamos, como Theodore, condenados a encontrar la felicidad en un sistema operativo más inteligente que nosotros. Se me viene a la cabeza una palabra que la escuché por primera vez en la película El apartamento de Billy Wilder, y que luego la volví a escuchar en Crímenes y pecados de Woody Allen: mensch. El médico vecino le dice al gran Jack Lemmon (entrañable C.C. Baxter, loser por excelencia del cine), en el momento que se encuentra más perdido que nunca, que debe tratar de ser un mensch. Esta palabra significa «ser humano». Habría que recordar esta palabra dados los tiempos que corren, a ver si así conseguimos salvarnos.
(Ah, y feliz noveno aniversario, amigos de Cinencuentro).
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