Aseguraba el escritor Bret Easton Ellis en un reciente podcast –este tipo tiene un podcast; en noviembre conversó sobre cine con el músico Kanye West– que la experiencia de ver una cinta hoy no es tan poderosa como lo era antes. Encuentro interesante su argumentación. Según Ellis, que es un hijo de los sesenta y por tanto no concebiría ver un filme en su celular, antes era la película la que controlaba al espectador. Ahora es el espectador quien controla la película.
En pocas palabras, pasar por ese ritual en el que te juntas en la oscuridad con un montón de desconocidos para contemplar imágenes –o sea, ver cine en el cine– es poderoso porque la película empieza indefectiblemente a cierta hora, contigo o sin ti, y continuará proyectándose lo quieras o no. Eres tú quien debe someterse al evento. Ahora es un poco al revés: tú decides cuándo empieza la película en tu casa, y si tienes hambre puedes detenerla y prepararte un bocadillo de tostadas integrales, queso crema y mermelada de mora. Tienes más poder pero a cambio entregas un poco de tu disfrute, o eso insinúa el escritor, probablemente frunciendo el ceño y cruzando las piernas…
Un crítico de cine estadounidense, cuyo nombre se me escapa ahora, escribía el año pasado sobre esta nueva manera de ver filmes en la que puedes seguir It’s a Wonderful Life en tu laptop mientras revisas ocasionalmente tu correo. Supongo que es válido. Mi madre es capaz de seguir una película mientras cocina, en un televisor con pantalla cuadrada de 6 pulgadas, y si no llega a ver la primera mitad hoy siempre podrá encontrársela la próxima semana, en el mismo canal de cable.
La abundancia de oferta ha venido modificando nuestra manera de consumir cine en los últimos veinte años. No hay razón para que esto deje de suceder. De hecho, hay quien está preocupado: un reporte de BusinessWeek indica que la cantidad de asistentes al cine no ha crecido gran cosa en la última década. Específicamente, en EEUU y Canadá la cantidad de asistentes al cine bajó 1.5% entre el 2012 y el 2013. Los 1340 millones de tickets vendidos el año pasado están muy lejos de los 4700 millones de 1947, cuando no existía la TV (no ha habido otro año como aquel para Hollywood, y es indiscutible que la TV le robó gran cantidad de público al cine). La percepción generalizada es que las películas que se hacen hoy para el gran público son más de lo mismo… En realidad estoy hablando de mi percepción. Pero propongo un ejemplo.
Las cintas más taquilleras de 1993 fueron éstas, en orden descendente: Jurassic Park, Mrs. Doubtfire, The Fugitive, The Firm, Sintonía de amor, Una propuesta indecente, En la línea de fuego, El informe Pelícano, Schindler’s List, Cliffhanger. Ninguna es un remake o una secuela. Ninguna está basada en personajes de cómics o videojuegos. Y, a excepción de las dos primeras, ninguna está dirigida al público infantil.
Veamos ahora las películas más taquilleras del 2013. Veinte años después, en orden descendente también, nos topamos con Iron Man 3, Los juegos del hambre 2, Mi villano favorito 2, El hombre de acero, Monsters University, Frozen, Gravedad, Rápidos y furiosos 6, Oz el poderoso, Viaje a las estrellas: en la oscuridad (o sea, Viaje a las estrellas XII). ¿Qué diablos ha pasado aquí?
Lo que ha pasado es alucinante.
Con excepción de Frozen y Gravedad, todas las películas son franquicias: o son secuelas o son precuelas o están basadas en videojuegos o son versiones nuevas de películas que ya están viejas porque se estrenaron hace dos años y todos conocemos perfectamente el final. Cuatro están dirigidas específicamente a los niños. Virtualmente todas son de acción o contienen secuencias de acción. Y ya nadie numera las secuelas con números romanos.
Pareciera que la imagen de «película de masas» en esta década es la de una sala de cine llena de niños, donde se come hot dog y se toma Coca Cola en vasos de un litro de capacidad. Hollywood ha encontrado que es más rentable dirigirse a los niños y sus familias ofreciendo filmes predecibles, y las multisalas han favorecido la idea de que «ir al cine es ir a comer». Uno podría preguntarse si este cambio violento en el ritual de ir a ver cine, junto con la disminución de la originalidad y calidad de las películas se deben a que…
Uno: en la época de la inmediatez las personas demandan más «entretenimiento sin pensamiento» y Hollywood ha tenido que adaptarse.
Dos: Hollywood está dirigiéndose a un público seguro, disminuyendo sus riesgos y optimizando sus ganancias, y los espectadores fieles al cine han tenido que bancarse el cambio.
Es como lo que sucede con la TV: ¿la proliferación de basura es responsabilidad de los canales de televisión, de los televidentes o de ambos?
