Los escritores Carlos Torres Rotondo y José Carlos Irigoyen han publicado recientemente, y presentado en la Feria Internacional del Libro, el volumen Crimen, sicodelia y minifaldas: Un recorrido por el museo de la serie B en el Perú, 1956–2001, editado por la plataforma Mutante. Se trata de una elaboración creativa a partir de una serie de filmes, cómics y novelas nacionales de diferentes épocas que, por sus elementos estrafalarios o psicotrónicos, se han considerado de serie B.
Al respecto conversamos con Irigoyen y Torres –autores también del libro Poesía en rock, una historia oral. Perú 1966–1991 (2010)–, quienes han investigado la materia por años y propiciado, además de esta entrega, la exhibición pública de algunas de esas obras, dentro de lo poco que se ha podido conservar.
El libro toma como espacio temporal el siglo XX. Quedan fuera nuevos autores limeños (Fernando Montenegro, Rafael Arévalo), cintas bolivianas de Zegarra, cine regional de terror, que se mencionan sin desarrollarse. ¿Cómo decidieron no llegar a nuestros días? ¿Habrá una segunda parte?
Creemos que nuestra Serie B tiene dos etapas bien marcadas: una es la que abarca el periodo 1956–2001, en el cual los autores de serie B son más o menos inconscientes de su colaboración al género: sus motivaciones parten de la ingenuidad –hacer una película perdurable por sus méritos cinematográficos– o mercenarios –dar un golpe en la taquilla mediante una cinta de tema ligero y divertido–, pero ninguno de ellos tenía claro que estaba haciendo un aporte en la tradición de la serie B. En cambio, en los noventa, el panorama cambia.
Con la posmodernidad, las películas de Tarantino y el rescate de varios filmes de serie B norteamericana y europea, la cosa se vuelve mucho más consciente: ahí salen varios de los autores que ustedes nombran. Hemos preferido solo escribir, al menos en este volumen, sobre la primera etapa, que nos parecía digna de ser revalorada y estudiada. Además, teníamos una distancia temporal suficiente como para observar esas primeras películas desde su verdadera dimensión; no estamos seguros de que con el periodo posterior tengamos el panorama tan claro. No descartamos una segunda parte, pero tiene que pasar un tiempo prudencial.
La publicación se presenta como un documental, en el que traza vuestros periplos para encontrar las películas. ¿Lo «documental» viene porque hay un trabajo paralelo audiovisual?
Hemos extrapolado del cine la categoría en cuestión. El ensayo en sus diversas vertientes es básicamente una narración en la que los personajes son ideas enfrentadas. Tampoco hacemos propiamente libros de divulgación. El tratamiento del lenguaje y el uso de técnicas literarias hace que se trascienda esa etiqueta. En cambio, sí creemos hacer investigaciones–narraciones sobre personajes o escenas contra/sub culturales.
No, no hay un trabajo audiovisual. Creemos que el documental no es una categoría estrictamente cinematográfica. Pensar ello nos limita; hemos optado por no hacer caso a las definiciones canónicas y de ese modo escribir estos libros ha sido como hacer películas documentales. Y por otro lado, esta manera de abordar nuestros libros es una muestra más que explícita de la cada vez mayor influencia del lenguaje audiovisual en la palabra escrita.
¿Qué filmes encontraron y cuáles faltan? Recientemente el Centro Cultural de España presentó un ciclo de este tipo de cine, ¿se repetirá?
Pudimos acceder a todas las obras existentes y que se pueden ver, a veces con esfuerzo, otras buscándolas en You Tube: Las sicodélicas, Terror en la jungla, La casa de las sombras, Obras maestras del terror, El inquisidor, todo lo de Llosa y Corman, todo Leonidas Zegarra excepto Cantinflas no ha muerto, de la que hay dudas hasta de su misma existencia, todo de Cristian Cancho.
No pudimos ver Boda diabólica porque la Filmoteca no lo permite, así como tampoco Brigada blanca, El sol de los muertos, La nave de los brujos e Interpol llamando a Lima, por la sencilla razón de que son inhallables. No se encuentran ni en archivos públicos ni en colecciones privadas. Posiblemente algunas de ellas estén perdidas para siempre, o hayan sido destruidas. Sobre el ciclo de cine B, organizado por nuestra editorial, pensamos repetirlo pronto, pero con la condición de encontrar nuevo material que le dé más vuelo.
Enrique Torres Tudela es un descubrimiento. ¿Cómo lo encontraron?
Buscando en Internet hallamos su nombre. Los libros de Ricardo Bedoya nos dieron algunas luces al respecto, pero los comentarios sobre sus películas eran escasos. Ha sido un trabajo arduo, a veces lleno de pistas falsas, llegar a recabar toda la información que mostramos en nuestro libro. Tuvimos la fortuna de poder contactarnos con sus sobrinos, quienes llenaron los abundantes vacíos que teníamos en su capítulos. En todo caso, todo eso está en el capítulo respectivo.
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