He aquí un lugar común del cine: lo que el actor le ofrece a la cámara es en primer lugar su imagen, vale decir, su rostro. El casting para una película empieza –debería empezar– por el rostro, y yo pienso que la bendición más grande para cualquier actor de cine es tener facciones inusuales…
Desde luego, podrá decirse que en una pantalla de gran tamaño el rostro de cualquier persona es un objeto inusual e incluso atemorizante, así que replantearé mi afirmación: un actor de cine con facciones inusuales y expresivas, combinación muy difícil de describir, está bien encaminado. Aunque no es la primera vez que Carlos Alcántara actúa para cine en un registro distinto a la comedia, su aparición como el sicario de Perro guardián es un descubrimiento: en los abundantes claroscuros de este thriller, el duro bloque de su frente y de su cabeza sobresale como un elemento expresivo más… Tal bloque cubre los silencios del personaje y está sostenido por los ojos un tanto separados, que parpadean poco y aparecen ocasionalmente enrojecidos, como en droga.
Qué cara de loco, digamos.
La paranoia no es una sensación que el cine peruano haya cultivado mucho: por tal razón esta película es un evento. Y al lector que encuentre extraño hablar de formas de cabeza en un texto crítico le convendrá recordar que en el cine todo comunica…
El mismo Alcántara le da importancia a su físico como elemento expresivo: en una entrevista para El Útero de Marita afirma tener “un pentagrama” en la frente, que irá marcándose conforme su lacónico personaje se acerque al fin de la película. Es obvio que el equipo que ha hecho este filme ha pensado en los rostros que muestra.
De hecho, estos rostros no solamente son interesantes, sino que han sido “producidos” de forma interesante (la barba tupida de Alcántara, los anteojos oscuros de Miguel Iza, la cabeza pelada de Ramón García: hay un trabajo que apunta a la expresividad del rostro). Incluso, se han eludido varios clichés de casting del cine peruano. Incluso, como sucede raramente en nuestras pantallas, se logra una coherente sensación de lugar. O sea que la Lima sucia de hollín y grasa que muestra «Perro guardián» es una Lima posible.
Daré mi opinión de esta forma: lo que más me ha sorprendido de esta película no es su expresividad, que la tiene, sino su alta factura técnica. Supongo que algo así tenía que pasar: que directores entrenados en publicidad, como es el caso, entregaran una película peruana impecable desde un punto de vista técnico (y aquí hubo retos claros para cualquier equipo de producción, como filmar en interiores en oscuridad casi total o dentro de automóviles en movimiento). Menciono que la edición, la musicalización, la mezcla de sonido y la fotografía son de alta calidad técnica porque es precisamente la baja calidad técnica la que inspiró en algún momento –¿en los noventa?– un dicho nefasto para nuestro cine: “para ser peruana es buena”. Esta película, como la reciente «El mudo», puede tranquilamente ser proyectada en cualquier sala de cine digital del extranjero sin complejos de inferioridad. En ese sentido es irreprochable, y muestra de eso que suele llamarse oficio.
Mencionaba la paranoia porque tal es la vibra de Perro guardián. Aunque no alcanza la altura de otra estupenda película paranoica peruana, Días de Santiago, podría decirse que ambas cintas dialogan. De hecho, ambas tienen como protagonistas a militares en retiro. Pero en la primera existe una preocupación social –un ánimo de denuncia– que aquí apenas asoma: de hecho, el rótulo sobre la “ley de amnistía militar” que abre el filme es poco más que un marco para la acción.
La película está cómodamente instalada dentro de las convenciones del policial–thriller, y un espectador que haya recorrido el género probablemente reconocerá algunas de sus fuentes de inspiración: yo vi «Taxi Driver» y «El perfecto asesino», mi novia vio el tercer episodio de «Amores perros». Y desde luego el guión recurre a arquetipos o modelos de personaje… El protagonista, por ejemplo, es un pecador que busca expiar su pasado y que en el camino conocerá a la niña pura que debe ser rescatada (una estupenda Mayra Goñi). Es interesante anotar que el filme es tan funcional con los arquetipos cinematográficos que los nombres de los personajes principales son “Perro”, “Milagros”, “El padrino” y “El apóstol”.
