American Hustle, filme dirigido por David O. Russell (The Fighter, Silver Linings Playbook), es un cuento de estafas, simulacros, trampas, traiciones y dobleces, escrito por el director junto con Eric Warren Singer, el guionista de la cinta de espionaje The International de Tom Tykwer, que también era un relato lleno de apariencias, ambigüedades y bifurcaciones. Hay duelos actorales (Bale–Cooper, Bale–Lawrence, Adams–Lawrence, Bale–Renner, y casi todos frente al Master De Niro), carga de pasados oscuros, reinvenciones de personajes, secuencias que giran alrededor de tríos o cuartetos que buscan la mejor salida para lograr sus propósitos en medio del laberinto. Me hace recordar el espíritu de películas como Los timadores (The Grifters, 1990) de Stephen Frears –incluso el biotipo de Amy Adams se asemeja al de Annette Bening–, y La casa del juego (House of Games, 1987), de David Mamet.
A partir de hechos reales ocurridos entre fines de los años 70 y principios de los 80, Russell ha elaborado un producto colocado entre los más reconocidos de Hollywood del 2013 y bastante oscarizable –a nivel de nominaciones, por ahora al menos, que son 10, además de los 3 Globos de Oro que obtuvo para Adams, Jennifer Lawrence y la película– en base a un recargado diseño de producción y un elenco de figuras muy populares, que crea un look artificioso de gran relato humano y de resonancias legales, comerciales y políticas.
El equipo de producción se esmera en ostentar la acumulación de vestuarios y utilería en general de la época, y subraya las caracterizaciones como si fueran actos de transformismo, haciendo irreconocibles a ciertos actores, como Bradley Cooper, Jeremy Renner y principalmente Christian Bale, quien ya está habituado a estos vaivenes corporales, y esta vez hay que buscarlo debajo de un sobrepeso alarmante, una calvicie enredada, unos lentes gruesos y una barba no frondosa pero permanente. En comparación, Adams y Lawrence lucen menos afectadas pero igualmente “producidas”. El resultado entonces es, en más de un sentido, un estrafalario juego de máscaras, que deja evidencia de las pelucas y los ambages, y roza lo kitsch.
El acierto principal de American Hustle, que hace que la narración pueda sostenerse, es la exploración de las entrañas del poder político y el sistema policial, que los muestra vulnerables a las artimañas de suficientemente sofisticados embaucadores y dispuestos a la penetración de la influencia y los recursos del crimen organizado en los asuntos públicos. Las cavilaciones y los estallidos del alcalde electo de New Jersey, Carmine Polito (Renner), y el contacto directo con una leyenda del hampa que deja pequeños a todos como Victor Tellegio (Robert De Niro, extrañamente sin crédito), son la contraparte dramática a los embrollos de Irving (Bale), Sydney (Adams), DiMaso (Cooper) y Rosalyn (Lawrence), que llegan a ser reiterativos y prolongan en exceso el metraje.
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