El 9 de setiembre el periodista Fernando Vivas publicó en el Diario El Comercio el artículo ¡Cuota de pantalla para el cine extranjero!, sobre la actual dinámica de la producción peruana, que en 8 meses y medio del 2014 lleva casi una docena de estrenos comerciales (el filme de terror Secreto Matusita será el duodécimo este 18 de setiembre) y más de 3 millones de espectadores (en el 2013 superaron los 4 millones). El planteamiento irónico del título llegaba al final, como simpático remate, y más allá de que muchos entendimos que era chiste –que podríamos prolongarlo pidiendo cuota para Transformers–, de algún modo sintoniza con la actitud de un sector del público frente a la fortalecida presencia nacional en la cartelera local, que invita a la reflexión, además de otras afirmaciones y propuestas del texto.
En mayo pasado, al estrenarse A los 40, hasta la fecha el filme peruano más taquillero del 2014 y el más exitoso desde Asu Mare, con 1 millón 800 mil espectadores, se podía leer en las redes sociales comentarios de un cierto número de aficionados que «descubrían», con extrañeza y algo de molestia, cómo funciona la distribución y exhibición en los lanzamientos más ambiciosos, a través del holgado circuito de la opera prima de Bruno Ascenzo, con gran cantidad de salas y horarios consecutivos y superpuestos –lo que ya había pasado con Asu Mare, por primera vez en nuestra cinematografía–, mientras que algunos filmes norteamericanos, de presupuestos 100 veces mayores, tenían menos espacio en las multisalas. «Así cualquiera», decían curiosamente.
Ese es el ritmo, vertiginoso y acaparador, de la explotación del cine desde hace más o menos una década, acentuando el carácter, que ya venía dándose desde hace más tiempo, de fast cinema: usar y botar, más salas para menos películas, ubicuidad de unos cuantos productos, falta de acceso del diverso cine mundial. Cuando lo practican blockbusters de Hollywood, las cinematografías nacionales deben alejar sus estrenos lo más posible de ese auténtico bombardeo y buscar resquicios en el Competitive, el preciso cronograma anual que manejan los exhibidores y distribuidores. Pero cuando algunas producciones locales tienen la capacidad empresarial de usar ese procedimiento con productos de alto perfil comercial, apelando generalmente a conocidas fórmulas narrativas, populares figuras y hábil marketing, entonces es posible que los resultados sean también exitosos, con la diferencia que el cine peruano, por ahora, sólo puede dar batalla en su mercado y no en las salas de todo el mundo como Hollywood.
Lo que no es chiste en el artículo de Vivas, más allá de que él apoye o no la propuesta de implementar una cuota de pantalla en el Perú, es considerar que «busca, ingenuamente, dictar el gusto del público», opinión que solemos oír a los tecnócratas ultraliberales. En el proyecto de la ley de cine que representantes de los gremios cinematográficos nacionales elaboramos junto con el Ministerio de Cultura, y que éste retiró del Ejecutivo frente a las trabas del MEF, la cuota de pantalla se concibió como opcional medida de salvaguarda, no como taxativo objeto de imposición. La redacción, que además replica exactamente la del TLC suscrito con Estados Unidos, consistente en la reserva cultural del 20% del mercado para el cine peruano, planteó que este mecanismo, que otros países de diferentes orientaciones de gobierno utilizan sin causar tanto alboroto, «se podría aplicar» en una evaluación anual, no que definitivamente «se aplicará» desde el primer día de vigencia de la ley y por tiempo indefinido.
Y no dicta el gusto del público ni obliga determinada programación a los cines, simplemente busca ofrecer más opciones a los espectadores, propiciando la diversidad en un marco de sana competencia que se regiría por el mínimo de mantenimiento, un promedio de asistencia con una serie de variables, aplicables a todos los estrenos de la cartelera, que una película peruana debería cumplir para sostener su permanencia en las salas. Es decir, la cuota de pantalla sería el último recurso para equilibrar una eventual situación de abuso que perjudicara a las cintas nacionales. Digo «eventual» pensando optimistamente en el futuro, porque no es que no haya ocurrido: en el pasado lejano y cercano varios filmes peruanos, rumbo a la exhibición, afrontaron condiciones inequitativas, denunciadas públicamente.
Pero, sin olvidar que el cine peruano es mucho más extenso que el grupo de lanzamientos comerciales –para no ir más lejos, en Cinencuentro consignamos una lista de casi 40 largometrajes exhibidos al menos una vez en algún punto del país en el 2013–, es verdad que la tirantez en esta etapa final del proceso de las películas está empezando lentamente a disminuir, con estrenos sucesivos, cifras en su mayoría mediana o ampliamente exitosas y el incremento del interés propio, no forzado, de algunas distribuidoras en parte de la producción nacional, viendo con qué productos pueden ganar dinero y apostando por ellos. Pero aún es muy prematuro para creer que ya no volverá el tiempo de las mayores penurias para la proyección del cine peruano. No hay que confiarse. Por eso la cuota de pantalla es una salvaguarda. Y tampoco podemos ignorar que en pocos años los estándares de exhibición digital, que actualmente ya generan sobrecostos por el cobro de algunos multicines por el concepto de «innovación tecnológica», terminarán de transformarse con la transmisión electrónica vía satélite, que por un buen tiempo seguramente será una exigencia muy difícil de satisfacer para las cinematografías nacionales, incluida la nuestra.
La propuesta de Vivas que sí comparto es, como parte de una posible nueva ley, estimular la producción de contenidos para TV. Sería muy positivo: cineastas de toda procedencia ganarían mayor oficio y aportarían proyectos de calidad a una plaza que los necesita con urgencia. En gran parte del mundo, como en América Latina y en países que limitan con el Perú como Colombia, el cine y la televisión, incluso involucrando a la propia señal del Estado, son socios naturales, y se retroalimentan permanentemente como parte de un sólido espectro audiovisual.
Nota. Sugerimos leer Pantalla a cuentagotas, un post de Christian Wiener.
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