Empezaré por la pregunta más usual en relación a Secreto Matusita, película peruana de reciente estreno: ¿sale Malcolm McDowell? Y la responderé: no, no sale.
McDowell participará de otra película sobre la célebre casa Matusita, que, como ha quedado visto en un reportaje del programa «Cuarto Poder», es una casona en cuya primera planta funciona MiBanco y poco más… Esa otra película, dirigida al mercado estadounidense, anuncia su estreno para el 2015 y su reparto es mayormente foráneo. Aunque aparecerá Carlos Alcántara, haciendo de cura. Suena raro, pero de pronto hay dos películas alimentándose de esta pieza de folklore local más bien simplona.
Necesitamos nuestros mitos, supongo: en la interminable tanda de comerciales y trailers que antecedieron la proyección de Secreto Matusita en Cineplanet Primavera ayer martes –fueron veinticinco minutos de publicidad– me di con los avances de otra película peruana, «F-27», que se alimenta de la tragedia de aviación que enlutó al equipo Alianza Lima en 1987, y de las interrogantes que aún existen, parece.
Hay otra pregunta usual en relación a Secreto Matusita: ¿es buena?
Antes de responder esa pregunta: sí, fueron veinticinco minutos de publicidad. La cartelera de Cineplanet Primavera anuncia la película para la 1:30 de la tarde y, efectivamente, es la hora en que empieza la proyección… de publicidad y trailers. Mi reloj marcaba la 1:55 cuando arrancó la película, y yo me pregunto de qué manera la 1:55 es la 1:30. No mencionaré un hecho de alucinación aquí –que, hasta la década del ochenta, el espectador veía en este bloque previo un cortometraje nacional– sino algo de mayor urgencia: el tiempo de cualquier persona es irrecuperable.
Irrecuperable. Puede mirarse al techo o al suelo y reflexionar en torno a esta palabra.
Retomo la pregunta: ¿vale la pena ir al cine a ver esta película? Es lógico que el lector se lo pregunte, porque «Secreto Matusita» es noticia y despierta curiosidad: ha convocado a 160 mil espectadores en cuatro días y es, dicen, «la segunda mejor apertura en espectadores e ingresos, para una película de terror de todos los tiempos en Perú».
La primera mejor apertura corresponde a Cementerio General, dicen. Y, si mi contabilidad es buena, «Secreto Matusita» ha sido estrenada simultáneamente en 75 salas a nivel nacional, muchas de las cuales proyectan una función cada hora. La distribución vía UIP le ha conseguido tratamiento de blockbuster a una película nacional: yo asumo que eso es bueno.
Ahora ensayaré una respuesta a la pregunta. Dado que Secreto Matusita se presenta como un filme de terror… ¿Asusta? ¿Inquieta? Existen valores adicionales en cualquier película del género, sin duda, pero creo que el terror y la comedia son muy transparentes en su efectividad: una buena comedia hace reír, una buena película de terror asusta. Entonces, ¿»Secreto Matusita» da miedo? La respuesta es sí, da miedo.
Si es que tienes diez años y nunca has ido al cine.
Esta película deja una fastidiosa sensación de déjà vu. Uno agradece su brevedad: poco más de hora y veinte minutos.
Debe reconocerse el buen trabajo de marketing del equipo de producción de esta película, que hasta donde se sabe es el mismo de «Cementerio General», incluyendo a su director, Dorian Fernández. Y digo “hasta donde se sabe” porque la información no abunda: la página de la película en Facebook no da nombres de actores o equipo técnico, y la película no tiene créditos.
De hecho, notas aparecidas en la prensa antes del estreno nombran como director a un tal Fabián Vasteri, que en realidad es el nombre de uno de los protagonistas. Todo por el realismo, supongo. Porque la película se presenta con el siguiente texto:
«Tres estudiantes desaparecieron mientras hacían un documental, las investigaciones fueron cerradas. Seis meses después se encontraron las grabaciones. Este es el contenido original sin editar».
Se entiende la intención.
El filme de 1999 El proyecto de la bruja de Blair iniciaba con el siguiente texto: «En octubre de 1994 tres estudiantes de cine desaparecieron en el bosque cerca de Burkittsville, Maryland, mientras filmaban un documental. Un año después sus grabaciones fueron encontradas».
