“Relatos salvajes” de Damián Szifrón: lo ‘animal’ y lo infalible

Relatos salvajes - Ricardo Darín

El contrato social aproxima al acto violento, siéndolo. Por más, o por su, consciencia de ser al hombre no se le podrá resultar lo suficientemente compatible el no poder ser irracional si quiere, maxime esta idea que el contrato no se modifica necesariamente a la velocidad que los usos del hombre necesite para su propio interés, y las puestas en vacío, posiblemente justas o necesarias, sean contempladas sobre todo como agresiones o rupturas a una ley o pacto moral. Relatos salvajes conjuga la mecánica de la amenaza, la pulsión de la modificación de la norma social, el ataque al individuo por la norma, o la necesidad de subvertir los sistemas de convivencia agenciados por la pulsión defensiva del individuo que el director quiere suponer como animal. Puede tener algo de certeza.

Relatos salvajes - Ricardo Darín

Damián Szifrón inscribe desde los primeros planos en Aeroparque o el placement de los aviones de Aerolíneas Argentinas, al espacio de la sociedad que desea representar en estos cinco (seis con el de la introducción) relatos que conviven bajo un mismo concepto omnisciente. No está de más apuntar que esta aproximación a la condición del hombre aquí expuesta puede tener muchas coincidencias con otras sociedades, como las sudamericanas en general, pero es cierto que no todas las sociedades reaccionan igual frente a la otredad, y por en ende no viven en el mismo grado de paranoia, miedo, u amenaza, y sus historias son más validas dónde discurren. Es difícil suponer cómo ha encontrado un equilibrio la Argentina de Szifrón: la gente se vuelve irrefrenablemente irónica, clasista, corruptora y corrupta, intrigante o hipócrita. Y sin embargo la radiografía puede ser justa, y esto porque la contracara de la pulsión «animal» que describe a veces transparenta la humanidad desde dónde supuestamente están fundadas las sociedades y esa dualidad se vuelve lo más interesante de este puñado de historias.

En el relato de introducción a Pasternack le han entrado todos. El mejor amigo le sacó la novia, el crítico lo reprobó en el exámen de música, igual que su vieja profesora, algún jefe lo echó, una chica no le dio cabida, o un psicólogo mucho favor no le ha hecho, dado que Pasternack finalmente los ha metido a todos en un avión, quienes representan capas de la vida común de un individuo genérico de la clase media, que han sumado rencores en un tipo que finalmente ha decidido vengarse. Y a esa venganza el director decide llamarle animal, pero dosificada, repartida y sistemática, ¿no es también feroz el ataque recibido por el individuo de los otros?

El primer relato es de los que contiene ciertos guiños de la contextualización de sombras en el sistema político, siendo el villano, un usurero que llega a un parador de ruta dónde casualmente (de las grandes casualidades que maneja Szifrón para no dejar de subrayar su calidad de «narrador clásico», por así decirlo) trabaja una de sus viejas víctimas, una chica cuya familia cae en la tragedia y desarrollándose una venganza instigada por una cocinera expresidiaria, que brinda cierta satisfacción al espectador. Sobre el usurero se ha dicho algún diálogo parecido a un «los hijos putas dirigen al mundo», o se le ha conformado como un pequeño tirano, de mal trato, pésimos modales, pasado obscuro, y claro, una incipiente carrera política. A la venganza no le ha faltado una cierta lógica de la justicia, pero antes, se ha introducido al personaje del hijo del villano, que ha sido arrastrado por la venganza quedando así como una víctima, porque así es como ha decidido Szifrón, introduciendo cierta contención para hablar de lo contenido, y tal vez para volver tranquilo a casa.

El segundo es un relato de lucha de clases, el más violento y acaso el mejor filmado, que se desplaza hacia la siempre eficiente y ontológica lucha del más fuerte. Se podría identificar el disparador de este conflicto, entre uno de arriba y otro de abajo, cuando el rico tira un «-¿sabés que sos un negro resentido? Forro», pero en realidad el inicio del conflicto es el BMW, la música electrónica canchera, el traje reluciente en un día soleado, filmado como para un videoclip de música burguesa que al confrontarse con el autito viejo, maltrecho y lento, se entiende una comparación con mucho humor. Entonces la provocación del autito de no dejar pasar al reluciente, la quizá justa espetada con el gran tufo facho, y el planteamiento de la pelea por otra casualidad. Los recursos son simples y precisos. Existen usos como el de un plano situacional para situar el contra campo del eje, al otro lado de un río, o un zoom in cuando el personaje del BMW regresa a cerrar la pelea, que destacan por su gran funcionalidad narrativa, y hablan de un esquema depurado, que es sobretodo preciso en un cine que se identifica con destreza con los modos de las películas de acción estadounidense, aún siendo casi en una sola locación, teniendo una diégesis de un par de horas, solo dos personajes, y mucho corte quirúrgico.

