«La ley del más fuerte» de Scott Cooper, tierra de nadie


La ley del más fuerte es el segundo largometraje de Scott Cooper, autor de Crazy Heart, la cinta por la que Jeff Bridges ganó el Oscar en el 2010.

Opuestas (id)entidades. Woody Harrelson y Christian Bale en ‘La ley del más fuerte’.

Coproducido por Leonardo DiCaprio y Ridley Scott, se trata de un thriller amargo y descarnado, en el que una localidad deprimida, poco poblada y semiparalizada del estado de Pennsylvania, en el noreste de Estados Unidos, es escenario de intensos focos de violencia y criminalidad alrededor del narcotráfico y caudillos feudales casi imbatibles.

En el guión que comparte con Brad Ingelsby, Cooper plantea seres irredentos inmersos en el delito desembozado o, por lo menos, en la periferia de lo ilícito y el instinto de disparar para sobrevivir. Los hermanos Russell (Christian Bale) y Rodney Baze (Casey Affleck) arrastran fatalidades y urgencias, entre cárcel por homicidio culposo, desempleo, secuelas de la guerra en Irak y deudas que los atan al sombrío prestamista John Petty (Willem Dafoe) y principalmente al muy poderoso y desorbitado mafioso Harlan DeGroat (Woody Harrelson).

Todos los personajes, incluso los secundarios, como el patriarca Baze (Sam Shepard), tienen perfiles ajados y maltrechos, con heridas frescas y cicatrices en la piel y el alma, iluminados desde la opacidad y la grisura por el director de fotografía Masanobu Takayanagi (Silver Linings Playbook, The Grey). El policía que encarna Forest Whitaker, el más «limpio» de las criaturas del filme, tampoco escapa a la inercia y en general a una masculinidad exhausta que busca resistir desde lo primitivo a la decadencia del poblado de Braddock, que alcanza a la única fémina del relato, Lena (Zoe Saldana), quien emprende con Russell una relación intermitente y sin futuro.

La entrega fraterna total, hasta del cuerpo. Casey Affleck en ‘La ley del más fuerte’.

Cooper, que ambientó Crazy Heart en el suroeste estadounidense, en Nuevo México y alrededores, con tintes agridulces pero por supuesto más amables, sin violencia, retrata así nuevamente una Norteamérica escondida, marginal, una tierra sin ley, donde los parajes no se disfrutan y se convierten en campo de batalla y muerte. Las contrapartes buscan la justicia con sus propias manos, en forma de puños o portando rifles, y el Estado prácticamente no existe y es sobrepasado por los hechos de fechoría y venganza. La puesta en escena no deja de cometer algunos clichés en las escenas definitorias de persecución y balacera, pero mantiene cierta coherencia y un apreciable nivel de tensión.

(Nota: Este texto es una versión aumentada del publicado originalmente en la edición del 5 de octubre del Diario El Peruano.)

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