Y creo que mi reseña podría terminar aquí: «Secreto Matusita» ha sido planeada y ejecutada dentro del espíritu de la imitación, y por momentos roza la parodia. Desde Holocausto caníbal, y especialmente desde «El proyecto de la bruja de Blair, el cine de masas ha tenido suficientes falsos documentales y suficientes falsos found footage como para pretender sorprender a nadie con sus recursos exiguos.
Más allá de la nota de color local –las lisuras, digamos– es complicado encontrar originalidad en «Secreto Matusita»: la cámara que nunca está quieta, los planos verdosos en la oscuridad, el equipo de tres estudiantes ingenuos, las cámaras de vigilancia que monitorean la casa embrujada, las muertes que se resuelven mostrando manos arrastrándose fuera del encuadre. Todo esto ha sido visto ya.
Ese sería un reparo menor, desde luego, si la película hiciera algo novedoso con estos elementos conocidos: es decir, si jugara con ellos. Pero no lo hace. Su gracia estaría, teóricamente al menos, en trasladar estos elementos del terror foráneo al contexto peruano.
Cabe hacer una reflexión: el miedo más grande es el miedo a lo desconocido, y el buen cine de terror sabe aprovechar tal verdad. Por eso es difícil concebir un filme de terror donde no haya oscuridad (pues en la oscuridad uno desconoce lo que lo rodea) o sin un elemento amenazador que esté escondido. «Nada más aterrador que una puerta cerrada», dicen que decía Hitchcock. Así de claras las cosas, ¿cómo se pretende asustar recurriendo a elementos por demás conocidos y transitados desde hace quince años? Los clichés estorban toda narración, y en este caso la película se ahoga en clichés, impidiéndole establecer un clima.
Yo diría que es en la carencia de búsqueda –en la complacencia con lo que ya ha sido creado por otros– que estriba el Error de esta película, más que en la desabrida dirección de actores o la exageración de varias convenciones: por ejemplo, uno debe aceptar que esta gente que entra en la casa embrujada y se muere de miedo y grita y corre, lo hace cargando siempre consigo –incluso si un espíritu la ha poseído– su cámara. Y en el universo que plantea el filme, donde las cámaras tienen espacio de almacenamiento ilimitado y las baterías no se agotan nunca, cuando la cámara es dejada en el suelo siempre está grabando y el encuadre permite siempre ver la acción.
Hay algunos buenos efectos especiales, sin embargo. Y esta es la primera película de terror peruana, hasta donde sé, en la que se utiliza un vals (¿cantado por Jesús Vásquez?) para acompañar una escena que se pretende inquietante.
Una segunda reflexión: inmersos como estamos en un mundo donde todos creamos video o conocemos a alguien que lo hace, decir que va a presentarse “contenido original sin editar” y luego presentar algo que está severamente editado resulta ingenuo. En ese sentido, una película dentro del mismo molde pero con mayor cuota de originalidad, como «Rec», se luce. «Secreto Matusita» tiene inserts y cortes intencionales y montaje en paralelo y efectos de sonido y un diseño de sonido abundante en frecuencias graves, construido ex profeso. Y este realismo al que se aspira es cortado cuando aparece en escena el médium, interpretado por el buen Willy Gutiérrez, a quien el espectador reconocerá seguramente como uno de los actores de la teleserie «Mil oficios».
Una última reflexión, referente a la originalidad. Es una verdad bien establecida que el cine de masas no privilegia lo diferente, y que el espectador promedio tampoco lo desea. Es el cine como experiencia fast food: se sabe exactamente lo que se va a comer y no se desea nada distinto. Uno podría preguntarse, sin embargo, por qué los fantasmas y apariciones del cine de terror en los últimos años lucen todos tan parecidos. Como salidos de una película de Sam Raimi o algo así.
Una de las cuestiones básicas del arte, como lo entiendo yo, es si al artista lo mueve el deseo de pertenecer o el deseo de diferenciarse. La mayoría de personas que hacen arte buscan pertenecer, y me parece una pena. Y, como decía el buen Roger Ebert, las películas serie B no desaparecieron: han seguido haciéndose, solo que con mayor presupuesto y publicidad. Secreto Matusita es imitación y cálculo, y lo es tan descaradamente que uno puede preguntarse con qué órgano desconocido ha sido filmada. Porque no ha sido con el corazón.
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