Pero el tercer relato será probablemente el más recordado. Se trata de un working class hero que se enfrenta al indolente estado de derecho representado en una de sus instituciones más odiosas: el sistema de acarreo de vehículos mal estacionados de Capital Federal. Difícil no sentir identificación con un ingeniero de clase media que reclama frente a esta institución; difícil no haber dicho alguna vez «los que trabajan para delicuentes son otros delicuentes», hablar de «sistemas corruptos», no sentir odio hacia quienes refieran que hay que pagar primero y reclamar después, hacia quienes se limitan a decir «que solo hacen su trabajo» mientras piden plata mal habida, difícil no querer romper el vidrio desde dónde se esconden para aducir sus sandeces burocráticas, o imaginar cómo explotar literalmente esa facción del sistema. Pero la historia adolece de disimulo, le ha faltado claroscuros, grises, le sobró grúas, movimientos de cámara, música empática, zooms in, y sobre todo, Ricardo Darín. Ya bastante tenemos con Darín hablando, en cuanto medio exista, de lo mal que anda el mundo para tener que verlo haciendo de sí mismo en versión buen tipo laburante. En YouTube lo hace mejor y sale más barato.

La cuarta, y luego la última historia, introducen una crítica velada, pero rastreable, al concepto familia. En el relato sobre el chico que acaba de atropellar y huir, se ve cómo la familia, rica, es capaz de encubrirlo por el «bien» de su hijo, ofreciéndole una cuantiosa suma a un tercero, pobre, para que quede como autor ante la ley, disparando con ello un tire y afloje, que suelta un poco la solemnidad con que arranca el relato, conduciendo la situación a la hilaridad, pero cerrando débilmente en un premonitorio y aleccionador punto común de castigar a los complotadores de la moral.

Erica Rivas - Relatos Salvajes

Más con el último, el relato sobre una pareja que el día de su boda confronta una vergonzosa noticia, apunta a señalar el ridículo que asumen ciertas parejas que desean continuar siéndolo aún todo, y redondea deslizando la idea que ciertas parejas se constituyen por algo tan sencillo como la atracción sexual, siendo ello más entendible y razonable que la monogamia, la vida en pareja, la herencia, o las tradiciones judío-católica. Es comprensible que en este relato se cancelen otros temas que venía trabajando, como las clases, o las instituciones políticas y ello porque aquí se trata de englobar el tema familia-pareja, acaso la institución más abominablemente fundacional de la sociedad occidental. Mas en un último momento los aires del relato se cierran dulzonamente y se hace fácil olvidar la crítica, y nuevamente, quedarse tranquilo.

Habría que atender entonces a los planteamientos erróneos en el discurso. Por la alegoría de «animal» y «salvaje» Szifrón apunta a que aquellas acciones son el momento de la liberación de la ira, o del acto violento. Es cierto que en el discurso de nuestras sociedades la violencia es vista como una traición de lo animal en el hombre, o hasta como una transfiguración en lo bestial, librando, cristalina y llanamente, al hombre de la capacidad de ser violento. Podríamos reemplazar esta alegoría por la de «ataques de locuras», «ataques de pasión», etc. Como los atenuantes punitivos del sistema judicial. Es mucho halago. O mucha diatriba a los otros animales. El miedo, como el hambre, como el frío, como la compasión o el odio, son lo que hace al hombre ser hombre. Comprendo que la conciencia de ser, aquello que nos hace pensar que hemos confirmado el que estamos aquí y ahora, pueda parecer diferenciador de un animal que probablemente no lo sepa, y pretenda hacernos sentir muy distintos a un pollo, un caballo, o un león, pero habría que preguntarse por si: uno, ¿tan cierto es que al rugir en la tarde, un león no sabe que es un león en la tarde?; dos, ¿es tan inhumano para el hombre revelarse con su opresión?

Tres: ¿poner la connotación en el acto por sobre el sistema que crea, acciona, catapulta o fustiga la violencia, y postergar y cuasi negar la propia del sistema, no es coincidir con el estado de derecho que termina actuando solo y cuándo se ha cometido un «delito»? Es decir: Szifrón ha construido raptos de aquello que llama salvaje, por momentos señalando bien la propia frontalidad coactante del espíritu en varios niveles de la sociedad, más su punto de objeción está siempre circunscripto a acciones individuales y en paralelo al contexto: se trata de una de la más viejas objeciones de Eisenstein sobre aquello que llamaba la estética de montaje dualística de Griffith.

Aún la descripción medianamente atenta del contexto social estamos sobre todo frente a una necesidad de concreción de un drama que flote y actúe sobre la superficie de este, y así la necesidad de protagonistas antes que de una observación profunda de la sociedad, está la necesidad de lo infalible, de no quedar mal con nadie, y luego la del star system, la de una coproducción con El deseo, con Telefé, de estrenos en multisalas en paquetes de ventas regionales. El sentido del colectivo, de Lo colectivo en la escueta sociedad contemporánea que describe Relatos Salvajes, sería la negación del modo de representación que usa (uno cuestionado desde hace más o menos… ¿80 años?), de sus dos explosiones en 7.1, del estreno en alfombra roja, de decir estupideces en Almorzando con Mirtha Legrand, de un protagónico más para Darín.


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