La receta para hacer una buena película de terror se ha banalizado tanto en los últimos tiempos que no sorprende encontrar filmes que solo se diferencian entre sí en el idioma y el lugar de procedencia. Ello garantiza que buena parte de las películas del género pasen desapercibidas e inviten a los espectadores a situaciones más cercanas a lo risible que a la conmoción psicológica. La última película de Frank Pérez–Garland tiene mucho de ello.
La cara del diablo se sirve de formulismos utilizados en la industria hasta la saciedad. No existe una mirada original que concentre la atención, ni una razón creíble para involucrarse en el filme sin distraerse en torpezas argumentales. La típica historia del grupo de amigos que decide pasar unos días de vacaciones en algún paraje recóndito lejos de la ciudad, y que terminan siendo asesinados de uno en uno a causa de una fuerza demoniaca, desalienta. Y no exclusivamente por el planteamiento, sino por el desarrollo.
Pérez–Garland deja que las cosas sucedan muy rápido y no repara en explotar algunas situaciones que articularían mejor su trama, abandonando a personajes de mayor potencial –caso la madre de la protagonista: una mujer que se debate entre la posesión diabólica y la demencia suicida– para concentrarse en los pocos atributos que ofrecen algunos de los jóvenes aventureros. De los siete muchachos, tres –Vania Accinelli, Guillermo Castañeda y Nicolás Galindo– cumplen con sus actuaciones, sobre todo la primera.
El director aprovecha, en cierta medida, las locaciones selváticas para llamar la atención. Un paraje de ensueño en cuestión de horas también puede ser tenebroso. Pero, al igual que con sus personajes, no alcanza a encontrar recursos efectivos. Por ejemplo, el silbido –principal anuncio de la llegada del diablo– es repetitivo y atosigante, poco que ver con todo lo que encierran las leyendas de la selva. Quizá la mezcla de una desenfadada naturalidad juvenil que incluya diálogos menos sosos y una historia sólida, hubieran hecho que este slasher amazónico funcione. En suma, La cara del diablo es un producto comercial que no llena las expectativas ni cumple su objetivo, que propone pero no concreta.
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