Por cierto, ya es de sentido común decir que el mejor cine haciéndose hoy en Estados Unidos no se ve en las salas de cine, sino en la TV. Un hecho resulta indiscutible: la gente comenta hoy las series de TV bastante más, y con mayor apasionamiento, que las películas… Sencillamente, los canales de cable están arriesgando más con sus historias. El año pasado Steven Spielberg dijo que en cualquier momento Hollywood sufrirá una implosión: «Tres o cuatro o quizás media docena de películas de gran presupuesto se irán al suelo en la taquilla, y eso cambiará el paradigma».
No conozco de estudios sobre público que haya dejado de ir al cine por hartazgo, pero me parece evidente que existe: hoy es relativamente barato tener en tu dormitorio una TV de 46 pulgadas asociada a un reproductor BluRay, Netflix y un equipo de sonido. Cine en casa, con oferta virtualmente ilimitada.
Pero ver una comedia solo en tu dormitorio sigue siendo algo triste.
* * *
No todo tiene que ver con Hollywood, desde luego. El cine, a diferencia de otras artes, existe gracias a la tecnología: siempre podrá hacerse música con las palmas o crearse un poema en la cabeza, pero no puede hacerse cine sin una cámara que registre imágenes y un dispositivo que las muestre. Y hoy en día nos encontramos ante una pregunta interesante: ¿de qué manera cambiarán el cine y las salas de cine, para que el público aumente? Porque, asumo, las personas seguirán deseando ver cine junto a otras personas… Aunque puedo estar equivocado: en ese caso, el cine volverá a ser el vacío espectáculo de feria que originalmente fue, el de los hermanos Lumière. Irás al cine una vez al año para asombrarte ante una pantalla gigantesca, sin pensar. Las películas –las historias– las verás en tu casa.
El 80% de las 135 mil pantallas de cine en el mundo ya transmiten en formato digital, o eso asegura la Motion Picture Association of America. En pocas palabras, los rollos de cine han sido reemplazados por discos duros… Y hay aquí un problema alucinante: cómo archivar eso. Aunque suene paradójico, un rollo de cine bien preservado podrá ser reproducido dentro de 1000 años, pero sobre la duración de los discos duros –y sobre cómo los datos pueden corromperse y desaparecer dentro de unas décadas– sabemos muy poco. Tampoco sabemos si el homo sapiens estará por acá dentro de unas décadas, claro. Y todo cambia muy rápido. ¿Cómo harías para leer hoy la información dentro de un cartucho de Atari? Del mismo modo, ¿cómo hará el investigador del futuro para ver Los pitufos en un disco duro que es un ejemplar único, y cuyos archivos de video están encriptados?
El futuro es digital: eso es incuestionable. Y hay esperanza para las salas de cine, me parece. ¿Quién quiere tener en su sala un televisor 4K, que ofrece una resolución equivalente a la del cine 35mm –ya pueden verse esos televisores en Saga y Ripley– si apenas el año pasado todos estábamos comprándonos televisores HD? Y además, ¿hasta qué tamaño puede crecer una pantalla en tu departamento sin que esta rompa el techo? Podríamos incluso preguntarnos para qué querríamos ver Titanic a una resolución gigantesca en casa. El Super Audio CD y el DVD–Audio ofrecen extraordinaria calidad de audio, pero el gran público sigue escuchando música en un formato discreto como el mp3. ¿Por qué habría de ser diferente en cuanto a la imagen?
Las salas de cine, en cambio, pueden ahorrarle al espectador la molestia de la innovación tecnológica –creo que están en la obligación de innovar rápidamente– y ofrecer otra clase de experiencia… En Lima ya hay salas que proyectan películas con el formato Dbox, donde las butacas se mueven junto con la acción: vi de esa forma Gravedad y añadió algo así como un 15% de disfrute a la experiencia. El ticket, sin embargo, costó un 75% más. Y cabría preguntarse si el futuro del cine es el género de acción, últimamente tan pobre… James Cameron, el gran impulsor de la nueva hornada de películas en 3D, dijo alguna vez que haría una película romántica 3D solo para demostrar que el formato mejora cualquier filme. El 3D está hoy en declive, Cameron jamás ha sabido dirigir una escena romántica, y yo creo que patina en su entusiasmo por este formato. Porque lo que la gente reclama son mejores historias. Algunos futurólogos dicen que veremos una gradual fusión entre cine, realidad virtual y videojuegos, y que el tamaño de las pantallas crecerá bastante en pocos años.
Hablamos de un arte joven, después de todo. La pintura tiene unos 40000 años; el cine no cumple aún 120. Todo puede ser redefinido.
Pero El circo de Chaplin, muda y en blanco y negro, seguirá siendo una gran película dentro de mil años, cuando el televisor de 6 pulgadas de mi madre sea un poco de chatarra enterrada bajo la arena de una ciudad conocida antiguamente como Lima.
Fotos: Filmschoolrejects, Loveiseverywhere, Voxultra, Kidstart.
Este artículo se publicó originalmente, con el título ¿El cine en su escena final?, en la revista Velaverde el pasado 28 de abril.
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