Crítica de “Joe Pecado”, de Bruno Macher: Pecado por omisión

Joe Pecado Bruno Macher

Singular película, Joe Pecado. Veinte minutos dentro de ella y la narración parece seguir a la espera de algo así como un orden… Las cadenas Cinemark, Cinépolis, Cinestar y Movie Time acogen, en sus salas del Callao, San Juan de Miraflores, San Martín de Porres, Santa Anita y el Cercado de Lima, un filme peruano que se pretende “callejero” y que ha sido producido, visto está, con austeros recursos.

Joe Pecado Bruno Macher

Hay un valor en hacer aparecer en la pantalla grande escenarios e idiosincrasias situadas en los márgenes –se les “legitima”, supongo– y es obvio que este filme ha sido hecho con entusiasmo. Que sea proyectado en salas de cine es un logro. Pero diré algo sobre su narrativa: la escasez de planos generales y la abundancia de planos detalle –pies, manos, bocas– hacen complicado situarse dentro de algunas escenas. A veces, incluso, hacen complicado saber qué está pasando. La puesta en escena, y sobre todo algunos diálogos, tienen un marcado sabor a improvisación.

Escrita, dirigida y coprotagonizada por Bruno Macher, director de la orquesta «Sabor y Control» –orquesta que además musicaliza la cinta–, la historia puede entenderse como el recorrido en paralelo de dos personajes: por un lado César Ballumbrosio, quien tiene cierto poder para curar a los animales y ahoga en alcohol la tristeza por haber perdido a su abuelita (contado esto en extensos flashbacks), y por el otro lado Macher, quien en el filme también se llama Macher y ayudará a su amigo a encontrar un ingrediente necesario para cierto ritual chamánico. Tal ingrediente deberá ser hallado antes de la medianoche del día siguiente.

En su búsqueda, Macher se cruzará con diversas personas en diversos barrios bravos –todos ellos no actores, como el mismo Macher– y disparará y le dispararán, y correrá por las calles llevando la pistola un poco como la gente suele llevarla en las películas. También será herido y bufará de dolor como la gente herida bufa en las películas, y en alguna escena correrá disparando una, dos, tres veces por el malecón de Chorrillos ante la vista amable de las parejas de enamorados y un heladero. El filme podría haber sido divertido si se hubiera tomado a sí mismo menos en serio. De hecho, hay una escena –un sueño– que es un pequeño logro, y su estilo psicotrópico marcaba un camino posible… Pero la edición, morosa y caótica, se ahoga en solemnidad y alarga hasta lo indecible varios de sus planos, o bien cae en el exhibicionismo de sus recursos.

Quiero extenderme en esto último. Me parece que hay una idea detrás de “Joe Pecado”, probablemente heredada de la práctica fotográfica y muy común en las primeras tentativas audiovisuales: la idea de que puede crearse dramaturgia enlazando “buenas tomas”. El mundo de este filme es de planos detalle con focal muy corta, algunos efectos de cámara lenta, persecuciones en steadycam y permanente cámara en mano. A lo demás –el guion, las actuaciones, la edición– pareciera habérsele dado atención muy secundaria.

Veo en una película como esta el mismo amor e impaciencia de los muchachos que por primera vez cogen una cámara: hay desorganización y falta de claridad en qué es lo que se quiere decir.

Joe Pecado, El Salsa

Hay una cita del director Paul Thomas Anderson que me gusta: “Amo tanto a los actores que escribo para ellos; no me gusta verlos ejecutando un mal trabajo en otro lugar”. Es necesario recordar que el amor por aquello que se filma no es suficiente: Macher parece estar a gusto en el universo achorado de su filme, y sentir empatía real por las personas que aparecen en él, pero omite darles buen material con el cual trabajar. Mencionaré, sí, que la presencia del graffitero Alexis Villanueva como “El Salsa” resulta destacable. Creo que sabe “no actuar”, que es un poco como debería actuarse para el cine. Quisiera verlo nuevamente en otra película.

Entonces, uno puede decidir si disfrutar este filme como lo que es –un collage un tanto ingenuo y autocomplaciente, con eventuales chispazos de simpatía y buena música de fondo– o hundirse en la butaca esperando encontrar algo a lo cual aferrarse. “Joe Pecado” tiene la impronta de un ambicioso primer trabajo hecho para la carrera de comunicaciones de alguna universidad, pero tal impronta debería reservarse, precisamente, para la universidad o el formato del cortometraje. El filme abusa de la paciencia del espectador, y creo que una idea más clara de la puesta en escena y de la edición nos hubieran entregado un simpático mediometraje, y no el producto que finalmente vemos.

De una u otra forma, “Joe Pecado” es un intento por hacer cine con sabor a calle –una película en la misma línea, aunque ejecutada con mayor éxito y claridad, sería Paraíso de Héctor Gálvez– y es de intentos como este que se construye la identidad del cine peruano que se aproxima. Éxitos en lo sucesivo para el equipo realizador.

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