Marzo es el fin del verano, y eso pone una nota algo melancólica en el ambiente. Empiezan las clases y hay que volver al trabajo. También se reciben los resabios de la temporada de premios y llegan los primeros blockbusters, por lo que las gigantescas apuestas comerciales de los grandes estudios comienzan a invadir la mayoría de las pantallas disponibles.
Muppets Most Wanted, la segunda película del reboot de esta longeva franquicia, mantiene su prerrogativa de la inocencia en la autoconciencia. Desde su primer plano, inmediatamente posterior al «The End» de la primera entrega, empieza una trama que incluye referencias pop para anotarlas y estudiarlas, solo para disfrutar lo largo de la lista. La inicial Sequel Song demuestra que Los Muppets saben que son de mentira, pero también que viven en el mundo de ellas –el cine– donde la ficción predomina. Muppets Most Wanted puede ser mucho peor que la primera entrega del siglo 21, The Muppets, pero quedarse en esa comparación es injusto. Primero, porque la película del 2011 es una obra maestra, pero también porque las secuelas no tienen por qué superar a sus antecesoras. Ya lo sabemos todos. Esta caper comedy, es decir una historia centrada en crímenes y robos, propone el mismo tipo de historia que propuso la primera secuela muppet, allá en 1984 en The Great Muppet Caper. En este 2014, Kermit es reemplazado por el maléfico Constantine, una rana IGUAL a él, excepto por un lunar. Así, Los Muppets se ven infiltrados por un maestro del crimen, pero también exiguo cantante y bailarín, el cual pretende robar las joyas de la corona, usando como fachada una gira europea de los títeres.
La opción de elegir centrar la trama en dos personajes que no son Muppets es arriesgada y distractora, y también el doblaje en español pierde muchos chistes propios del lenguaje original. Aún así con sus problemas, Muppets Most Wanted logra superar la barrera y es una oda a vivir la vida con una inocencia explícita, que puede molestar por las tonteras en que creen –mal que mal, estamos hablando de una historia ¡con muñecos de terciopelo!–, por lo cual esa ingenuidad determina cómo funciona la propia historia. Pero para los que logramos aceptar y disfrutarla, cualquier historia con estos títeres siempre transmite un nivel de ternura y cariño por el cine único y contagioso.
Melancólico y algo triste está Liam Nesson en Non–Stop, dirigida por el catalán Jaume Collet–Serra. Este longevo actor ha logrado establecerse no solo como un «tipo», pero incluso como una marca en el género de acción. Así como algunos hablan de «la nueva de Jason Statham», Liam Nesson ha conseguido un peculiar logro, el ser reconocido como un subgénero en sí mismo: the Liam Nesson Movies. Películas de acción, con grandes desafíos y fuerzas opuestas, donde el protagónico es el «cuarentón que sufre».
También llamada «Taken en un avión», Sin escalas tiene una premisa tan simple como efectiva: un agente aéreo (o air Marshall), uno de esos policías que desde 9/11 viajan en cada avión que pasa por Estados Unidos, recibe una amenaza en su celular: deposita muchos millones de dólares en una cuenta, o alguien morirá cada 20 minutos en un vuelo New York–Londres. Esta es una cinta más de su género: cumple, sin lograr ser realmente trascendente. Tiene algunas participaciones difíciles de entender, como una desperdiciada Julianne Moore (aunque luego de la catástrofe de Don Jon quizás debiese pensar en cambiar a su agente), y a una pre–esclavitud Lupita Nyong’o, con apenas un par de diálogos y escenas. Non–Stop es tan mala que funciona. Una conclusión contradictoria, pero que ayuda a pensar sobre la dicotomía calidad/entretención del cine. Una película muy mala, como ésta, puede aún así divertir. Entonces, ¿es realmente mala?
Dallas Buyers Club, la película por la cual Matthew McConaughey ganó su Óscar por mejor actor es un típico perfil de los premios de la Academia. Es como Philadelphia, pero en Dallas. El trato y mirada hacia una de las enfermedades que más miedo tenemos, el SIDA, junto a la explotación de una homosexualidad sobreactuada, deja a esta película como parte de la trilogía del mal de este año en las nominadas a best picture, junto a 12 Years a Slave y American Hustle.
The Grandmaster, en cambio, destaca entre los estrenos del mes. Desordenada y hermosa, tiene elementos confusos (no podemos culpar esta vez solamente a la típica confusión que para muchos los filmes asiáticos producen, por la similitud de rasgos de algunos personajes). De hecho, aquí hay un trabajo estético y visual que siempre aclara quién es cada cual. Destaca por ejemplo la escena inicial, una larga y coreografiada pelea entre el protagonista y decenas de luchadores, todos de negro debajo de una intensa lluvia nocturna. Pequeños detalles bien pensados ayudan a identificar a los personajes. Pero aún así, el marco biográfico, con textos y largos saltos temporales, más la apenas elaboración de algunos personajes, sobre todo de «El Navaja», ayuda a que The Grandmaster, de Wong Kar Wai, sea confusa, aunque linda a la vez. Hay gente que le gustará por su atmósfera, a otras le aburrirá su no–linealidad. Quizás por eso mismo los Weinstein prepararon para el estreno en Estados Unidos una versión de 106 minutos, en vez de la original de 130 minutos.
La más reciente película de los hermanos Ethan y Joel Coen gana la medalla de oro por lejos de este mes. Inside Llewyn Davis, un relato de un músico folk en el New York de los años 60, pre Dylan, o sea antes de todo, logra una obra de una cadencia muy sugerente y pausada. Con un tono muy logrado, se hace ver la mano autoral de los hermanos realizadores. Posee una melancolía extraña que puede ser difícil de captar o entender para algunos, que logra representar algo muy intangible y extraño, eso que siente un artista. Una tristeza que se disfruta, y que luego de su visionado deja con una sensación extensa e imposible de describir en palabras. Una fotografía gris, un viaje en búsqueda de mejores oportunidades, recuerda a otras obras melancólicas como Rumble Fish o Ed Wood.
Esta sensación que deja el magnífico título de los Coen refleja el sentimiento predominante en estos tiempos del año. Comienza el otoño y hay menos luz. Queda siempre la opción de volver a iluminarse yendo a ver una película al cine. Opciones, siguen habiendo muchas. Puede que algunas dejen triste, pero al menos lo visto y lo bailado…
Deja una respuesta