Capturar el tiempo obsesiona al cine. Y el director de culto Richard Linklater lo asume (Before Sunrise/Sunset/Midnight, School of Rock, Dazed and Confused).
El crono, el transcurso de la vida, elige diversas rutas, comprimiendo, dilatando, intercalando o desordenando su progresión, o presentándola en tiempo real (al coincidir metraje y período narrado). Más allá del nivel expresivo, piensen por un momento en Citizen Kane, Pulp Fiction, Rope, En la cama, El arca rusa, Nick of Time, High Noon, Buried, Novecento, La môme, La calle, El lobo de Wall Street, The Godfather, El secreto de sus ojos, El mudo, y miles más.
Atravesando la evolución tecnológica y cultural del cine, entre la irrupción y el afianzamiento de la digitalidad y la serie de flamantes pantallas y contenidos, Linklater filmó durante 12 años, cual novela de aprendizaje (Bildungsroman), la historia lineal de una familia estadounidense de clase media que crece a inicios del siglo 21, con un elenco que envejece junto a sus personajes.
Boyhood traza el zigzagueo de los vaivenes juveniles, el espanto doméstico y el confort cuarentón, entre entusiasmos y depresiones. Las nuevas generaciones, provistas de abundante y sofisticada tecnología, repiten la incertidumbre de sus mayores, pero siendo más cínicas y conscientes de ella. El espíritu self–made (wo)man, que deriva en la (auto)explotación laboral y la cosecha propietaria, se expone de modo sobrio, cálido, cómplice. Es el carácter del realizador: no es un narrador grave o tremendista que juzgue, sino observador, jovial y romántico.
Brilla especialmente la construcción del perfil de Mason, el hijo sensible de la pareja prematuramente separada, que Ellar Coltrane encarna entre los 5 y 18 años. La transformación de su semblante y actitud, aunque nunca pasa por circunstancias extremas –y cuando éstas asoman son rápidamente conjuradas por su madre–, muestran la adaptación como urgencia para sobrevivir, en un medio en que un adulto es capaz de amenazarlo, en plena adolescencia, por ofrecerle propaganda de Obama. Es el tránsito firme y cancelatorio de la pérdida de la inocencia, sin flashbacks ni dilaciones.
En ese sentido, el autor retrata notablemente cómo vive un hogar promedio el mundo patológico de hoy. Sin embargo, se las arregla para hacer finalmente un filme feliz, celebratorio de los procesos vitales, en que tanto adultos y menores arrastran dudas, traumas y vacíos, pero si aquellos son personas comunes y corrientes, protegen y conducen a su prole y mal que bien maduran juntos.
Linklater ha buscado la mayor naturalidad. Por eso mimetiza el clima del rodaje con el de la ficción, incluyendo en el elenco a su propia hija Lorelei Linklater y su alter ego Ethan Hawke –hay que ver la preciosa conversa entre la tímida adolescente y el padre que todavía está aprendiendo a serlo sobre la actividad sexual–, además de Patricia Arquette, que trabajó con él en «Fast Food Nation» (2006), o sea en paralelo al largo proceso de «Boyhood».
(Nota: Este texto es una versión aumentada del publicado originalmente en la edición del 28 de setiembre del Diario El Peruano.)
Deja una respuesta