La distancia del sujeto observado, el tiempo de los planos, el corte directo del sonido y la general poca profundidad de campo, conformaban el viejo y preciso mecanismo con el que los hermanos Jean–Pierre y Luc Dardenne solían observar a sus héroes de las clases bajas francesas para poner en discusión el ethos europeo. A Dos días, una noche, le han dado más aire de plano, paneos que preceden al movimiento del personaje, unos cortes menos abruptos, e incluso alguna que otra secuencia donde se puede hablar de música empática que no termina de disfrazar bien su diegetización.
También es cierto que la exploración es sobre la clase media y la heroína, interpretada por Marion Cotillard, es la de la tan reverenciada clase trabajadora. Entonces podría establecerse alguna lógica de los aspectos formales de esta nueva puesta en escena entre el aire que da y el espacio menos asfixiante y más lleno de cosas en el que habitan estos personajes frente a los protagonistas de El niño o Rosetta, o acuñarle esta bienvenida de recursos a una consecuente vida menos urgida, más laxa.
Pero, si bien a Cotillard no le creo absolutamente nada cuando dice parlamentos sola como pésimos monólogos de un desbordado estado mental, y descreo de que una actriz ultra conocida pueda llevar a cabo a una suerte de Evita de la clase media, los Dardenne dan en el clavo en un tema poco explorado: el dolor en el trabajador post moderno de la clase media. En tiempos del debate sobre cuál filosofía debería imperar en tal o cual sociedad el dolor se hacía físico, las medicinas eran para cortar el sangrado, evitar la infección. De un tiempo a esta parte, asentado determinado sistema político–económico–social, el dolor está en el espíritu, los oficinistas toman aspirinas y antidepresivos, los gerentes pastillas para dormir, ansiolíticos, y luego todos atienden a las conductas sociales por encima de las del desempeño dado que la única constancia de la sociedad de clases es la necesidad de la diferenciación crónica. Lejos el tiempo del conflicto beligerante del entramado social, más lejos en la Europa actual que revisa ahora sus beneficios sociales, sus migrantes, sus zapatos en tiempo de crisis.
El personaje de Cotillard viene de una depresión y a punto de perder su trabajo busca hacer una votación por sus compañeros: si gana se queda y el resto se queda sin un bono de 1000 euros, si pierde se va y hay bono. Pero los Dardenne saben de lo que hablan: perder el trabajo no es perder las manos, ser expulsado del país, morir. Su personaje se vuelve ridículo tratando de suicidarse por perder un empleo, igual que agredir a una esposa por no poderse pagar la expansión del jardín, traicionar a alguien por tener un empleo, o ser una mierda en general por hacerse de un poco más de dinero a alguien que no se ve contra las cuerdas. Y solo ahí es cuando no parece precisa la propuesta para estos temas, y quizá porque es un tanto difícil imaginar mejores recursos para banalizar los problemas de una clase tan distante, plana, muy revisada, e insípida.
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