No entres dócil en esa buena noche.
La vejez debería arder y enfurecerse al concluir el día;
enfurecerse, enfurecerse contra la muerte de la luz.
(Dylan Thomas)
Polvo.
Ineluctablemente, nos hemos estado convirtiendo en un mundo atrapado por el polvo. El cambio climático, esa bestia negra que había sido predicha por décadas, ha hecho su trabajo maligno. La comida escasea, salvo, todavía, el maíz.
El polvo lo invade todo. La tecnología ni la ciencia son confiables. La gente apenas se ha empecinado por sobrevivir.
Cooper (Matthew McConaughey), el protagonista, aparece en escena. Ex piloto de la desaparecida NASA, hoy ingeniero, dedicado a manejar su tiempo en las granjas. Un par de hijos, uno bastante bonachón y alegre; la otra, más bien atribulada y curiosa. Completa el cuadro un suegro nostálgico (John Lithgow, resucitando del polvo, literalmente).
Hay mucho polvo en todo Interestelar, la nueva película de Christopher Nolan, pero sobre todo en el preámbulo. Una tierra devastada por el cataclismo inevitable de las modificaciones de la temperatura natural. El caos parece ser un ejercicio resignado, como una muerte lenta que va preparando, forzando quizás, a la humanidad hacia un nuevo episodio de lucha extrema por mantenerse incólume. De este modo, se construye una poderosa fábula sobre el tiempo.
Nolan parece haberse decidido finalmente a cruzar literalmente el hoyo, ese agujero negro que un grupo de científicos de la NASA, que trabajan en secreto por décadas, descubre como una brecha espacio-temporal para encontrar nuevos recursos en otras galaxias. La premisa es básica para el cineasta: en este viaje, interestelar, está la prueba máxima del instinto del hombre, de su capacidad para luchar, para razonar, para amar, para vivir y, acaso, para pervivir, aunque sea muriendo en la intentona.
McConaughey es el indicado para representar cabalmente una de las más interesantes personalidades del universo cinematográfico nolaniano. Cooper es fuerte, es inteligente, tiene su toque de osadía y temperamento contestatario, pero es vulnerable emocionalmente, ligado de un modo racional con su hija Murphy, pero también de maneras misteriosas, que no es capaz de descifrar inmediatamente.
Por esas circunstancias del azar, que como en todas las grandes obras terminan siendo destino, Cooper deberá ser el encargado de salvar a la humanidad de la extinción.
En ese momento, descubrimos qué cosa es Interestelar fundamentalmente: la aceitada, descomunal y resplandeciente maquinaria con que Nolan se conduce, provisto de ambición y megalomanía, para encontrar la respuesta a su búsqueda obsesiva del tiempo.
Tiempo. Palabra clave en esta película.
Para hablar del tiempo, Nolan recurre a la ciencia ficción. En esta oportunidad, a diferencia de «Memento» o Inception, se engancha con la ciencia pura y dura para hacer posible su relato. No en vano, la película tiene como productor ejecutivo a Kip Thorne, uno de los físicos teóricos más famosos, amigo de Stephen Hawking y colaborador de Carl Sagan, referencia máxima sobre agujeros de gusano y viajes interespaciales (el doctor Brand, interpretado por Michael Caine, le hace un enorme guiño en la película al Thorne de la vida real).
A diferencia de Alfonso Cuarón en Gravity, Nolan no se anda con rodeos ni decide hacer un virtuoso ejercicio de mera cinematografía, sino que, además, busca abarcarlo todo. Busca convencernos. Busca evangelizarnos. Busca meternos por los ojos de aquello que está convencido. Busca contarnos y enseñarnos sobre todas esas teorías, postulados, idearios científicos que corren a lo largo de los 169 minutos de duración de la película y que por momentos, para ser honestos, nos maravillan, otras veces nos confunden, otras nos abruman.
En medio de todo, arando en el desierto, Nolan, impecable, dirige la expedición hacia la utopía.
El viaje, la jornada (journey), la misión, si se quiere, no pasa solo por la lógica o los teoremas. En esta oportunidad, clave importante, están las emociones. Acá hay personajes que aman, sufren y se desgañitan. Antes nos subíamos a la montaña rusa Nolan y era de vértigo, donde todo era preciso, ineluctable, seco y duro. Ahora, la humanidad está presente en varias partes de la cinta, acompañados por unos personajes muy bien construidos. Había desolación.
Nolan no es un robot obseso, como le achacaban al principio algunos de sus críticos. Las actuaciones acá son intensas con una carga emocional que se desparrama de modo natural. No sé cuántas veces me he conmovido profundamente en «Interestelar». Empezando por la formidable carga de McConaughey (mejor papel incluso que en Dallas Buyers Club, porque el que ganó el Óscar). El contrapunto que permiten Anne Hathaway (encajada doctora Amelia Brand), y Jessica Chastain (maravillosa Murphy adulta), así como una sucesión de secundarios tan bueno que es mejor no comentar hasta que vean la película.