El gran riesgo al hacer una película de género, desde luego, es terminar ofreciendo un producto genérico: pienso, bajo esa óptica, en aquel cliché de la fotografía de cine que es la paleta en amarillos y celestes. Cliché que no se elude aquí. Pero tal es un reparo menor. Retomando el paralelo con «Días de Santiago» subrayaré una obviedad: una película no se engrandece con buenas intenciones o mensajes, y no es la carencia de fondo lo que aleja a Perro guardián de la grandeza (alguien podría reprocharle a la película, incluso, el no tener nada que decir).
Lo que verdaderamente aleja a «Perro guardián» de la grandeza, creo, es la terquedad por mantenerse estática en su molde, manteniendo también estático al protagonista: el Perro de esta película es idéntico a sí mismo durante todo el metraje. La actuación de Alcántara es notable dentro de un conjunto de actuaciones notables –todas ellas siempre “actuaciones”, vale decir, el espectador reconoce que hay actores diciendo sus líneas– pero me queda la sensación de que el guión y la dirección no le dejan mostrar matiz alguno.
Yo lo plantearía de esta forma: ¿nos comportamos las personas de la misma manera todo el tiempo? Obviamente no, y creo que una de las funciones más bellas del arte es mostrar a los personajes de ficción como seres humanos. El cine tiene el poder de mostrar cómo son las personas cuando nadie las ve. Incluso una escena que podría permitirle al protagonista un cambio de comportamiento que lo humanice (Mayra Goñi besándolo en el auto) termina constriñéndolo: Perro quedará como una estatua de sí mismo, sin mirarla. Es complicado sentir empatía por esta suerte de Jean Reno incapaz de reír o llorar. Pero no es complicado sentir empatía por él porque sea un sicario, sino porque la película no nos deja asomar a su profundidad.
Me parece que detrás de «Perro guardián» está operando una idea de lo cool, que es la forma posmoderna que tiene el cinismo de mostrarse. Y aquí es donde el diálogo con «Días de Santiago» se termina. De los noventa para acá, lo cool está ejemplificado en el cine por Quentin Tarantino, pero su cinismo –vale decir, su ausencia de sentimentalidad; su idea de que los personajes existen solamente como artificio– alcanza expresividad gracias a su alto vuelo imaginativo. Tarantino recurre también a arquetipos, y recurren a arquetipos obras deliciosas como «La guerra de las galaxias» o «La Odisea». Pero en tales obras hay algo así como una imaginación en acción.
Sería injusto, sin embargo, decir que Perro guardián no es imaginativa, pues muestra varios recursos originales: pienso en la fascinante gotera en el dormitorio de Perro, por ejemplo, y pienso en la habitación de Diego Bertie en «Sin compasión» como ese otro gran dormitorio expresionista del cine peruano. Perro guardián rehúye con gracia varios facilismos, y creo que evitar secuencias de acción o persecuciones es atrevido y acertado.
De hecho, la película hace algo raro en el cine peruano, que es combinar los recursos audiovisuales con una intención estética marcada: o sea que en «Perro guardián» no solo hay actuaciones filmadas, sino momentos de cine. Hay, por ejemplo, una secuencia que encuentro extraordinaria: aquella en la que Mayra Goñi canta en el templo una canción sobre la redención, y hay luz blanca bañándola y todas las paredes a su alrededor son moradas –“el morado es el color de lo ultraterreno” dice el libro If it’s purple someone’s gonna die–, y mientras escuchamos su voz que canta vemos, en otro lugar, al mismo tiempo, a Carlos Alcántara en su automóvil y de pronto la realidad entera es esta canción que sigue sonando en primer plano y que se terminará cuando una lágrima aparezca en el rostro de esta muchacha. El cine es eso.
Diré un par de cosas adicionales. Reynaldo Arenas es un extraordinario actor: todo el tiempo uno lo sorprende actuando, pero con qué autoridad lo hace. Su presencia en esta película es un lujo. Y Carlos Alcántara es indudablemente un actor de proyección internacional: ojalá le vaya muy bien. Siento que esta película de Bacha Caravedo y Chinón Higashionna muestra una solvencia inusual en el cine peruano: se trata de un debut notable, y me gustaría mucho ver la segunda parte que insinúa la historia.
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