La relación padre-hijo es lo que marca el compás de las demás historias que se entrecruzan. Nolan ha dicho: «para mí, realmente Interstellar es acerca de ser padre. Es sobre el sentido de tu vida, y ver crecer a tus hijos frente a tus ojos». Uno de los referentes principales en este aspecto fue la extraordinaria Boyhood, de Richard Linklater.
La relación de Cooper con su hija Murphy es fundamental para entender el lazo. Desde lo humano, desde lo sentimental, se puede ir armando la ecuación que nos van mostrando los postulados científicos. Hay una enorme química que no nace de los pizarrones ni las computadoras sino de lo que son capaces de entenderse ese par. El matiz es fundamental para creérnosla y para sentir que las cosas son así, siempre.
La ecuación Cooper-Murphy sería más o menos así: Papá e hija se buscan a sí mismos. Papá trata de salvar el mundo. Hija odia a papá. Hija quiere encontrar a Papá. Papá quiere regresar con Hija. Hija quiere ser como Papá. Papá se pierde por buscar a Hija. Hija encuentra a Papá, de algún modo. Hija y Papá se redescubren, aunque sea tarde (¿o quizás nunca es tarde?)
El frikismo de Nolan es palpable. En Interestelar hay robots, un par que son encantadores y se llaman CASE y TARS. TARS es un loquillo y está pasado. La nave espacial se llama Endurance y es lo más parecido que hay a la de 2001.
Además, si uno ha visto con cierto detenimiento y fascinación las películas sobre el espacio, se da cuenta que el guion de Interestelar, así como las referencias visuales que aporta el montaje son pequeños homenajes a clásicos del género como, obviamente «2001» de Stanley Kubrick, o «Encuentros Cercanos del Tercer Tipo» de Steven Spielberg y, claro, «Solaris» de Andrei Tarkovsky. Pero también es un reencuentro con ese mundo de dudas y certezas, de teorías del espacio y del tiempo que han marcado a generaciones a través de Cosmos, del maestro y guía Carl Sagan.
Mención aparte tiene la banda sonora de Hans Zimmer, colaborador habitual de Nolan. Suena absolutamente a algo diferente que haya hecho antes, y sin embargo acompaña, magnifica, armoniza, sorprende, aterra y conmueve. Hay unas pausas y silencios que tienen una belleza que impacta.
El sonido del silencio.
El ruido del espacio infinito.
Paul Thomas Anderson ha señalado que Interestelar es «bella». Quentin Tarantino, por su parte, ha encontrado cantidades de reflexión y estética en esta como en algunas de las películas más célebres de Tarkovsky y Terrence Malick. En el fondo, Tarantino no está alejado de la verdad. En esta película hay ese sentido demagógico, profético y descomunal que mueve, no sé, por ejemplo, a El árbol de la vida.
Si uno ha seguido la obsesión del tiempo en Nolan, al final descubre y entiende todo para atrás (“Memento” style). El cineasta más contemporáneo y osado de la gran industria comercial cinematográfica está comprometido con el misterio más grande de todos, que sólo se vive a través del tiempo.
(En medio de esa cruzada por detener-entender-atrapar al tiempo, está el amor.)
“El amor es la única fuerza que trasciende las dimensiones del espacio y del tiempo”, le dice en un momento la atribulada doctora Amelia Brand/Ann Hathaway, faro de racionalidad, a McConaughey.
El mundo, nuestro mundo también es polvo, pero polvo de estrellas.
Vivimos acá abajo tratando de luchar contra el polvo y no mirando nuestro lugar en las estrellas. No nos damos cuenta que las estrellas que vemos cuando levantamos la mirada al cielo son las mismas.
Que la medida de la obsesión y las misiones más utópicas vienen precedidas de una fe, sino que esa fe tiene un trasfondo racional, lógico, intenso.
Que la medida de seguir buscando, de seguir luchando, de seguir intentando es la fe. Una simple pero compleja – complejísima – ecuación que trasciende el tiempo y la gravedad.
(. – – – – – – . – .)
Nolan arriesga como nunca y hace uso de todos los recursos posibles. Millones de dólares al servicio de un cierre épico de la obsesión. No se guarda nada. Y, al fin, al fin, casi cayéndose, exhausto y lleno de polvo, de hollín, de heridas, triunfa.
Interestelar, la obra más ambiciosa de Nolan es también, opinión personal, la mejor que ha hecho hasta ahora.
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